Martes, día 2
SEMANA 7
LITERATURA
El modernismo
Los autores del movimiento literario modernista, que floreció desde aproximadamente 1900 hasta 1940, exploraron nuevas formas de contar historias y se replantearon la cuestión de cuál era la mejor manera de explorar la verdad y la realidad objetiva. Las principales figuras del modernismo en la literatura fueron, entre otros, los novelistas Marcel Proust, Gertrude Stein, James Joyce, Virginia Woolf y William Faulkner, y los poetas T. S. Eliot y Ezra Pound.
Durante los últimos años del siglo XIX, la literatura occidental había estado dominada por el realismo. Gustave Flaubert, Theodore Dreiser, Émile Zola y otros novelistas de ese período habían intentado representar a los personajes, las situaciones y los condicionamientos sociales de forma precisa y con meticuloso detalle.
Sin embargo, y coincidiendo más o menos con el cambio de siglo, varias ideas revolucionarias en numerosos campos cuestionaron nuestra habilidad para reconocer y describir la realidad, e incluso la misma existencia de una realidad objetiva. En psicología, Sigmund Freud exploró la idea del inconsciente, asegurando que la mente humana y el yo sólo podían ser conocidos mediante el psicoanálisis. En lingüística, Ferdinand de Saussure aseguró que el lenguaje era una construcción cultural arbitraria poco fiable. En antropología, James Frazer introdujo formas más sofisticadas de estudiar las religiones y culturas no occidentales, mostrando alternativas a la visión del mundo occidental. Y, en física, las teorías de la relatividad de Albert Einstein socavaron incluso los aparentemente consolidados principios del espacio y el tiempo.
En conjunto, estas ideas dispares ejercieron una enorme influencia en el mundo literario y artístico. Mientras el realismo del siglo XIX se había obsesionado por retratar el mundo de forma precisa, estos nuevos autores y artistas del XX (tildados enseguida de modernistas) empezaron a plantearse la cuestión de cómo puede mostrarse la realidad si la verdad objetiva no existe.
Los escritores modernistas afrontaron este problema a través de la experimentación. Una de sus mayores innovaciones fue el monólogo interior, un intento de transmitir los pensamientos del personaje de forma textual, sin interferencias del autor. Esta técnica está presente en Ulises, de Joyce (1922); La señora Dalloway, de Woolf (1925); y El ruido y la furia, de Faulkner (1929). Algunos trataron de representar el mismo hecho o imagen desde varias perspectivas diferentes, amontonando los puntos de vista subjetivos unos sobre otros (u oponiéndolos unos contra otros) en un intento de aproximarse así a la verdad objetiva. Al faro, de Woolf (1927), es un ejemplo perfecto de esta técnica. Otros autores, y entre ellos destaca Stein, experimentaron radicalmente con el lenguaje, usando muchas repeticiones, a las que ella denominaba «insistencia», y otras técnicas para explorar todos los matices de significado de las palabras. Virtualmente todos los modernistas jugaron con el discurrir temporal en sus obras, desechando el orden cronológico lineal y saltando de forma brusca entre pasado, presente y futuro, una característica que otorga a la ficción y la poesía modernistas su a menudo merecida fama de complicada de entender.