No bien Jack volvió a casa desde la tienda de tatuajes lo enfrenté.
—¿Dónde demonios está mi pasta? —aullé.
No pudo ni siquiera molestarse en mentir.
—Cogí prestado un poco —tartamudeó—. No pensé que te importase.
—¡Hijo de perra, claro que me importa! —le dije—. Quiero que nos vayamos de este nido de ratas.
—Lo sé, pequeña —asintió—. Y eso es lo que yo he estado tratando de hacer. Pensé que podría ganar algún dinerillo extra para ti en la Pepita de Oro.
Jack adoraba drogarse e ir a apostar. Nunca antes me había percatado de que lo hacía con mi dinero.
—Vete a trabajar —añadió e inhaló un par de rayas en el tablero de la cocina—. De cualquier forma en una semana habrás vuelto a ganarlo.
—¡Jodido cabrón! —grité golpeándolo en la espalda. No le importábamos una mierda ni yo ni mi dinero.
Juré que volvería a ganar esa pasta y abandonaría de una vez por todas a ese imbécil. A continuación me incliné sobre la mesa de la cocina e inhalé una línea gigantesca de metanfetaminas, alejando por completo el repentino recuerdo de Los Ángeles, Suze Randall y Nikki Tyler. Era la primera raya que inhalaba en al menos medio año. Y fue la raya que, al fin y al cabo, representó el punto culminante. Consumir drogas por diversión y pasatiempo es mucho menos dañino que hacerlo por una razón emocional, como intentar olvidar el hecho de que tu novio te ha robado los ahorros de toda tu vida.
Las Vegas tenía algo venenoso. Cada día que pasaba allí, perdía lentamente el sentido de la realidad. Incluso Jennifer, mi única verdadera amiga allí, estaba hundiéndose cada vez más en la marea de su novio. Daba la impresión de que cuanto mejor y más excitante se volvía Los Ángeles, peor me resultaba estar en Las Vegas. Tenía tales ansias de triunfar… pero aun así en algún punto muy profundo de mí me sentía indigna, como si no me lo mereciese. Y por eso me castigaba permanentemente (con inseguridad, con drogas y con Jack). Cada vez que me iba de la ciudad, lo hacía con el convencimiento de que Jack me engañaba con otra. De modo que cuando regresaba inspeccionaba el piso en busca de pruebas y, en ocasiones, incluso lo seguía cuando salía de casa. Ese tipo de conducta no era típico en mí. Por más que hubiese hallado una contención emocional mucho más intensa en Jennifer y luego en Nikki, yo seguía siendo completamente dependiente de Jack (en parte porque sentía que él se me alejaba y eso me hería). Lo odiaba por dicho motivo. Y a la vez, también lo amaba.
Tras una de nuestras pugnas a gritos, yo sollozaba desnuda en el pasillo, limpiándome verdadera espuma que se me había formado en la boca de tanto vociferar y desvariar. Y de pronto sentí el deseo irrefrenable de telefonear a mi padre. Echaba de menos a Tony y quería asegurarme de que seguía vivo. La última vez que había hablado con papá, me contó que había invitado a Tony y a su novia Selena a vivir con él a fin de poder controlarlos mejor. Mi padre había contribuido a montar un negocio de bienes raíces con su hermano Jim, y para rehabilitar a Tony había decidido llevarlo allí como asistente. Pero Tony era todavía demasiado adicto a las drogas y no dejaba de robarle cosas a papá para venderlas.
Cuando telefoneé a casa de papá, nadie atendió. En aquel momento no sospeché nada, sino que seguí intentándolo. Y cuando al día siguiente no cogieron el teléfono, y tampoco un día después, empecé a preocuparme. Transcurridos cinco días sin noticias suyas, le pedí a Jack que me llevase a mi antiguo hogar para verlos.
Era la primera vez que iba allí desde que me había marchado. Cuando llegamos al umbral, descubrimos que la puerta no tenía traba y estaba a medio abrir. Definitivamente sucedía algo malo. La televisión estaba encendida. Había una botella de cerveza a medio beber en la mesita de centro. Y sonaba el teléfono.
Cogí la llamada. No bien respondí colgaron del otro extremo. Empecé a llorar sin control. No tenía la menor idea acerca de dónde había ido mi familia o qué le había sucedido. Es verdad que la mía nunca había sido una familia realmente unida, pero con todo era mejor que nada. Y la nada que sentía en la casa me inquietaba. Telefoneé a mi abuela, pero tampoco respondió nadie en su casa. Lo único que se le ocurrió decir a Jack fue:
—¿Qué coño le pasa a tu padre?
No comprendí en aquel momento la hipocresía del comentario.
Después de que pasasen dos semanas más sin tener ninguna noticia sobre papá, Tony, Selena o la abuela, empecé a temer que Tony se hubiese metido en problemas con algunos traficantes de drogas y ellos hubieran decidido secuestrar o asesinar a mi familia como represalia. Yo estaba destrozada.
Fue entonces cuando sonó el teléfono. Me abalancé sobre él. La voz del otro lado de la línea era la de una mujer: Suze Randall. Había vendido la mayoría de las fotos de nuestras primeras sesiones y quería que posase otra vez para ella. Volé a Los Ángeles por una semana, durante la cual dormí en el sillón de Nikki. Fue una de las semanas más terribles de mi vida, pues me hallaba lejos de Las Vegas, imposibilitada de hacer nada por mi familia. Prometí que llamaría a la policía cuando volviese.
Sin embargo, cuando regresé a Las Vegas me esperaba una nota en la cocina de mi casa. «Llamó tu padre», me había escrito Jack en un papel. «No puede decirte dónde está. Sucedió algo y tuvieron que marcharse. Te telefoneará pronto.»
Transcurrieron dos semanas más hasta que tuve otras noticias de mi padre. Llamó desde un teléfono público en Dakota del Sur. No podía contarme qué había ocurrido, pero me aseguró que ni él ni Tony habían hecho nada malo. Habían subido a Selena y a mi pobre abuela en un camión y se lanzaron a la huida. Más allá de todos los errores que yo pudiera achacarle a mi padre, él siempre había aparentado tener control sobre su vida. Pero ahora sonaba como mi hermano: perseguido y desesperado.
Después de aquello papá empezó a telefonearme cada pocas semanas, siempre desde una ciudad diferente y un nuevo número de teléfono. Al cabo dejé de molestarme escribiendo su información de contacto, pues cambiaba a cada momento. No conseguía imaginarme en qué clase de problemas podían haberse metido él y Tony.
Entretanto, empecé a viajar con frecuencia a Los Ángeles, alojándome en casa de Nikki. Me decidí a dejar el hábito de las metanfetaminas antes de las sesiones fotográficas (pues mi pequeña barbilla y mis ojos azules no podrían ocultar demasiado bien una mandíbula apretada y pupilas dilatadas) y retomarlo al regresar a Las Vegas. Dado que podía dejar de drogarme cuando recibía la llamada del deber, supuse que tenía todo bajo control.
En Los Ángeles, Nikki me llevaba cada tarde al quiosco de revistas de la esquina para ver fotos mías publicadas. Lentamente empezaron a aparecer: en la portada de Hustler, luego en Cherry, más tarde en High Society. Las tres estuvieron a la venta conmigo en portada al mismo tiempo. Me convertí en la putilla del mes. Por supuesto, ninguna de las revistas mencionaba a Jenna Jameson. Me llamaban Shelly, Daisy o Missy. Y aunque los editores nunca habían hablado una sola palabra conmigo, publicaban entrevistas en las que yo subrayaba mi naturaleza excitable, mi afición a acostarme con extraños anónimos y mis fantasía de invitar a mis amigas a formar tríos sexuales con mi novio. (No es de sorprender que las fotos originales que me había tomado Julia Parton no apareciesen nunca en ningún lugar: eran tan malas que no habría podido venderlas.)
Solíamos obtener grandes rebajas en las revistas por un motivo muy simple: el novio de Nikki, Buddy, trabajaba en el quiosco. Se habían conocido cuando él la descubrió merodeando sospechosamente frente al puesto, intentando reunir coraje para comprar por primera vez en su vida una revista masculina.
Eventualmente, gané bailando y posando el dinero suficiente para mudarme. Alquilé un pequeño apartamento de dos habitaciones en un rascacielos de Las Vegas llamado Torres de Cristal. Era hermoso: el salón de entrada tenía losas a cuadros negras y blancas, el dormitorio y el balcón daban a una piscina al aire libre. Me aseguré de dejar un mensaje con un número de contacto en el teléfono viejo ante la posibilidad de que papá telefonease. Me asustaba la idea de perder el contacto con él y con Tony para siempre.
Ser completamente autosuficiente era algo que no había experimentado nunca antes. Y no estaba en absoluto preparada. De modo que Jack, por supuesto, se mudó conmigo.
Las relaciones de pareja son extrañas pues no responden a la lógica. En lugar de juzgarlas por los hechos, las enfrentamos según nuestras expectativas. Yo pensaba todavía que Jack iba a cambiar. Las cosas habían ido bien aquella semana: con el dinero que él estaba ganando en la tienda de tatuajes le alcanzó para pagar el alquiler y algunos muebles. Y ahora que yo empezaba a ser medianamente famosa en Las Vegas a causa de mis fotos como modelo, a él le enorgullecía salir conmigo de la mano. Además, yo no conocía a ningún otro tío con el cual poder acostarme, drogarme y al cual arrojarle cada tanto la vajilla a la cabeza. Y lo que es más, si íbamos a seguir saliendo, yo lo quería mucho más cerca de mí, a fin de poder tenerle los ojos encima. No confiaba en él en absoluto. Yo era todavía demasiado joven como para saber que no existe nada parecido al amor si no hay confianza mutua. Lo demás es apenas obsesión y dependencia.
Aunque obtenía mucho menos dinero posando que bailando como stripper, ya no quería volver a ir al Crazy Horse. Tenía la sensación de que ya había superado esa etapa y estaba ahora ante un nuevo desafío. Cada vez que iba al club me sentía sola, vacía y, con frecuencia, furiosa (de forma que, en ese aspecto, el club no se diferenciaba para mí de mi familia). Con excepción de Jennifer (a quien yo amaba todavía por más que ella pasase cada vez más y más tiempo con Lester), allí carecía de amigas. Y charlar con tíos borrachos todas las noches se había vuelto tedioso. Cada vez que un hombre me decía «puta» o «perra», me resultaba progresivamente arduo mantener la boca cerrada, sobre todo pensando que al mismo tiempo hacía enormes esfuerzos por fortalecer mi confianza como adulta. Así que, cuando le dije a Vinnie que me marchaba, no lo lamenté. Yo era sin lugar a dudas una hija del Crazy Horse (allí había saboreado por primera vez algo parecido a la independencia y había aprendido las herramientas que necesitaba para sobrevivir en el mundo real), pero ya estaba lista para la siguiente lección.
Por desgracia, esa lección llegó un poco antes de lo esperado.