Lunes, 26 de noviembre de 2007
Cuando llegué a casa, vi una carta para mí sobre la mesa de abajo, en el portal. Además de las habituales facturas, había un gran sobre marrón únicamente con la palabra «Cathy» escrita en la parte delantera con rotulador negro.
—¡Cucú, Cathy! ¿Todo bien?
—Sí, gracias, señora Mackenzie. ¿Cómo está?
—Bien, querida. —Volvió a dedicarme aquella mirada intransigente mientras yo miraba el sobre que había sobre la mesa sin cogerlo, y acto seguido volvió a entrar en su piso y cerró la puerta.
Lo dejé donde estaba y volví a comprobar la puerta, dos veces más, de principio a fin. Podría haberme bastado con una, pero la segunda vez me permitió coger el sobre con las otras cosas y llevarlo todo arriba.
Lo tiré sobre la mesa de centro mientras hacía las comprobaciones, pero me di cuenta de que me había apresurado demasiado las dos primeras veces porque quería ver qué había en el sobre. Tuve que obligarme a ir más despacio la tercera vez, a hacerlo como era debido, a concentrarme. Cuando acabé, me quedé parada. ¿Estaba lo suficientemente bien? ¿Debería hacerlo de nuevo por si acaso, simplemente para cerciorarme? Tal vez se me hubiera pasado algo.
Empecé de nuevo.
Eran casi las nueve cuando me senté en el sofá y abrí el sobre. Un montón de papeles, algunos de ellos sujetos con un clip y con una nota escrita a mano en la parte superior.
Cathy:
Pensé que esto podría resultarte útil. Dime si necesitas algo. O si quieres hacerme alguna pregunta.
Stuart.
Me quedé mirando la nota durante siglos, la manera en que había escrito mi nombre, la forma en que había firmado con el suyo. Me pregunté si había tenido que pensar qué escribir. Parecía completamente despreocupado, natural, como si hubiera cogido el montón de papeles en algún sitio, por casualidad, y luego hubiera garabateado un par de líneas sin pensar siquiera.
Le eché un vistazo al montón y pronto me di cuenta de que no había nada de casual en todo aquello. Lo primero era una hoja sobre el Centro de Trastornos de Ansiedad y Traumas del Hospital Maudsley, en Denmark Hill, y del ambulatorio especializado en TOC. Luego vi unos artículos que había imprimido, sacados de varias páginas web, con fragmentos subrayados. Había un estudio sobre el TOC y nuevas técnicas terapéuticas para tratar a pacientes con síntomas severos, escrito por el doctor Alistair Hodge, psicólogo colegiado licenciado con honores en Psicología de Comportamientos Adictivos, máster en Psicología Clínica, diplomado en Terapia de Comportamientos Cognitivos, doctor en Psicología, diplomado en Hipnosis, miembro de la Autoridad Sanitaria Estratégica del Concejo Municipal Metropolitano de Stockport, del Consejo de Psicoterapia de Reino Unido y de la Asociación Británica de Psicoterapias de Comportamiento y Cognitivas, entre otra media docena de personas con títulos igual de imponentes. Había una página impresa con terapeutas alternativos que había sacado de algún sitio, con dos escritos a mano añadidos al final, unas clases de yoga que se impartían en la escuela primaria local los miércoles por la tarde y un terapeuta de Relajación Interior, fuera lo que fuera eso, con un número de teléfono. La página de abajo era una lista de grupos de apoyo de TOC, en la que había uno subrayado con una anotación en el margen: «Se reúnen en Camden a las 19.30 el tercer martes de cada mes, llama a Ellen para informarte», y un número. Debajo de eso, tres capítulos de un libro titulado: Desbloquéate: técnicas para liberarte del TOC, con varios fragmentos subrayados. Luego había tres cuestionarios diferentes que parecían tratar de determinar si tenías TOC o no.
Finalmente, de forma inesperada, la última página era otra nota escrita a mano.
Cathy:
Gracias por echarle un vistazo a todo esto. Ya es un comienzo. Llámame, ¿vale?
Stuart.
Como si lo fuera a poner en práctica.