Domingo, 23 de diciembre de 2007

De nuevo es domingo y está nublado, así que, en teoría, puede ser un buen día. Hoy puedo hacer todo lo que me apetezca: ir de compras, cocinar, comer lo que quiera, hasta hacer ejercicio. Tal vez vaya a correr más tarde.

Por el momento, sin embargo, todo me parece una mierda total y absoluta.

Después de que Stuart me dejara plantada delante de mi piso y se fuera arriba, sentí que me había puesto completamente en ridículo. En aquel momento fue una especie de sensación leve, ya que todavía me sentía un poco achispada y confusa por haberme bebido dos copas de vino (¡dos copas!, madre mía), pero ahora, bajo la fría luz de una mañana de diciembre gris y ventosa, lo único en lo que puedo pensar es la forma en que le dije alegremente que me habían internado no una, sino dos veces, y en cómo se quedó helado cuando lo besé, en cómo se zafó de mis dedos, que se aferraban a él, para salir corriendo tan rápido como las piernas se lo permitieron escaleras arriba.

¿Qué demonios creía que estaba haciendo? Tuvo que haber notado la desesperación que irradiaba. No me extraña que esté como una cabra. No me extraña que no pueda salir de casa sin revisarlo todo cuarenta veces.

Ahora no solo estoy como una cabra, sino que soy una persona que está como una cabra, desesperada, y que necesita un polvo con tanta urgencia que prácticamente tiene que abalanzarse sobre el único macho que ha mostrado cierto interés durante el último año. Y, por si eso no fuera suficiente, ese hombre era psicólogo, así que si alguien reconocía la locura, era él.

Cuando entré por la puerta, me vi de refilón en el espejo. Tenía la cara húmeda por las lágrimas, que debía de haber estado derramando sin darme cuenta, mientras él me besaba. Debajo de las lágrimas, tenía las mejillas encendidísimas. No parecía que estuviera al borde del colapso por el beso que me acababan de dar, sino más bien parecía que me hubieran dejado. Algo, que en cierto modo, había sucedido.

Desde un punto de vista más positivo, sin embargo, todo ello me aportó tal grado de distracción de mis aflicciones habituales que anoche conseguí irme a la cama tras comprobar el piso una vez. Una.

Sin embargo, no dormí. Me quedé despierta durante horas, rumiando todo lo que él había dicho y todo lo que yo había dicho, intentando analizar las partes en las que pensaba que había intentado decirme que le gustaba, y lo único que conseguí fueron palabras poco convincentes que podían ser interpretadas de formas diferentes, que no estaba preparado para una relación (algo que había dicho él mismo) y que yo tampoco lo estaba (algo que él mismo había dicho también) y que las había pasado putas con su prometida. Lo que se leía entre líneas era que necesitaba mi compañía y que le gustaba estar conmigo porque, obviamente, si ninguno de los dos quería tener una relación, era completamente seguro pasar el rato conmigo sin que yo me abalanzara sobre él. Y todo ello lo había dicho justo antes de que yo le saltara al puñetero cuello.

Mierda.

A eso de las tres de la mañana, me levanté, encendí la calefacción y me senté temblando en bata durante diez minutos, con una taza de té. Cuando empecé a entrar en calor, decidí poner en práctica lo de la respiración. ¿Por qué no? Después de todo, no tenía ninguna maldita cosa más que hacer.

Esa vez intenté con todas mis fuerzas hacerlo sin pensar en Stuart. Pensar en él ahora solo empeoraría las cosas en vez de mejorarlas. Por supuesto, cuanto más me empeñaba en no pensar en él, más imposible se me hacía. Levanté la vista al techo, escuchando el atronador silencio de mis propios oídos, mientras me preguntaba si él también estaría teniendo problemas para conciliar el sueño. Si era así, sería porque estaría allí tumbado preguntándose qué demonios iba a decirme la próxima vez que me viera.

«Hola, sí, sé que te devolví el beso, pero la verdad es que preferiría afeitarme las cejas antes que volver a besarte. ¿Te importaría no volver a abalanzarte sobre mí? Muchísimas gracias».

Incluso intenté darme una severa charla a mí misma.

«NO pienso dejar que esto me haga retroceder. Me voy a curar del TOC. Voy a ir mejorando día a día. Me voy a curar porque yo PUEDO hacerlo. Lo único que ha hecho él ha sido demostrármelo, no es él quien me está haciendo mejorar, soy yo la que mejoro».

Después volví a intentar respirar profundamente y esa vez lo conseguí. Solo durante tres minutos, y fue un alivio cuando el temporizador sonó. Me sentía más tranquila, así que regresé a la cama y, cuando fuera empezaba a hacerse de día, finalmente conseguí dormir.

Esta mañana me desperté y, por un instante, solo fui capaz de recordar la sensación de ser besada, de lo bien que sabía y lo fuerte, cálido y seguro que me parecía, hasta que, de repente, recordé el contexto de todo aquello y sentí náuseas.

Después de la taza de té de las ocho, decidí ser valiente y salir a correr. Me puse el chándal y las zapatillas mientras observaba las nubes a través de la ventana, preguntándome si llovería. Pensé que aquello acabaría de rematarme y que no era más que lo que me merecía; media hora corriendo bajo la lluvia o, mejor aún, bajo aguanieve. Era precisamente lo que me había ganado.

Comprobé el piso tres veces, algo que no estaba tan mal, pero tampoco bien para ser fin de semana. Usé un gran imperdible para sujetar la llave de la puerta al bolsillo del chándal, me cercioré de que estuviera bien cerrado y, finalmente, pude irme.

Hacía más viento de lo que creía y el camino que tomé para ir al parque hizo que tuviera que correr con el viento en contra la mayor parte del tiempo. Cuando llegué a la entrada, ya no sentía la cara. Una vez dentro del recinto, corrí lo más rápido que pude colina arriba, respirando hasta que el pecho empezó a dolerme y recuperando el aliento arriba del todo, mientras miraba el paisaje que se extendía hacia el río, Canary Wharf y el Dome. Las nubes atravesaban el cielo como misiles, cada minuto que pasaba más oscuras y tormentosas.

Volví a bajar la colina, completé una vuelta entera al parque y llegué a la entrada justo cuando las nubes se quebraron y empezaron a caer grandes gotas de lluvia helada. Pensé en cobijarme bajo el toldo de la cafetería, que estaba cerrada, pero no me gustaba estar en el parque más tiempo del necesario, especialmente bajo aquella especie de penumbra que me impedía ver si alguien se acercaba. Así que eché a correr.

Y, cómo no, cuando llegué a Talbot Street, la lluvia empezó a transformarse en una suave llovizna. Estaba empapada, tenía el pelo de punta en todas direcciones por la lluvia y mi propio sudor, y las mejillas todavía me escocían por culpa del frío.

Justo cuando llegué al edificio, la puerta de la calle se abrió y salió Stuart. Estaba tan ocupado comprobando que la puerta quedara bien cerrada tras él que al principio no me vio y, por un momento, me planteé la posibilidad de ocultarme en el portal de al lado.

Demasiado tarde.

—¡Hola! —exclamó, y su voz sonó tan radiante y cordial que me quedé de piedra.

—Hola —respondí, tragando saliva y deseando haber corrido solo un poco más rápido para haber llegado a casa antes de que él saliera.

—Voy a comprar algo para desayunar. ¿Te apetece?

—Tengo que cambiarme —dije, no muy convencida.

—Vale —dijo mientras miraba mi chándal empapado—. Tú ve a ponerte algo seco. Cuando acabes, sube a casa. ¿Huevos con beicon te parece bien?

—Perfecto —respondí.

Me sonrió y se dispuso a pasar a mi lado.

—Stuart —dije.

Él se volvió hacia mí, con las llaves en la mano.

—Solo quería decirte…, esto…, gracias. Por lo de anoche. Por…, ya sabes. Por no entrar. Por rechazarme. Lo siento, creo que el vino se me subió un poco a la cabeza.

Él parecía confundido.

—Yo no te rechacé.

—¿Qué? ¿No?

Dio un paso hacia mí y me puso una mano sobre la parte de arriba del brazo, como había hecho aquella noche para tranquilizarme.

—No. Lo que pasa es que no quería aprovecharme de ti.

—¿No es lo mismo?

—No, no es lo mismo en absoluto. Nunca te habría rechazado.

Me sonrió mientras el corazón me latía con fuerza, y no por la carrera.

—Te veo en un minuto —añadió y se fue hacia High Street. Yo me quedé allí, sin aliento, mirando hacia él hasta que dobló la esquina.