Domingo, 16 de marzo de 2008

Abrí los ojos en la oscuridad respirando agitadamente, con el corazón palpitándome en la garganta. Por un instante no reconocí dónde me encontraba, hasta que Stuart se movió en la cama y me di cuenta de que estaba allí, con él, en su piso. Solos él y yo. Ni rastro de Lee. Había sido otra puñetera pesadilla.

Me dije a mí misma que no era real. Que era parte de aquello. Que tenía que dejar que los pensamientos surgieran y se fueran.

Me planteé despertar a Stuart, pero no era justo. Me quedé quieta un rato tumbada en la oscuridad, escuchando.

Oía ruidos.

Me llevó un tiempo darme cuenta de que eran ruidos de verdad, no parte de la vida de la casa, ni el sonido de la sangre circulando a toda prisa por mi cabeza.

Un golpe lejano. ¿Abajo? No, no parecía que fuera allí. Parecía venir desde más lejos aún. Puede que de la calle. Desde el piso de Stuart no se oían tan bien los ruidos de la calle como desde el mío. ¿La puerta de un coche al cerrarse?

Miré hacia el despertador de Stuart. Eran las tres menos diez de la mañana, la parte más fría, oscura y solitaria de la noche. Debería estar durmiendo. Debería volver a mi pesadilla. Por un momento me pregunté si de verdad estaría despierta o si seguiría soñando.

Otro golpe, seguido de un arañazo. De un ruido como si estuvieran arrastrando algo por el suelo. Algo pesado e inerte.

Me senté en la cama, aguzando el oído. Por unos instantes no se oyó nada.

Solo el sonido de la respiración de Stuart, profunda, regular. El ruido de la nevera zumbando en la cocina. Un coche al arrancar fuera, alejándose.

Puede que hubiera sido eso, alguien saliendo de un coche.

Stuart se movió a mi lado y volví a tumbarme, me acurruqué en la curva de su cuerpo y puse su brazo alrededor de mí para protegerme, para mantenerme a salvo. Cerré los ojos e intenté pensar en cosas buenas, intenté dormirme.