Viernes, 30 de abril de 2004
Lee trabaja todo el fin de semana; para variar, me lo ha dicho con antelación. No sé si es una prueba para ver si voy a salir corriendo. Estoy segura de que no sabe lo de Nueva York, así que creo que en parte espera que intente alejarme de él de alguna otra forma. Hasta me dijo que debería salir por la noche y ver a mis amigas.
Durante las últimas semanas ha estado actuando más que nunca como si nuestra relación fuera normal. No ha sido violento conmigo; no ha aparecido de forma inesperada, ni siquiera me ha exigido nada descabellado. Lo cierto es que hasta está siendo amable: cuidó de mí cuando estuve resfriada la semana pasada, me hizo la cena y fue a hacer la compra. Si no hubiera visto esa otra parte de él, creo que estaría contenta con la marcha de la relación.
Las cosas mejoraron cuando le dije que estaba barajando la posibilidad de pedir una excedencia en el trabajo. Lo hice como medida de precaución; si alguien del trabajo llamaba o si se me escapaba algo, sería una excusa en la que apoyarme. Además, él siempre quiso que yo dejara de trabajar, desde el principio. Yo creía que era porque quería verme más, pero por supuesto era todo cuestión de control, incluso entonces.
Ahora lo conozco mucho mejor. Cuando estoy trabajando, me llama a horas extrañas. Si vuelvo a mi mesa y veo una llamada perdida suya, tengo que llamarlo de inmediato. Siempre me pregunta si voy a estar fuera de la oficina, si tengo alguna reunión… Conoce mi agenda mejor que yo. Una vez me llamaron para una reunión con el director general que duró varias horas; cuando le devolví la llamada, esperaba que estuviera enfadado conmigo, pero no fue así. Al final resultó que había ido en coche hasta donde yo trabajo, había visto mi coche en el aparcamiento, lo había abierto con su llave (ahora tenía un juego duplicado de mis llaves, yo no se las había dado, pero él las tenía de todas formas) y había comprobado que no había nada raro en el cuentakilómetros, lo que significaba que no había ido a ningún sitio sin avisarlo. Sabe exactamente cuántos kilómetros tiene mi coche y cuántos kilómetros hay de casa al trabajo y viceversa. No me puedo desviar de la ruta.
No he intentado cuestionar nada de eso. Sé que está mal. Sé que me tiene completamente controlada. El hecho de saber todo eso es mi propia rebelión privada. Él no sabe lo que se me pasa por la cabeza. No sabe que voy a buscar una oportunidad para escapar, ni que sé que solo puedo intentarlo una vez. Me matará, sé que lo hará, si la cago.
He estado en contacto con Jonathan. Le hablé sin tapujos y le pregunté por qué había pensado en mí para ese trabajo en Nueva York. No recuerdo haberle comentado a nadie que algún día me gustaría tener mi propia empresa, pero no me sorprendería haberlo dicho en estado de ebriedad en alguna cena, en un congreso. En cualquier caso, me da igual en qué consista el trabajo —aunque trabajaré duro en lo que sea—, es la vía de escape que estaba buscando. Por suerte, lo puedo arreglar todo por correo electrónico desde la oficina, no me tiene que llegar a casa nada de nada, ni falta que hace. Cuando me llegó el pasaporte nuevo hace una semana, me lo llevé al trabajo y lo guardé en el cajón.
Espero que Jonathan me acepte, porque ya casi he dado por hecho que esto va a ir para adelante. No creo que mi cordura sobreviva de no ser así. Han dejado de enviarme las facturas de la tarjeta de crédito en papel hace mucho tiempo, así que, si tengo que reservar algún vuelo, Lee no debería enterarse. Los correos electrónicos los leo en el trabajo. Después del robo, no me molesté en reemplazar el portátil. No parecía tener ningún sentido.
Así que, por ahora, puede vigilarme todo lo que quiera; mi estancia en Lancaster tiene los días contados. Pronto seré libre.