Miércoles, 7 de enero de 2004

Lee apenas me dirigió la palabra de camino a casa.

Había parado a comprar una bolsa de patatas fritas en la tienda de comida para llevar de Prospect Street. Estaban sin abrir sobre la mesa del comedor y su olor me hacía la boca agua, a pesar del hecho de que había perdido por completo el apetito. Estábamos en el sofá, a oscuras. Él se había sentado y me había puesto en su regazo. Yo estaba rígida y con el ceño fruncido, como una niña malhumorada. Ni siquiera recordaba ya exactamente por qué estaba tan enfadada.

—Tenemos que hablar de esto —dijo con dulzura. Me estaba rodeando con los brazos y tenía la cara en mi cuello.

—Deberíamos haber hablado de ello hace mucho tiempo.

—Tienes razón. Lo siento. Y siento toda la mierda de esta noche.

—¿Quién era el hombre de la bolsa?

—Es uno de nuestros objetivos. Llevo siguiéndolo semanas. No tenía ni idea de que estuviera usando ese bar como sala de reuniones, obviamente, o nunca te habría llevado allí.

—¿Entonces eres policía?

Él asintió.

—Podías habérmelo dicho antes.

Se hizo el silencio. A pesar de mí misma, estaba empezando a ablandarme. Lee estaba jugueteando con mi mano, ensartando sus dedos entre los míos, llevándosela a la boca para poder besarme las yemas.

—No esperaba que pasara esto —dijo—. Yo no soy así. No me enamoro de las mujeres. No estoy tanto tiempo con ninguna como para tener que contarle nada. No es un trabajo fácil del que hablar, ¿sabes? Muchas veces trabajo como agente encubierto. Es más fácil hacer esas cosas si estás solo.

—Parece peligroso —dije.

—Probablemente parece peor de lo que es. Estoy acostumbrado.

—Eso es lo que estuviste haciendo la primera noche, cuando llegaste cubierto de sangre. Creí que te habías metido en una pelea.

—Sí. Aquello no fue tan sencillo ni de lejos. Pero esa clase de cosas no suceden a menudo. La mayor parte del tiempo lo paso sentado en un coche esperando a que ocurra algo, en reuniones informativas en alguna sala sin ventanas con el aire viciado o poniéndome al día de trescientos correos electrónicos.

Entonces se cambió de posición y extendió el brazo detrás de la espalda.

—Estoy sentado encima de una especie de ladrillo, ¿qué es esto?

Era mi agenda. La había tirado en el sofá junto con el bolso cuando entramos.

Me incorporé para ponerme en pie.

—Voy a por las patatas fritas —dije—. ¿Quieres tomar algo con ellas? ¿O algo para beber?

—No —le oí decir.

Encendí la tetera. Si algo necesitaba en ese momento era una taza de té.

—¿Te importa que eche un vistazo? —gritó.

Llegué con las tazas de té unos minutos después y vi que había encendido las luces. Mi agenda estaba abierta sobre su regazo y estaba pasando las páginas.

—¿Qué estás haciendo?

—Tenía curiosidad. ¿Quién es toda esta gente?

La parte trasera de mi agenda estaba llena de tarjetas de visita en un bolsillo transparente.

—Solo es gente que he conocido en conferencias y cosas así —dije—. No deberías mirar eso.

—¿Por qué no? —preguntó, pero la cerró y me la tendió.

—Soy jefa de personal, Lee. Ahí hay cosas sobre miembros de la plantilla. Reuniones disciplinarias, cosas así.

Él sonrió.

—Vale. ¿Esas patatas aún están calientes? Me muero de hambre.