Miércoles, 17 de diciembre de 2003

Pronto caí en la cuenta de que, cuando Lee trabajaba, se pasaba fuera varios días seguidos. Algunos de ellos me llamaba constantemente y me enviaba mensajes de texto entre medias preguntándome cómo estaba, deseando estar conmigo, queriendo saber lo que estaba haciendo. Otros, obviamente, no podía usar el teléfono y me abandonaba por completo.

El jueves por la tarde, volví a casa después de trabajar. Ya era de noche. No sabía nada de él desde el sábado. Paré en el supermercado y me compré algo para cenar. Iba a hacer pollo estofado para que me sobrara para el día siguiente.

El domingo y el lunes me había pasado la mayor parte del día comprobando el teléfono por si había llamado. El martes solo lo comprobé un par de veces. Hoy casi ni lo había mirado. Me preguntaba si estaría bien. Mientras echaba un vistazo a las frutas y a las verduras, me sorprendí a mí misma recordando cuántos días llevaba fuera. ¿Cuánto tiempo había estado lejos de mí, como máximo, desde que nos habíamos conocido? Unos días, una semana, pero normalmente no pasaba más de un día o dos sin ponerse en contacto conmigo. Le había enviado un mensaje el lunes por la noche, pero no había contestado. Intenté llamarlo y el teléfono estaba apagado. Eso por sí mismo no era nada extraño; cuando trabajaba solía apagar el móvil, o estar en sitios donde no lo podía cargar.

Era raro estar sin él. A pesar de lo agobiada que me sentía a veces cuando estaba conmigo, al mismo tiempo me hacía sentir segura. Ahora que volvía a estar sola, me sentía desprotegida, insegura, vulnerable. En el supermercado no podía evitar sentir que alguien me observaba.

Después de llegar a casa, tirar la compra en la cocina y encender algunas luces, me sentí mejor. Había una llamada perdida en el teléfono fijo, de un número oculto. Me pregunté si sería Lee que intentaba hablar conmigo, pero él me habría llamado antes al móvil.

Hice la cena cantando para mis adentros, deseando ponerme a remojo en la bañera con un libro. Cuanto estuvo todo listo, cogí unos cubiertos del cajón de la cocina y me senté en el sofá a comer.

Si le pasaba algo a Lee en el trabajo, ¿lo sabría?, ¿llegaría a enterarme? Me había dejado claro que ninguna de las personas con las que trabajaba sabía nada de mí. Era «mejor así: más seguro». ¿Y si estaba herido? ¿Y si se metía en otra pelea, en una seria, y lo apuñalaban o le disparaban? ¿Llegaría siquiera a enterarme?

Lavé los platos en el fregadero y los sequé sin dejar de pensar en él, en dónde estaría, en qué estaría haciendo. Guardé el cuchillo y el tenedor en el cajón y noté algo raro. Los cuchillos y los tenedores estaban cambiados de sitio. Había vuelto a meter los limpios, y estaban en el lugar equivocado: había un tenedor en medio de los cuchillos y un cuchillo en medio de los tenedores.

Esta mañana no estaban así. ¿O sí? Me obligué a recordar el momento en el que había hecho la tostada. ¿De dónde había cogido el cuchillo? Debía de estar en el sitio correcto, si no, habría intentado untar la tostada con el tenedor.

Cogí a puñados los cubiertos y los volví a poner en su lugar.

No entendía qué había pasado. Subí al piso de arriba para preparar la bañera y en cuanto encendí la luz del baño lo vi: habían cambiado el cesto de la ropa sucia del lado izquierdo del lavabo al derecho. Me chocó de inmediato.

Lo volví a mover.

Alguien había estado allí.

Fui de habitación en habitación buscando cambios, buscando cosas que estuvieran diferentes. Me llevó una hora revisarlo todo y, cuando acabé, aún no estaba convencida de que lo hubiera hecho como era debido. ¿Me estaba volviendo loca? ¿Seguro que no era capaz de olvidarme de algo como mover muebles o cambiar el orden del cajón de los cubiertos? ¿Y por qué iba a hacer algo así? El cesto de la ropa sucia ni siquiera encajaba bien a la derecha del lavabo, no había espacio suficiente entre este y la bañera, sino que sobresalía.

La pregunta que me rondaba la cabeza no era tanto quién había estado allí, no había señales de que nadie hubiera entrado, así que fuera quien fuera tenía llave, lo que significaba que tenía que haber sido Lee. La pregunta era más bien: ¿por qué? ¿Por qué iba a entrar y empezar a mover cosas?

Seguí mirando por si había en algún sitio una nota que lo explicara y que hubiera salido volando hacia algún lugar fuera de la vista al haber cerrado la puerta tras él. No había ninguna nota.