Lunes, 2 de febrero de 2004

La alegría llegaba y se evaporaba como un hálito fantasmagórico. Durante el mes de enero, pasé de desear que Lee se fuera a trabajar a echarlo de menos y a desear que volviera de nuevo al trabajo.

Cuando abrí la puerta, lo primero que pensé fue que Lee había vuelto a estar en casa, cambiando las cosas de sitio. Había un olor, un efluvio procedente de algún lugar. Notaba la casa fría, extraña.

—¿Hola? ¿Lee? —grité, aunque sabía que estaba trabajando porque me había enviado unos cuantos mensajes antes. No me parecería raro que volviera antes a casa para darme una sorpresa, sin embargo, así que tomé la precaución de entrar en el salón por si estaba allí escondido con la intención de darme un susto.

No estaba desordenada, como se suponía que debía estar una casa en la que hubieran entrado a robar. Solo cuando me di cuenta de que el portátil había desaparecido, con cargador y todo, miré hacia las puertas del jardín y vi que estaban entreabiertas y que la cerradura estaba rota por fuera como si alguien la hubiera forzado.

Cogí el bolso para buscar el móvil y marqué el número de Lee.

—Hola —dijo—. ¿Qué pasa?

—Creo que alguien ha entrado en casa —contesté.

—¿Qué?

—La puerta de atrás está abierta. Y el portátil ha desaparecido.

—¿Dónde estás ahora?

—En la cocina, ¿por qué?

—No toques nada, vete al coche y espera allí, ¿vale? Voy para allá.

—¿Llamo a la policía?

—Yo lo haré. Llegaré en un minuto. ¿Vale? ¿Catherine?

—Sí… Sí. Estoy bien.

Fuera, sentada en el coche, empecé a temblar y a llorar. No era por el portátil. Era por el hecho de pensar que alguien había estado allí, que había entrado en casa y revuelto mis cosas. Puede que incluso siguiera allí.

El coche patrulla llegó minutos antes de que lo hiciera Lee, y aunque yo ya les estaba contando lo que había sucedido, Lee le estrechó la mano al agente y entraron los dos en la casa, dejándome a mí fuera, al lado del coche. Media hora después, llegó una furgoneta blanca con una agente de la policía científica que me dijo su nombre, aunque olvidé cuál era al cabo de unos segundos. Entré con ella en casa y le enseñé la cerradura y la mesa del comedor, donde estaba el ordenador.

Muy pronto, Lee y el policía uniformado bajaron del piso de arriba. Intercambiaron un montón de apretones de manos y risas, y el agente se fue.

Le preparé a la mujer de la policía científica una taza de té mientras ella esparcía el polvo para buscar huellas y tomaba muestras de algunas superficies. Me dio la sensación de que lo hacía todo bastante al azar.

Cuando se marchó, empecé a llorar de nuevo.

—Lo siento —dije mientras Lee me acogía entre sus brazos y me abrazaba.

—No pasa nada —dijo—. Estás a salvo. Estoy aquí.

—No soporto pensar que alguien ha entrado aquí —dije.

—He llamado por lo de las cerraduras. Vendrán en un minuto. No te preocupes. ¿Quieres que me quede esta noche?

—Se supone que tienes que trabajar, ¿no?

—Puedo escaquearme. Basta con que deje el teléfono encendido por si pasa algo, ¿vale?

Asentí.

Más tarde, horas después, con la puerta trasera asegurada con una nueva cerradura, Lee me hizo el amor en la cama, esa vez con suavidad, tomándoselo con calma. Entretanto, yo pensaba quién sería, me preguntaba si habría estado allí, en nuestra habitación. Y qué más habría tocado.

Fue tan dulce conmigo, tan cariñoso, que al final alguna de las cosas que me hizo logró que dejara de pensar en el intruso y que me dejara llevar por el tacto de sus dedos y de su boca.

Cuando al final abrí los ojos, estaba observando mi cara, con una sonrisa en los labios.

—Deberías hacerlo más a menudo —murmuró.

—¿El qué?

—Dejarte llevar.

—Lee, no te vayas, ¿vale?

—Me voy a quedar aquí. Puedes dormir, si quieres. —Me pasó los dedos por la sien y mejilla abajo—. ¿Has pensado en lo que te pregunté?

Me pregunté si merecía la pena fingir no saber de lo que hablaba.

—Sí, lo he pensado —dije.

—¿Y?

Abrí los ojos y lo miré, soñolienta.

—Sigue preguntando —dije—. Algún día te sorprenderé y te diré que sí.

Él sonrió, extendió la mano y me acarició la mejilla con un gesto largo y suave que empezó en la cara y acabó en el lateral del muslo. Me dijo que me quería con una voz que apenas era un susurro. Me gustaba cuando era así: dulce, tranquilo, feliz.