Viernes, 30 de enero de 2004
Llamé a Sylvia en enero, una semana después de que empezara en su nuevo trabajo. La primera vez que la llamé saltó el contestador. Iba a mandarle un mensaje, pero no encontraba las palabras adecuadas ni conseguía ponerlas en el orden apropiado. Elegí un mal día para hacerlo; tenía la cabeza a punto de estallar y era obvio que tenía las hormonas por las nubes, porque no podía parar de llorar.
Por la tarde volví a intentarlo, y entonces lo conseguí. En parte esperaba oír el ruido de fondo de un bar, pero estaba en silencio.
—Hola, Sylv, soy yo.
—Catherine, ¿qué tal estás?
—Bien, cielo. ¿Cómo va todo? Me muero por saberlo. ¿El trabajo mola? ¿Te pillo en buen momento para charlar?
—No te preocupes. Salgo dentro de una hora, más o menos, pero estaba aquí sentada fingiendo leer algunas cosillas. Va todo bien. Aunque hay muchísimo ajetreo, el ritmo es frenético. Me da la sensación de que el Lancaster Guardian queda ya muy lejos.
—¿Y el piso?
—Bueno, eso es otra historia. Estoy emparedada entre una persona que adora escuchar a los Carpenters a todo volumen todo el santo día y una pareja que a veces discute a gritos y a veces a puñeteros gritos. Hoy me he pasado todo el día tarareando «We’ve Only Just Begun». Así que estoy buscando piso.
—Te echo de menos, Sylv.
—Lo sé, amorcito, yo a ti también. ¿Qué tal Lancaster?
—Está lloviendo.
—¿Y el trabajo?
—Agotador, mucho ajetreo, estresante.
—¿Y las chicas?
—Hace tiempo que no las veo.
—¿Qué? ¿Has estado enferma o algo así? ¿No has salido últimamente?
—Bueno, he salido con Lee. Pero hace siglos que no veo a las chicas.
Se produjo un largo silencio al otro lado de la línea telefónica. La oí revolver entre lo que parecía un montón de zapatos.
—Estoy preocupada, Sylv. Todo va mal.
—¿Qué pasa? —preguntó. Seguí oyendo ruidos, seguidos de un improperio entre dientes.
—Con Lee. Es que… A veces tengo un poco de miedo.
Finalmente paró de hacer lo que estaba haciendo.
—¿De qué tienes miedo? De Lee seguro que no, es encantador. ¿Tienes miedo de perderlo, o algo así?
Me quedé callada mientras buscaba las palabras apropiadas.
—No siempre es encantador.
—¿Habéis tenido broncas?
—Algo así, supongo. No lo sé… Yo estoy cansada, él trabaja mucho. Cuando lo veo, siempre es bajo sus condiciones y ya no quiere que salga sin él.
Sylvia suspiró.
—La verdad, cielo, es que en cierto modo tiene razón. Mira cómo eras, cómo éramos todas, cuando te conoció. Salías todas las noches que podías con el único objetivo de ligar. No me extraña que le ponga nervioso dejarte salir.
Como no dije nada, continuó.
—Ahora tienes una relación, cielo. Es una historia totalmente diferente.
Su voz se suavizó un poco.
—Lee es buen tío, Catherine. No olvides algunas de las mierdas integrales con las que has salido. Estoy segura de que solo te está protegiendo. Y no solo está buenísimo, sino que te quiere, te quiere de verdad. Todo el mundo lo dijo después de la cena. No cabe duda de que está total y absolutamente enamorado de ti. Eso es lo que todas esperamos. Ojalá tuviera yo eso. Ojalá tuviera lo que tú tienes.
—Lo sé. —Intenté que no me oyera llorar.
—Oye, cielo, tengo que colgar. Llámame el fin de semana, ¿de acuerdo?
—Lo haré. Y tú diviértete. Y cuídate, ¿vale?
—No te preocupes. Ciao, hablamos pronto. Ciao, nena. —Y colgó.