Viernes, 21 de diciembre de 2007

Cuando esta noche llegué a casa del trabajo, había una nota esperándome.

El verla me hizo sonreír. Me estaba esperando fuera de casa, en el rellano, justo delante de la puerta. Supuse que Stuart habría pensado que podía no parecerme muy bien que la metiera por debajo de la puerta para introducirla en el piso y la había dejado fuera, consciente de que nadie más aparte de él iba a pasar por delante de ella.

La cogí antes de empezar a comprobar la puerta, me la guardé en el bolsillo del abrigo y finalmente la leí una hora y media después, cuando por fin me senté en la sala.

«C, espero que estés bien. He estado pensando en ti. ¿Te apetece ir a tomar una copa o algo el sábado? Bs. S».

«Madre mía, sí quiero». Ese fue mi primer pensamiento. Aquello en sí mismo me hizo reír. ¿Yo saliendo a tomar una copa? ¿Con un hombre que sabía que tenía problemas mentales? ¿Que me había visto con un ataque de pánico? Debía de estar mejorando.

Había estado practicando la respiración profunda, como sugería parte del material que Stuart me había impreso. Ya lo había intentado antes, el año pasado, cuando no dejaba de empeorar y empeorar, pero entonces los ataques de pánico y los pensamientos horribles me acechaban y entraba en pánico antes de poder intentar siquiera pensar en calmarme. Entonces empezaba a entrar en pánico porque no estaba respirando bien, no lo estaba haciendo correctamente y eso, en cierto modo, empeoraba las cosas.

Ahora que tenía más claros los factores que los desencadenaban, tal vez funcionase. Así que cada tarde, después del trabajo, fui introduciendo una nueva regla en mi tarea diaria. Tras comprobar el piso, me sentaba en el suelo de la sala, cerraba los ojos y respiraba. Lentamente, inspiraba y exhalaba. Empecé haciéndolo durante tres minutos. Los contaba con el temporizador de la cocina. Al principio era una lucha mantener los ojos cerrados tanto tiempo, ya que todos los sonidos me perturbaban. Las primeras veces me di cuenta de que mi viejo perfeccionismo, el deseo de controlar mi vida, hacía que me regañara a mí misma por hacerlo mal si abría los ojos antes de que el temporizador acabara o si miraba hacia la ventana al oír cualquier ruido abajo, en la calle.

Así es cómo empieza todo. Hago algo que me parece una buena idea. Cerrar el piso con llave es una buena idea, al fin y al cabo, ¿no? Luego, por alguna razón, un día no lo hago correctamente y eso es un error, porque, si vas a hacer algo en tu propio beneficio, tienes que hacerlo bien o no tiene sentido. Luego empiezo a darle vueltas al tema y a imaginarme todas las cosas horribles que pueden pasar si lo hago todo mal, si la fastidio como he fastidiado tantas otras cosas en mi mierda de vida.

Así que la primera vez que probé a hacer los ejercicios de respiración profunda todo fue fatal y acabé haciéndolos dos veces. Las dos me salieron mal y tuve que comprobar el piso de nuevo tres veces para compensar el fracaso.

Todo aquello era un poco desagradable y me encontré preguntándome si ver a un médico y estar en contacto de nuevo con la medicina había sido la mejor manera de proceder. Estaba haciendo lo correcto, ¿no? Seguía viva, ¿no?

Lo volví a intentar más tarde, antes de irme a la cama, y la segunda vez no estuvo tan mal. De hecho, mientras hacía los ejercicios de respiración, me encontré a mí misma recordando a Stuart agarrándome de la mano, hablándome mientras yo respiraba como si estuviera sentado en mi frío suelo, con aquella voz reconfortante y tranquila y su mirada ansiosa. Antes de darme cuenta el temporizador había acabado y había logrado estar tres minutos sin abrir los ojos.

Esa noche dormí mejor de lo que lo había hecho en mucho tiempo.

Dejé la nota de Stuart en el suelo delante de mí, crucé las piernas, me pasé un rato escuchando los sonidos de dentro y fuera del piso y entonces cerré los ojos y empecé. Inspirar. Exhalar. Inspirar. Exhalar. Llegué a la conclusión de que imaginarme que Stuart estaba conmigo era la única manera en que iba a funcionar. Qué diablos, si funcionaba debía de ser algo bueno, ¿no? Así que hice que se levantara del frío suelo por el que se filtraba el aire y, en lugar de ello, me fui con él arriba, a su sala de estar, a los anchos y profundos sofás para hacer que se recostara en su suavidad. Hacía sol y calor, el sol se colaba por la ventana y le daba en la cara, tenía una mano sobre la parte superior de mi brazo y me estaba diciendo cosas que ya me había dicho antes, además de algunas otras.

—Estoy aquí. No pasa nada, estás a salvo. Ahora respira: inspira. Y exhala. Una vez más, inspira… y exhala. Eso es, lo estás haciendo muy bien. Inspira. Y exhala.

Cinco minutos más tarde abrí un ojo y miré hacia el reloj de la cocina.

Había olvidado poner el maldito temporizador.