Martes, día 2
SEMANA 44
LITERATURA
Metaficción
Tanto los escritores académicos como los populares suelen coquetear con la palabra «meta» con una frecuencia alarmante. Ya sea a solas o utilizada como prefijo, se ha convertido en el término de moda entre los intelectuales y ha caído en el pozo del abuso inoportuno. Sin embargo, la reciente fama de este término oculta el hecho de que la metaficción es un género literario concreto y perfectamente definido, y uno de los más fascinantes y prolíficos de la literatura del siglo XX.
«Meta» procede del griego y significa «después» o «más allá»; de ahí que metaficción haga referencia a un tipo de ficción que trata sobre la propia ficción, es decir, sobre su creación, sus mecanismos y sus resultados. Muchas obras de metaficción ofrecen versiones nuevas de piezas de ficción anteriores mediante enfoques diferentes y temas inéditos que arrojan nueva luz sobre el material ya existente. Otras se centran en el proceso creativo y en la relación entre el autor y su texto. En definitiva, la metaficción tiende por naturaleza a mostrarse irónica y a centrarse en sí misma, llamando la atención sobre su propio artificio e irrealismo.
Ulises (1922), de James Joyce, es quizá la obra más importante de metaficción del siglo XX. En ella, el autor transforma al héroe de la Odisea de Homero en un vendedor del Dublín de 1904. De este modo, Joyce analiza qué se entiende por heroísmo en el mundo moderno; además, al Jugar con los géneros y el lenguaje en varios capítulos del libro, explora el proceso creativo y la relación forma-contenido.
Muchos autores posmodernos siguieron la estela de Joyce y se lanzaron a reinventar obras antiguas. En Ancho mar de los Sargazos (1966) Jean Rhys cuenta la historia de Bertha Mason, la criolla enajenada que vive encerrada en el ático en la novela Jane Eyre, de Charlotte Brontë. En Grendel (1971), John Gardner narra la obra épica anglosajona Beowulf desde el punto de vista del monstruo, reinventándolo como una criatura solitaria y filósofa que resulta sin lugar a dudas más humana que el propio Beowulf. Rosencrantz y Guildenstern han muerto (1967), de Tom Stoppard, se sumerge en la vida de dos personajes secundarios del Hamlet de Shakespeare.
Otras obras de metaficción se centran en el proceso de escritura y lectura de la ficción: en La inmortalidad (1990), de Milán Kundera, el autor es un personaje más del libro que se dedica a comentar su creación. En Las horas (1998), Michael Cunningham analiza La señora Dalloway, de Virginia Woolf, a través de tres historias distintas en las que describe a la propia autora escribiendo la novela en 1923, a un ama de casa que lee la novela en Los Ángeles en 1949, y a una mujer que, sin querer, revive los acontecimientos de la novela en el Nueva York de finales de la década de 1990.
OTROS DATOS DE INTERÉS
1. Puede que la metaficción comenzara con Don Quijote, de Cervantes: los protagonistas son conscientes de cómo el autor narra sus aventuras y también están al tanto de una secuela falsa publicada por otro autor.