Viernes, 14 de marzo de 2008

La siguiente vez que vi a Alistair le dije que estaba pasando por otro mal momento. Le conté lo de la costumbre de Lee de cambiar las cosas de sitio, de esconderlas y del trozo de tela roja que había encontrado en el bolsillo. Pude percibir por la expresión de su cara que nunca se había topado con una historia ni remotamente parecida a esa, aunque hizo lo que pudo para disimular. Seguramente pensó que lo había hecho yo misma. Seguramente se preguntaba si, en realidad, no tendría algún tipo de psicosis además de un trastorno de ansiedad.

Eso sí, hay que decir que tuvo una actitud tranquilizadora y, al mismo tiempo, inflexible. Sucediera como hubiera sucedido, el pedazo de tela roja no era más que un pedazo de tela. No significaba nada. El mundo estaba lleno de cosas rojas, dijo, y no nos causaban ningún daño. De hecho, la tela roja no me causó ningún daño. Estaba en mi bolsillo, la toqué, hizo que aumentara mi nivel de ansiedad pero, aparte de eso, no me hizo ningún daño, ¿no?

Me entraron ganas de gritar que la tela no era el problema, sino cómo coño había llegado a mi bolsillo. Pero no tenía ningún sentido volver otra vez a lo mismo.

Sin embargo, Alistair ha dicho que por ahora debemos concentrarnos en el TEPT. Trabajar el TEPT implicaba una serie de elementos. Cuando tenía recuerdos recurrentes, o pensamientos sobre Lee, debía dejarlos venir y luego dejarlos ir. Me acordé de cuando estaba en aquella cafetería de Brighton con Stuart y de que él me había dicho algo parecido sobre un hombre que me había sobresaltado. Se trataba de considerar los pensamientos como parte de la enfermedad, en lugar de algo que me definiera a mí como persona.

—Ni siquiera quiero tener ese tipo de pensamientos —le dije—, mucho menos aceptarlos.

Alistair se frotó las manos, deslizando los dedos anulares el uno contra el otro, un gesto habitual que, en cierto modo, resultaba tranquilizador.

—Lo que tienes que recordar, Cathy, es que esos pensamientos tienen que ir a algún lado. En este momento están en tu cabeza y no tienen por dónde salir. Por eso son tan incómodos. Cuando tienes esos pensamientos intentas volver a enviarlos de un golpe a un rincón de tu mente. Intentas rechazarlos, por lo tanto tendrán que regresar porque tu mente no ha tenido tiempo para procesarlos, para asumirlos. Si los dejas salir, si los tienes en cuenta, si reflexionas sobre ellos, entonces serás capaz de dejarlos marchar. No les tengas miedo. No son más que pensamientos.

—Eso es lo que tú dices. Puede que solo sean pensamientos, pero todavía me dan pánico. Es como vivir en una película de terror.

—Piensa en ellos como si fueran eso, entonces. Forman parte de una película de terror y, tarde o temprano, por muy aterradores que sean, llegarán a su fin si los dejas salir y permites que se vayan.

Su voz era tranquila y curiosamente reconfortante. Intenté imaginarme a Stuart allí, pasando consulta, escuchando a la gente contarle sus miserias, sus penas, sus soledades, su incomprensión del mundo, sus deseos de que todo acabe.

Luego me fui a casa para intentar digerir todo aquello.

Como debía de suceder con cualquier otra adicción, por las noches, cuando estaba sola, habría sido muy fácil permitirme caer en mi vicio, sin que Stuart ni nadie más se enterase. Pero las comprobaciones no me proporcionaban ningún placer real, nunca lo habían hecho; era más como un alivio, una ausencia temporal de terror. Alistair me pidió que intentara hacer una serie de cosas para reducir el estrés causado por no haber comprobado las cosas correctamente, entre ellas respirar hondo, racionalizar mis miedos, darles otro nombre para que se volvieran no miedos reales y corrientes, sino solo una manifestación de mi TOC. No son miedos buenos, son parte de mi enfermedad: ¿por qué iba a querer tenerlos?

A primera hora de la noche, justo cuando llegué a casa después de trabajar, recibí una llamada. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue que era Stuart, pero resultó ser la sargento Hollands. El corazón se me aceleró de repente, para variar: ¿mejoraría eso algún día? Creí que iba a decirme que Lee había desaparecido, que le había dicho a alguien que venía a por mí, o que había engañado a alguno de los otros agentes para que le diera el teléfono de mi casa.

—Solo quería informarla de que he hablado con mi compañera de la comisaría de Lancaster de la unidad de Violencia Doméstica.

—¿Ah, sí?

—Enviaron a alguien a comprobar dónde estaba el señor Brightman la mañana siguiente a su llamada. No podemos garantizar que no haya ido a verla, pero es muy poco probable. Estaba en la cama, había trabajado por la noche. Trabaja en un club nocturno de la ciudad. Los agentes lo comprobaron y, definitivamente, estaba trabajando la noche que usted llamó. Así que, si bien no es imposible que haya hecho un viaje a Londres, resulta bastante improbable. ¿Tiene alguna otra razón para pensar que puede saber dónde está?

Suspiré.

—La verdad es que no. Solo que sé cómo es. ¿No se supone que debe de tener algún tipo de licencia, si trabaja de portero?

—No es portero, al parecer es solo recogevasos. La gente de Lancaster lo va a comprobar, aun así, no se preocupe. Aunque no está en libertad condicional, tengo la impresión de que lo están vigilando de cerca.

Pensé que nunca podía ser lo suficientemente cerca.

—Creo que puede relajarse un poco, Cathy. Si pretendiera ir a buscarla, creo que a estas alturas ya lo habría hecho. Tiene mis números, ¿verdad?

—Sí, gracias, los tengo.

—Y si cree que puede haber alguien en su piso, marque el 999 inmediatamente. ¿De acuerdo?

—Sí.

Ojalá pudiera quitarme de encima aquella sensación. No era que tuviese miedo a que un día viniera a por mí, era algo más seguro que eso. No se trataba de si descubría dónde estaba, sino de cuándo. La única razón por la que todavía no había hecho acto de presencia, suponiendo por supuesto que sí hubiera sido yo la que hubiera dejado mis propias cortinas abiertas y que, de alguna manera, sin darme cuenta, hubiera cogido un pedazo de satén rojo en alguna parte, era que no sabía dónde vivía.

Pero cuando lo supiera, vendría a por mí.