El miedo al fracaso
El hombre tiene una necesidad inherente de dominar su medio, de enfrentar los problemas del vivir de manera competente. Uno de los propósitos útiles que sirve la autocrítica es ayudamos a evaluar nuestras acciones de manera tal que podamos dar una respuesta constructiva a esa cuestión íntima que continuamente se repite: ¿Cómo me estoy conduciendo? Pero la persona que ha interiorizado una modalidad destructiva de autocrítica, está saboteando la utilidad de la misma. Y eso es algo que ha aprendido a hacer en su niñez, tras haber sido víctima durante años de críticas destructivas.
A un niño, por ejemplo, se lo puede recompensar con amor y aprobación cuando se desenvuelve de manera sobresaliente, ya sea obteniendo buenas notas, destacando en el deporte o mostrando buenos modales. Pero cuando los padres reaccionan ante los ocasionales fallos o deficiencia del chico con ansiedad, decepción o burla, lo más probable es que el pequeño interprete estas reacciones como castigo o rechazo. No es sorprendente que en tales condiciones el niño se vuelva especialmente sensible al fracaso, sea éste real o imaginario. Incluso empieza, de hecho, a anticiparse al fracaso, a vigilar estrechamente su propio comportamiento en busca de signos de que ocurra. El niño intenta reconocer el fracaso antes que sus padres.
Esta pauta se convierte en un hábito aprendido, y representa la primera característica de un espíritu autocrítico destructivo: anda en busca de defectos, anticipa errores, en una palabra, se concentra en los aspectos negativos de la propia vida. Al perpetuar así una mala imagen de sí mismo, el autocrítico bloquea sus posibilidades de cambio y de crecimiento. Un hombre, por ejemplo, se aferra a un trabajo relativamente seguro pero sin perspectivas porque tiene miedo de fracasar si acepta otro más estimulante. Una mujer aguanta una situación matrimonial frustrante porque teme no ser lo bastante agradable o lo bastante bonita para atraer a otro hombre.
Concentrarse en los aspectos negativos tiene dos consecuencias principales en lo tocante al pensamiento y a la acción. Una es la tendencia a pensar enseguida que un error o fracaso se repetirá interminablemente. Cuando algo le va mal, el autocrítico destructivo dice: A mí siempre me sucede lo mismo… Soy incapaz de hacer nada bien. Esta restricción emocional tiende a hacerle evitar cualquier experiencia o dejar pasar cualquier oportunidad que no tenga un resultado feliz firmemente garantizado. Y como el fracaso se equipara al miedo o al rechazo, la persona se defiende ante ellos no intentando nada que pueda fracasar. El resultado, predecible, es el estancamiento.