Miércoles, 13 de febrero de 2008

Stuart me llamó a la una y media. En aquel momento estaba sentada en la oficina con Caroline, hablando sobre las solicitudes para los puestos de trabajo del almacén.

—¿Sí?

—Soy yo. ¿Puedes hablar?

—Claro.

—He ido a ver a doña Vecina de Abajo.

—¿Cómo está?

—No muy bien. Al parecer no ha recuperado la consciencia desde que ingresó. Le han hecho varios escáneres. Debió de darse un golpe en la cabeza al caerse más fuerte de lo que parecía.

—Qué horror.

—Me han preguntado si sabíamos quiénes eran sus parientes más próximos.

—Ni idea.

Caroline me dirigió una mirada inquisitiva para preguntarme si quería que se fuera. Le hice un gesto con la mano para que volviera a sentarse.

—Tal vez podamos probar con la agencia inmobiliaria. Puede que conste alguien en el archivo…, no sé.

—Les daré un toque esta tarde, si puedo —dijo Stuart.

—Si no, puedo llamar yo.

—Vale, ya te diré.

Nos quedamos unos instantes en silencio. Me pregunté si habría estado pensando en aquel beso. Yo había pensado mucho en él.

—¿A qué hora tienes el vuelo mañana?

—Temprano. Y vuelvo el domingo por la noche. ¿Me echarás de menos?

Me reí.

—No, claro que no. Si casi no te veo entre semana, estás siempre trabajando.

—Hum… Tal vez debería replantearme mis prioridades.

—Tal vez.

¿Estaba tonteando conmigo? Eso parecía. Me pregunté cómo sería la conversación si fuera él quien estuviera sentado en mi oficina, en lugar de Caroline.

—¿Puedo llamarte mañana?

Definitivamente, estaba tonteando conmigo.

—Estoy segura de que tendrás cosas más importantes que hacer.

—¿Bromeas? Son solo mi padre y Rachel.

—Aun así, tú mismo has dicho que no los ves lo suficiente. Aprovecha el tiempo. Además, no te vendrá mal un descanso, has estado trabajando muchísimo.

—Quiero que me cuentes qué tal la cita con Alistair. ¿Cómo lo llevas?

—Bien. Intento no pensar en ello, la verdad.

—Te llamo mañana por la noche. Si no quieres hablar conmigo, puedes apagar el móvil y listo.

—Tal vez lo haga. Ya veremos. Oye, tengo que seguir trabajando. Que tengas un buen viaje. Te veo la semana que viene.

—Vale.

Y colgué.

—Déjame adivinar —dijo Caroline—. ¿Stuart?

—Nuestra vecina de abajo se cayó la otra noche y se la llevaron en ambulancia. Stuart ha ido a verla, no está muy bien.

—Vaya, qué pena.

—Intentaré ir a verla mañana por la noche, puede que haya mejorado.

—¿Stuart se va de vacaciones o algo así?

—Se va a Aberdeen a ver a su padre y a su hermana.

—Se lo has hecho pasar mal —dijo.

—¿De verdad? No. ¿En serio?

Ella alzó las cejas en respuesta.

—Me preguntó si iba a echarlo de menos —dije, intentando recordar si me había imaginado aquel tonito en su voz.

—Claro que vas a echarlo de menos.

—Solo son cuatro días, Caroline, por el amor de Dios. A veces trabaja tantas horas que no lo veo en una semana, no va a ser diferente porque se vaya a Aberdeen.

—¿Te va a llamar?

—Eso ha dicho.

—Entonces ahí está —dijo Caroline—. Si te llama todos los días desde ahora hasta que vuelva de Aberdeen, lo sabrás.

—¿Sabré qué, exactamente?

—Que te quiere.

Me quedé atónita un instante. No había pensado nunca en ello en esos términos. Para mí Stuart era alguien en quien confiar, alguien que entendía lo que se me podía pasar por la cabeza, incluso alguien que me encontraba atractiva y que, probablemente, quería sexo. Pero no alguien que pudiera estar enamorado de mí.

—¿Qué eres, una especie de adivina? —dije, riéndome de su solemne expresión.

—Acuérdate de lo que te digo. Ya verás.