Viernes, 31 de octubre de 2003

Viernes por la noche, Halloween. Los bares de la ciudad estaban todos llenos hasta la bandera.

En el Cheshire Armas me tomé una sidra y un vodka y no sé cómo perdí a Claire, a Louise y a Sylvia e hice una nueva amiga llamada Kelly. Kelly había ido a la misma universidad que yo, aunque no me acordaba de ella. Aquello no supuso ningún problema para ninguna de las dos. Kelly iba vestida de bruja sin escoba, enfundada en unos pantis de rayas naranjas y con una peluca negra de nailon, y yo de concubina de Satán, con un vestido rojo de satén entallado y unos zapatos de seda de color rojo cereza que me habían costado más que el vestido. Ya me habían metido mano unas cuantas veces.

Una por una, la mayoría de las personas empezaron a irse para coger el bus nocturno, para ponerse en la cola de los taxis o para alejarse tambaleantes del centro de la ciudad en la helada noche. Kelly y yo nos dirigimos al bar River, ya que era el único sitio en el que todavía podrían dejarnos entrar.

—Vas a triunfar con ese vestido, Catherine —dijo Kelly con los dientes castañeteando.

—Joder, eso espero, me ha costado una pasta.

—¿Crees que habrá algo decente ahí dentro? —preguntó mi nueva amiga, mientras escrutaba esperanzada la concurrida cola.

—Lo dudo. De todos modos, ¿no pasabas de los hombres?

—He dicho que ya no creía en las relaciones. Pero eso no significa que pase del sexo.

Hacía un frío glacial y estaba empezando a lloviznar, el viento esparcía los olores de un viernes por la noche a mi alrededor, levantándome la falda. Me ajusté más la chaqueta y crucé los brazos sobre ella.

Nos dirigimos a la entrada VIP. Recuerdo que me estaba preguntando si sería una buena idea, si no sería mejor dar por terminada la noche, cuando me percaté de que a Kelly ya la habían dejado entrar y me dispuse a seguirla. Un armario empotrado con un traje de color gris marengo me cerró el paso.

Levanté la vista para descubrir un par de increíbles ojos azules y un cabello corto y rubio. No era el tipo de persona con quien te gustaría discutir.

—Espera —dijo la voz y levanté la vista hacia el portero. No era enorme como los otros dos, pero aun así era más alto que yo. Tenía una sonrisa muy bonita.

—Hola —dije—. ¿Puedo entrar con mi amiga?

Se quedó callado un instante y me miró solo durante una décima de segundo más de lo que correspondía.

—Sí —dijo finalmente—. Claro. Es que…

Esperé a que continuara.

—Es que ¿qué?

Echó un vistazo hacia donde el personal de la otra puerta estaba ligando con unas adolescentes que se esforzaban en conseguir entrar por todos los medios.

—Es que, por un momento, no me podía creer que tuviera tanta suerte. Nada más.

Me reí al lado de su mejilla.

—¿Qué pasa, no ha sido una buena noche?

—Me encantan los vestidos rojos —dijo.

—No creo que este te sirva.

Se echó a reír y apartó la cuerda de terciopelo hacia un lado para dejarme entrar. Noté que me vigilaba mientras dejaba la chaqueta en el guardarropa, volví la cabeza para echar una mirada fortuita hacia la puerta y lo volví a ver, observándome. Le sonreí y subí las escaleras, hacia el bar.

Lo único que me interesaba aquella noche era bailar hasta volverme loca, sonreír y reírme de la gente con mi nueva mejor amiga, bailar con aquel vestido rojo hasta llamar la atención de alguien, de cualquiera y, sobre todo, encontrar algún rincón oscuro en el local para que me follaran contra una pared.