Domingo, 23 de mayo de 2004

No dormí demasiado. Tenía muchísimo frío. No estaba cómoda en ninguna postura, me dolía todo. Cuando vi la luz tras las cortinas, me di cuenta de que debía de haber dormido un poco, aunque no me acordaba.

Lloré en silencio, por la persona en que me había convertido. Había perdido las ganas de luchar. Quería rendirme, quería acabar con todo. Estaba muerta de vergüenza.

Y ahora, como si las cosas no fueran lo suficientemente horrorosas, no hacía más que pensar en Naomi.

—¿Naomi? —le había preguntado.

—Formaba parte de una misión. Era una informadora. Estaba casada con alguien a quien perseguíamos. La recluté, la convencí para que trabajara con nosotros. Nos iba a pasar información para que pudiéramos acabar con él.

Bajó la vista hacia los nudillos, hacia el cardenal que tenía en ellos, dobló los dedos y sonrió.

—Era la mujer más hermosa que había visto jamás. Se suponía que tenía que investigarla, pero en vez de eso me la follé y me enamoré de ella. Ellos no lo sabían, creían que solo estaba haciendo aquello por lo que me pagaban, pero después de la primera vez no pude controlarlo. Iba a dejar el trabajo, iba a comprarle una casa a kilómetros de distancia, en algún sitio donde estuviera a salvo de aquel marido de mierda.

—¿Qué pasó? —susurré.

Me miró como si se hubiera olvidado de que estaba allí. Volvió a cerrar el puño y observó cómo la piel que rodeaba los nudillos se volvía blanca.

—Que me estaba jodiendo, pero en todos los sentidos. Toda la información que me pasaba sobre lo que él iba a hacer era lo que él le decía que me dijera.

Reclinó la cabeza contra la pared con un fuerte suspiro y, acto seguido, dio un golpe con ella contra el tabique de ladrillo. Y otro.

—No me puedo creer que fuera tan gilipollas. Me tragaba todo lo que me decía.

—Puede que le tuviera demasiado miedo al marido —dije.

—Bueno, problema suyo, ¿no?

Lo consideré unos instantes.

—¿Qué le pasó?

—Hubo un robo a mano armada, como esperábamos, solo que estábamos al acecho en el sitio equivocado de la ciudad. Allí estábamos todos sentados, aparcados como idiotas, mientras otro joyero perdía un cuarto de millón de libras en mercancías y a una dependienta le abrían el cráneo con un bate de béisbol. Justo cuando me estaba preguntando qué coño había ido mal, recibí un mensaje de texto de Naomi que decía que quería verme. Fui al sitio de siempre, abrí la puerta del coche y dentro me encontré a su querido esposo. Se estaba echando unas buenas risas a costa de aquello. Dijo que había cumplido mi función. Los dos me jodieron bien jodido.

Dobló las rodillas y puso las manos llenas de cardenales sobre ellas. Estaban relajadas, toda la tensión había desaparecido.

—Una semana después recibí una llamada suya. Estaba llorando y me vino con esa mierda de que él la presionaba, que estaba asustada y quería saber si lo de alejarla de él iba en serio. Le dije que hiciera las maletas, que nos veríamos donde siempre.

—¿La ayudaste a escapar?

Lee se echó a reír.

—No. Le corté el cuello y la dejé tirada en una zanja. Nadie informó de su desaparición. Ni siquiera llegaron a buscarla.

Se puso en pie, se estiró, como si me acabara de contar un cuento para dormir, abrió la puerta y me dejó allí, después de haber apagado la luz, dejando la habitación sumida en la oscuridad.