Jueves, 25 de diciembre de 2003

Cuando llegué a casa, eran casi las dos de la mañana. Recorrí en compañía la mayor parte del camino de vuelta, ya que resultó que tres tíos borrachos y dos de sus novias iban tambaleándose en mi dirección y me uní a ellos mientras charlaba con una de las chicas, Lucy, que resultó ser prima de Sam.

El último tramo, la pequeña caminata por Queen’s Road, no estuvo nada mal, la verdad. El viento había amainado un poco y, aunque había helada, yo había tomado el suficiente vodka como para mantener en buena medida a raya el frío. Además, mi abrigo de lana era calentito y acogedor. Pensé en prepararme una buena taza de té al llegar, tal vez, y quizá en dormir toda la mañana…

Había una figura sentada en mi puerta y se levantó cuando me acerqué.

Lee.

—¿Dónde has estado? —preguntó.

Rebusqué en el fondo del bolso para coger las llaves.

—Por ahí, en la ciudad —respondí—. No me apetecía quedarme en casa. ¿Llevas mucho tiempo aquí?

—Diez minutos. —Me dio un beso en la mejilla—. ¿Entramos? Se me están helando las pelotas aquí fuera.

—¿Por qué no has usado tu llave?

—Me pediste que no lo hiciera, ¿recuerdas?

—¿Qué?

—Dijiste que no se me ocurriera volver a entrar y revolver tus cosas.

—No me refería a eso. Claro que puedes entrar.

Una vez dentro del portal, me dio la vuelta y me empotró contra la pared, al tiempo que me abría el abrigo e invadía mi boca con la suya. Su beso era enérgico y seco, y sabía a él, no a alcohol. Así que no estaba borracho. Solo la tenía dura.

—Hoy no he dejado de pensar en ti —me susurró en el cuello mientras deslizaba las manos por mi vestido, sobre el satén—. Este vestido me pone muchísimo.

Le desabroché los pantalones, le quité el cinturón y se los bajé por detrás. «Aquí mismo, en el pasillo», pensé para mis adentros. «Es tan buen sitio como cualquier otro».

—Dime que no te has tirado a nadie más con ese vestido —dijo jadeando sobre mi pelo.

—No —respondí—. Solo a ti. Es tuyo. Soy tuya.