Jueves, 25 de diciembre de 2003
El día de Navidad, me desperté con un sol radiante. Lee no estaba en la cama a mi lado. Oí un golpeteo de ollas y sartenes procedente del piso de abajo, que acompañaba al de mi dolor de cabeza. Miré el despertador: las nueve y media.
Intenté sentirme emocionada, feliz y con espíritu navideño, pero por el momento mi cabeza necesitaba cuidados.
Me volví a quedar dormida y cuando abrí de nuevo los ojos, Lee estaba allí con una bandeja llena de cosas para desayunar.
—Despierta, preciosa —dijo.
Yo me senté e intenté ignorar cómo tenía la cabeza.
—Guau —dije. Tostada, zumo y, como obviamente no había bebido suficiente en las últimas veinticuatro horas, champán.
Lee se quitó los vaqueros y la camiseta y volvió a meterse en la cama conmigo, cogió un trocito de tostada y empezó a mordisquearla.
—Feliz Navidad —dijo.
Lo besé. Y luego lo volví a besar y estuve a punto de tirar la bandeja, así que después de eso me senté erguida y bebí un poco de zumo.
—Ayer estaba fuera de mí —dijo.
Lo observé, sorprendida.
—¿Fuera de ti? ¿Por qué?
Me miró fijamente.
—Me volví loco de celos al ver que habías salido con ese vestido. Lo siento, estuvo mal.
Se produjo un largo silencio, interrumpido únicamente por el ruido que él hacía al masticar.
—¿Qué te pasa con los vestidos rojos? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—No me pasa con todos los vestidos rojos. Solo con el tuyo. Y contigo dentro.
—Anoche te vi en el centro —dije—. Estabas discutiendo con alguien en un callejón.
Él no dijo nada, se limitó a dejar la bandeja en el suelo, al lado de la cama.
—Me da miedo tu trabajo —dije.
—Por eso no te hablo de él —respondió.
—Si te pasa algo, algo serio, ¿al menos me enteraré? ¿Me llamará alguien?
—No me va a pasar nada.
—Pero ¿y si te pasa?
—No me va a pasar nada —repitió. Me quitó el vaso vacío de la mano y lo dejó en la mesilla de noche, luego me tumbó en la cama y me besó.
—Lee, tengo la cabeza como un bombo.
—Tengo algo que lo solucionará —dijo.
No lo solucionó, por supuesto, pero fue divertido intentarlo.