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Cómo criticar a los niños

¿Es que vas a dormir todo el día…? ¿Quién te dijo que podías usar mi spray para el pelo…? Quita los platos de la mesa… Baja el volumen de esa radio… ¿Te hiciste la cama…? Esa falda es demasiado corta… Tu armario es un desorden… Manténte derecha… Alguien tiene que ir a la compra… Deja de mascar chicle de esa manera… Tienes el pelo demasiado abultado… No me importa que todo el mundo lo tenga… Baja esa radio… ¿Hiciste los deberes? No te encorves… No te hiciste la cama… Termina de una vez con ese piano… ¿Por qué no te lo planchas tú misma…? Tienes las uñas demasiado largas… Búscalo en el diccionario… Siéntate derecha… Termina con ese teléfono… ¿Cómo se te ocurrió comprar ese disco…? Saca a pasear al perro… Te olvidaste de quitar el polvo a esa mesa… Has estado demasiado tiempo en el cuarto de baño… Apaga esa radio y vete a dormir.

Ésta letanía de críticas parentales, titulada «Un sábado con una hija adolescente», fue descubierta en el periódico de una iglesia de Rhode Island por el psicólogo de niños Charles Schaefer, quien la cita en su libro Cómo influir sobre los niños. Es de suponer que la publicó para que los padres tomaran conciencia de la cantidad de veces que fastidian, rebajan, intimidan, molestan y acosan a sus hijos en el curso normal de un día cualquiera. Aunque la descripción pueda parecer exagerada, lo más probable es que cualquier padre o madre que se anime a tomar nota de la cantidad de veces que critica a su hijo un día cualquiera, se encuentre con que no está tan lejos de la realidad.

La dura verdad es que la mayor parte de los padres critican incesantemente a sus hijos de manera destructiva e ineficaz. Y lo que es peor, las críticas se hacen tan habituales que muchos progenitores no se dan cuenta, virtualmente, de qué es lo que están haciendo. Hace algunos años, el terapeuta de familias doctor Honor Whitney, una autoridad en lo que se refiere al afecto de las críticas sobre la personalidad, pidió a un grupo de estudiantes universitarios que evocaran recuerdos de su niñez. Un hombre dijo que jamás olvidaría una frase que sus padres habían usado repetidas veces cuando se enfadaban con él: ¿Cuántas veces tengo que decirte…?

—Eso me hacía sentir un perfecto fracasado —evocó el muchacho.

«De pronto —relata el doctor Whitney— todos empezaron a recordar muletillas favoritas de sus padres… y casi todas eran despectivas». Al tan usado «¿Cuántas veces…» seguían de cerca expresiones tan denigrantes como:

—¿Esperas hacerme creer eso?

—¡Mira la facha que tienes!

—¿Es que nunca piensas crecer?

—¿Nunca puedes hacer nada bien?

—¡Vaya estupidez la que hiciste!

—Pues parece que en ti no se puede confiar.

—Eres un niño (o niña) malo.

La mayor parte de tales comentarios críticos eran verbalizados por las madres.

—Siempre me acordaré de la forma en que mi madre se me echaba encima por cualquier pequeño error —comentó una mujer—. Podía estar chillándome en el momento en que sonaba el teléfono; entonces, el tono de su voz cambiaba y se volvía encantadora… Yo me preguntaba por qué trataba a los extraños con más cortesía que a su propia hija.

Algunas personas recordaban críticas que eran «imposibles» de satisfacer, tales como:

—¿Es que no puedes ser como tu hermano?

Un hombre dijo que jamás había podido entender lo que quería decir su madre al hacerle semejantes observaciones.

—¿Qué suponía que podía hacer yo para cambiar? ¿Y cómo pensaba que me sentía?[9]

Los niños no olvidan jamás ese tipo de críticas. Ciertos experimentos han demostrado que toda experiencia queda archivada permanentemente en el banco de memoria del cerebro. Lamentablemente, la investigación indica que la mayor parte de los bancos de memoria están atestados de una colección de enunciados de los padres, expresados aparentemente con el único objetivo de humillar o rechazar a sus hijos.

¿Cuál es la causa de que los padres digan cosas tan terribles a quienes aman? Algunos padres critican a sus hijos por comportamientos que, en su opinión, hablan mal de los propios padres. Si un niño no se comporta bien —especialmente en un lugar público—, es probable que los padres crean que es culpa de ellos (y que den por sentado que otros creerán lo mismo). Otros padres sostienen que las críticas son para bien del propio niño o niña, para que al crecer llegue a ser bien educado, obediente y simpático, y para que tenga éxito. Una pareja de éstas, cuyos miembros admitieron sin reticencias que criticaban «todo el tiempo» a su hijo de doce años, explicó sus razones de la siguiente manera:

Mike es un muchachito inteligente, pero últimamente no ha andado muy bien en la escuela. Cuando oímos contar a otros padres lo bien que les va a sus hijos, sentimos que tenemos la responsabilidad de hacer que Mike trabaje más y se enderece. Por eso, para ayudarlo, lo criticamos un poco. Le decimos que tiene que empezar a prestar más atención, que todos sus amigos están rindiendo más que él. «No querrás ser el tonto del grupo, ¿verdad?», le preguntamos. Mike dice siempre que lo intentará, pero no pasa nada. Tenemos miedo de que, si no andamos tras él, tenga siempre problemas escolares.

A estas alturas, el lector ya es capaz de percibir claramente los elementos destructivos de semejante crítica. Por ejemplo, la falta de especificidad (¿A Mike le va mal en todo, o simplemente está atrasado en alguna materia?), la aplicación de motes («tonto»), y la profecía autorrealizadora de la última frase, por no citar más que algunos.

Nadie es perfecto
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