Jueves, 20 de mayo de 2004
Esperaba de corazón que Lee estuviera trabajando el día que planeaba escapar. En cierto modo, sin embargo, tenerlo conmigo en casa era mejor. Mientras estuviera allí vigilándome, al menos sabía exactamente dónde estaba. Y si conseguía irme lo suficientemente temprano, hasta podría disponer de cierta ventaja.
La noche anterior había llegado a casa tarde, cuando yo estaba viendo una película en el sofá. Mi cabeza echaba chispas con todo aquello, con el hecho de pensar en librarme de él, con el miedo a que todo saliera horriblemente mal. Cuando oí la llave en la puerta, me obligué a sonreír, a mantener la calma, a que no se me notara nada.
Llevaba puesto un traje. Colgó la chaqueta en el respaldo de la silla del comedor y se acercó a darme un beso.
—¿Quieres algo? —pregunté.
—Una cerveza estaría bien —dijo. Parecía cansado.
Fui a por una botella a la nevera y se la llevé.
—Estaba pensando —dijo— que deberíamos irnos de vacaciones. ¿Qué te parece? Alejarnos de todo un poco, solos tú y yo.
—Suena bien.
—¿Ya has enviado esos formularios para el pasaporte?
Lo miré con la esperanza de que no se hubiera dado cuenta de que me había sobresaltado.
—Ya los he enviado. Pero aún no me han mandado nada. Tardan siglos, ¿no?
Lee alzó las cejas y le dio un trago a la botella.
—Siempre he querido ir a Estados Unidos. Nunca he estado. ¿Y tú?
—No.
—A Las Vegas, tal vez. O a Nueva York. ¿Qué opinas?
El corazón me latía con tal fuerza, que seguro que podía oírlo.
—Hum…
—¿Sabes que te quiero, Catherine?
Yo le sonreí.
—Claro.
—Creo que es importante que seamos sinceros el uno con el otro. ¿Tú me quieres?
—Sí.
—Podríamos casarnos. En Las Vegas. ¿Qué te parece?
En aquel preciso momento habría sido capaz de acceder a lo que fuera para que se callara. Solo necesitaba unas cuantas horas más.
—Me parece que suena maravilloso —dije. Y lo besé.