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La crítica, posibilidad de crecimiento
¿Es frecuente que las críticas que recibe dejen al lector con una sensación de enojo, resentimiento, depresión o rechazo? ¿O que en ocasiones, e incluso sin intención de hacerlo, sus propios comentarios críticos provoquen en los demás tales sentimientos? ¿O que no se anime a formular una crítica personal que sinceramente considera útil, por el temor de ofender a alguien?
Para la mayoría de las personas, las respuestas a todas estas preguntas es afirmativa. Es verdad que, en ocasiones, se encuentra uno con alguien que parece indiferente o impermeable a las críticas. Pero para ello se necesita una imponente seguridad en sí mismo, o bien un tipo de personalidad sólo comparable a la del actor cuya interpretación de Hamlet fue tan espantosa que el público empezó a burlarse una vez terminado el monólogo «Ser o no ser». «No veo razón para que me abucheen, si eso no lo escribí yo», se defendió el hombre. Salvo los pocos que son tan insensibles como para ni siquiera reconocer que una crítica va dirigida a ellos, casi todo el mundo encuentra que las críticas son difíciles de aceptar e incómodas de hacer. Esto es especialmente válido cuando quien las formula es una persona que tiene importancia en nuestra vida, tal como un jefe, un amigo, un cónyuge o un amante.
Tan pronto como Ken cruzó a toda velocidad la rampa de salida de la autopista, se dio cuenta de que se había pasado y de que tendría que recorrer casi diez kilómetros hasta poder dar la vuelta y regresar. Durante un momento esperó que Eileen no lo hubiera advertido, pero cuando oyó crujir el mapa de carreteras, comprendió que ella se disponía a echarle en cara su error.
—¿No teníamos que haber salido por allí? —le preguntó.
—Debo de haberme distraído —admitió Ken—, pero la próxima salida está muy cerca.
—Lo malo contigo es que nunca prestas atención a las indicaciones —insistió Eileen—. Por tu culpa siempre nos perdemos o llegamos tarde. ¡La próxima vez será mejor que conduzca yo!
Ken sabía que no serviría de nada el intento de responder al generalizado reproche de su mujer y, tragándose su enojo, siguió conduciendo en silencio.
Sally puso sus bocetos para la nueva campaña de publicidad sobre el escritorio del director de arte. Su jefe les echó un vistazo sin que su expresión se modificara para nada. Estaban bastante bien, pero él sabía que Sally podía hacerlo mejor y, además, no quería que viera aceptado tan rápidamente su primer esfuerzo. Bruscamente, empujó de nuevo los papeles hacia la muchacha:
—¿Quiere intentarlo otra vez, o le doy el trabajo a alguna otra persona?
Avergonzada y dolida, Sally se esforzó en controlar sus sentimientos.
—Volveré a intentarlo —respondió. Y contuvo las lágrimas hasta que pudo llegar a su despacho y cerrar la puerta.
Una vez que Pam terminó de vestirse para una salida importante, preguntó a su compañera de cuarto cómo se la veía. Carol vio que Pam se había puesto al cuello un pañuelo que no tenía nada que ver con el vestido, y que los zapatos eran absolutamente inadecuados para el resto del conjunto. Pero se guardó su opinión. Ni siquiera le señaló que estaba demasiado maquillada. Carol sabía por experiencia que, aun pidiéndolo ella misma, su compañera se ofendía si le hacían alguna crítica sobre su aspecto. «No vale la pena que me ponga a mal con ella, si tenemos que convivir», pensó Carol. En vez de responderle con sinceridad, se limitó a decir:
—Se te ve muy bien, Pam.