Lunes, 10 de diciembre de 2007

De vuelta al trabajo, lunes por la mañana. No me ha costado demasiado salir de casa: creo que es porque hace sol. Conseguí dormir mejor el fin de semana, incluso más de unas pocas horas seguidas. Me aseguré de comer tres veces al día y de cenar caliente, y pareció dar resultado.

Aunque la comprobación del lunes por la mañana hubiera ido bien, seguía llegando tarde, así que iba apresurada por la acera mientras mi aliento dibujaba nubes en al aire helado. Noté que había alguien detrás de mí y me volví sobresaltada.

Era Stuart. Tenía un aspecto maravilloso, tan feliz, tan sofocado.

—Hola —dijo—. ¿Vas hacia el metro?

—Sí —respondí. Cuando empezó a caminar a mi lado, reduje el paso—. Oye, Stuart, sé que no dejo de decir lo mismo cada vez que te veo, pero lo siento.

—¿Que lo sientes? ¿Por qué?

—Supongo que ya tendrás suficientes mierdas de esas en el trabajo. Lo que te faltaba era tener que aguantarlas en tu tiempo libre. Y lo del otro día, cuando me hiciste la sopa y te dejé plantado. Eso también lo siento. Fue de muy mala educación.

Se quedó callado un rato, con la barbilla enterrada en el cuello de la chaqueta. Me arriesgué a mirarlo.

—No, he estado pensando en ello. Te estaba presionando. No debí comportarme así.

—Pero tenías razón. Tengo que hacerlo. He pensado en ello el fin de semana. Voy a pedir que me asignen un médico de cabecera. —Las palabras brotaron antes incluso de que me diera tiempo a pensarlas realmente: ¿De dónde demonios habían salido? Era por él, era por el hecho de que estuviera ahí y porque, por alguna estúpida razón, quería verlo sonreír.

Se paró en seco.

—¿En serio?

—Sí, de verdad.

La expresión de su cara me hizo reír.

Siguió andando. Cruzamos juntos la calle principal, con el atronador ruido del tráfico.

—Escucha —me dijo—. Date de alta en el Centro Médico de Willow Road. Son los mejores de por aquí, hay un montón de médicos realmente buenos, son geniales, muy amables. Sanj, el doctor Malhotra. Cuando te hayas registrado, pide cita con él, ¿de acuerdo? Es un buen tío. Y además es simpático.

—De acuerdo. Lo haré. Gracias.

Atravesamos las barreras del metro y nos separamos: él iba hacia el sur y yo hacia el norte. Vi cómo se alejaba por el pasillo embaldosado, con una bolsa colgando del hombro.