Lunes, 24 de diciembre de 2007
Volví en mí poco a poco, la cara contra la alfombra, el olor a vómito en la nariz. Casi inmediatamente tuve un nuevo ataque de pánico. Stuart había intentado hacerme respirar despacio. Me abrazó, me acarició la cara, me habló tranquilamente, pero al principio no funcionó. Ni siquiera lo oía. Volví a vomitar. Por suerte respiraba lo suficiente como para no sufrir otro desmayo, aunque, en cierto modo, la inconsciencia habría sido más agradable.
Finalmente le oí decir: «Vuelve conmigo. Respira conmigo, Cathy, venga. No quiero tener que pedir ayuda. Respira conmigo. Puedes hacerlo, vamos».
Pasó mucho tiempo antes de que estuviera lo suficientemente tranquila como para oírlo bien y entender lo que decía. Me trajo ropa limpia, unos pantalones de chándal y una camiseta, porque no quería dejarme sola en el piso y yo no estaba en condiciones de ir abajo. Me sentía tan débil que apenas podía ponerme en pie, así que me ayudó a llegar al baño y se fue para que me desvistiera y me metiera en la bañera que había preparado para mí. Él esperó al otro lado de la puerta entornada, hablándome mientras estaba allí sentada, temblando, intentando no mirarme, tratando de no ver las cicatrices y lo que significaban.
Me sentía como si él hubiera regresado de nuevo a mi cabeza. O aún no: pero estaba esperando. Sus imágenes, las que había luchado para mantener a raya, seguían allí. Habían dejado de escocer tanto. Pero ahora…
Usé el gel de ducha de Stuart y las manos me temblaban tanto que se me derramó encima de la muñeca y en el agua de la bañera, pero conseguí hacerme con la cantidad suficiente como para lavarme las manos e intentar librarme del olor a vómito que tenía en el pelo y en el cuerpo. El aroma del gel, curiosamente familiar, me hizo sentir un poco mejor. Me mojé la cara y me enjuagué la boca con agua de la bañera llena de jabón.
—He estado pensando en la primera vez que te vi —estaba diciendo Stuart, y su voz sonó tan cercana como si estuviera sentado a mi lado, aunque entraba a través de la puerta entreabierta. Estaba sentado en el suelo, fuera, en el pasillo. Podía ver sus piernas extendidas delante de él—. Aquel agente inmobiliario entró sin preguntar por la puerta, debías de estar en plena comprobación. Me miraste con una cara de asco tremenda.
—No me acuerdo, ¿sí? —Me castañeteaban los dientes. Tenía la garganta irritada. ¿Había estado gritando? Me sentía como si lo hubiera hecho.
—Sí.
—La puerta estaba abierta, no la habían cerrado con llave.
Stuart se rio.
—Pobrecita, ¿cómo conseguiste sobrevivir con esa gente dejando la puerta abierta constantemente? Madre mía. —Entonces su tono de voz cambió—. Me mirabas con esa especie de pavor que sientes cuando alguien cruza el umbral mientras estás en plena comprobación de la puerta. Pensé que eras la fierecilla más guapa que había visto nunca.
Tiré del tapón con los dedos entumecidos. Escuché el sonido del agua al vaciarse. Había oído ese ruido desde mi cama, en el piso de abajo, el silbido y el borboteo, mientras me preguntaba qué hacía Stuart dándose un baño a las tres de la mañana.
—Yo no soy guapa —dije en voz baja, mientras observaba las cicatrices de mi brazo izquierdo y aquellas más profundas en la parte superior de las piernas. Las peores estaban aún rojas y en ellas la piel seguía tirante y picaba.
—Me temo que eso es decisión mía. ¿Has acabado?
Conseguí ponerme en pie y envolverme en una toalla. Todavía estaba un poco húmeda de la ducha de la mañana. Me sentía agotada, sin energías, y me senté en el baño a esperar que la piel se me secara sola. No quería tocarme.
—¿Estarás bien si voy a poner la tetera? —dijo, y el sonido de su voz me sobresaltó—. Y pásame la ropa, la meteré en la lavadora.
—Vale —dije en un ronco susurro. Estaba a punto de perder por completo la voz. Me acordé de la vez que me había pasado eso, al día siguiente, cuando la policía trataba de entrevistarme y yo no podía hablar. Llevaba tres días gritando. Tuvieron que esperar días hasta que recuperé lo suficiente la voz como para poder hablar con ellos de forma normal. A aquellas alturas, por supuesto, él también había hablado mucho ya.
Me puse la camiseta y los pantalones que me había dejado Stuart. Me sentía rara, tan holgada que tenía que tirar hacia arriba de la cinturilla para que no se me cayeran. Me daba la sensación de que estaba medio desnuda, sobre todo porque todavía estaba enseñando los brazos. Las cicatrices eran de consideración. No quería que él las viera. En la parte de atrás de la puerta del baño había un albornoz azul marino. Me lo puse. Casi me daba dos vueltas y prácticamente llegaba hasta el suelo. Eso serviría.
Me reuní con él en la cocina. La lavadora giraba con mi ropa dentro. Había un vago olor a algún tipo de desinfectante. Stuart había puesto una taza de té sobre la mesa de la cocina y me senté allí, palpando con los pies desnudos el suelo ajeno embaldosado. Nunca antes me había quitado los calcetines dentro de aquel piso, mucho menos toda la ropa.
—¿Quieres hablar? —preguntó.
—No creo que pueda —susurré.
—¿Puedes contarme qué te han dicho por teléfono?
Me lo pensé y ensayé las palabras en mi cabeza antes de dejarlas salir.
—Me ha dicho que lo iban a soltar el 28.
—¿Al hombre que te agredió?
—Sí.
Stuart asintió.
—Vale. Bien hecho —me dijo, como si yo fuera una alumna aplicada que acabara de solucionar una complicada ecuación matemática.
—Me dijo que iba a vivir en Lancaster. Cree que no va a bajar aquí.
—¿Sabe dónde vives?
—No creo. Me mudé. Me mudé tres veces. Solo hay una persona, aparte de la policía, con la que siga en contacto desde entonces: Wendy.
—¿Crees que Wendy puede estar en peligro?
Pensé en ello un instante y luego negué con la cabeza.
—No creo que él sepa que nos hicimos amigas. Nunca había hablado con ella hasta el día que me encontró. Después lo detuvieron. Aunque ella sí testificó en el juicio.
Bebí un poco de té. Me hizo daño en la parte de atrás de la garganta, pero fue mágico. Sentí que me tranquilizaba casi de inmediato.
—No te va a pasar nada —dijo Stuart con dulzura—. Ahora estás a salvo. Nunca volverá a hacerte daño.
Intenté sonreír. Quería creerlo, quería confiar en él. No, ya confiaba en él. Después de todo, estaba sentada en su cocina vestida solo con su ropa interior y un albornoz.
—No puedes prometerlo.
Él se lo pensó, antes de responder.
—No, no puedo prometértelo. Pero ya no te enfrentas sola a esto. Y puedes elegir darle la espalda a ese canalla y seguir mejorando y haciéndote cada día más fuerte hasta que ya no tengas miedo o puedes permitirle que te siga haciendo daño. La elección está en tus manos.
Yo estaba sonriendo, muy a mi pesar.
—¿Te vas a quedar aquí esta noche? —preguntó.
Valoré las opciones. Quería irme y empezar a comprobar el piso, pero al mismo tiempo estaba asustada. Me daba miedo volver a casa. Me daba miedo estar en cualquier sitio sin Stuart.
—Sí —dije.
—Dormiré en el sofá.
—No, no me importa. Necesitas una cama cómoda —dije, señalando su hombro.
—La última vez que dormiste en mi sofá se te fue la olla.
—Creo que tengo menos probabilidades de que se me vaya la olla en tu sofá que si me despierto en tu cama.
—Si tú lo dices… ¿Tienes hambre?
No la tenía, pero el guiso que había puesto en el horno hacía horas aún hervía a fuego lento, así que nos lo comimos en cuencos sobre el regazo, con trozos de pan para mojar en la salsa. Estaba caliente y picante y me hizo arder la garganta. Pero sabía bien. Stuart trajo la botella de vino que yo nunca había llegado a abrir y comenzamos a bebérnosla.
—Puede que en realidad no sea una buena idea —dijo mientras terminaba la primera copa de vino.
—¿El qué?
—Lo del alcohol. Tú has tenido una noche dura y yo tengo que estar bien despierto para cocinar la comida de Navidad mañana.
—Sin embargo, sienta bien.
Se volvió hacia mí y sonrió. Parecía exhausto y tenía ojeras.
—Hoy en el trabajo no paraba de pensar en llegar a casa por la noche y emborracharme.
—¿Por qué?
—Las Navidades pasadas no fueron muy buenas, la verdad. Estoy intentando superarlo. Por supuesto, pillarse un pedo no es la solución, pero pensé que me ayudaría.
—¿Qué pasó las Navidades pasadas?
Se sirvió un poco más de vino y me rellenó la copa, aunque solo le había dado unos sorbos.
—Fue cuando todo empezó a ir mal con Hannah.
—¿Tu prometida?
Stuart asintió.
—Preparé la cena de Navidad. Éramos cuatro: Hannah y yo, su hermano Simon y su novia Rosie. Simon era mi mejor amigo de la uni, por eso conocí a Hannah. Acabábamos de comer cuando a Han la llamaron al móvil. Se suponía que no estaba de guardia, pero me dijo que era una emergencia y que iba a ir de todos modos. Simon se cabreó mucho con ella, le echó la bronca, pero ella lo mandó a paseo, cogió el abrigo y se largó. Simon estaba fuera de sí, yo no entendía nada y no paraba de decirle que lo dejara ya. El ambiente se enrareció, se fueron al cabo de un rato y me quedé solo hasta que ella volvió a casa, a las tres de la mañana. Yo me había quedado dormido en el sofá, esperándola.
Se volvió para mirarme, con el ceño fruncido por el recuerdo.
—Fue una Navidad de mierda, la verdad. Resulta que le había prometido al hombre con el que salía que iba a pasar la Navidad con él. Simon lo sabía todo. Había estado a punto de contármelo, al parecer, por eso Rosie se empeñó en que se fuera. No quería fastidiarme la Navidad.
—¿Cuándo te enteraste?
—No fue hasta julio. —Stuart se recostó en el sofá y acabó la copa de vino—. No quiero hablar de ello —dijo tajantemente.
Lavó los cuencos mientras yo veía la última edición de las noticias, luego cogió el edredón de la cama y me envolvió en él. Era enorme.
—Tengo un saco de dormir en el armario —dijo—. Tú quédate con esto.
—Gracias —dije. Se me quedó mirando un momento y noté que el corazón se me aceleraba. Si hubiera intentado besarme otra vez, no sé qué habría hecho. Pero simplemente sonrió y volvió a la habitación. Lo oí enredar por el piso, apagar las luces de la cocina y encender la del pasillo, y me recosté en el sofá bajo aquella cálida y suave montaña acolchada que olía a detergente y ligeramente a su loción para después del afeitado. Nunca pensé ni por un momento que fuera a ser capaz de dormir. Me quedé allí tumbada, pensando en no dormirme, hasta que lo hice.