¿Es posible el cambio?

Una vez bien definido el comportamiento específico que se desea criticar, habrá que preguntarse si el comportamiento criticado se puede cambiar. El que critica está obligado a hacer una evaluación objetiva que establezca, con criterio realista, si la otra persona es o no capaz de hacer el cambio deseado en sus acciones o actitudes. O, si el cambio es factible, qué probabilidades hay de que esté dispuesta a hacerlo.

En cada uno de los tres ejemplos que usamos, el comportamiento criticado se puede cambiar, pero ¿y si esto no fuera posible? Evidentemente, es inútil criticar a un hombre porque se le cae el pelo, o reñir a un niño porque no obtiene notas más altas, cuando es su capacidad intelectual la que no se lo permite. Tal vez sea menos obvio, pero igualmente inútil, que Tom, un jugador de tenis sumamente competitivo, humille a su compañero Bill por haber jugado mal un partido de dobles en el campeonato interno del club.

—¡Perdimos porque tú estropeaste todos los tiros! —acusa.

Pero Tom sabe que Bill no es un jugador de primera, especialmente cuando se trata de tiros que exigen reflejos rápidos. Bill hace todo lo posible, pero, simplemente, no reúne las condiciones físicas para jugar mejor. En vez de criticarlo, Tom tendría que preguntarse: ¿Por qué estoy echándole la culpa? ¿Acaso no la tengo yo también? Después de todo, cuando accedí a jugar con él, ya sabía cómo jugaba. Somos muchos los que, como Tom, criticamos sin ningún propósito útil, y si nos preguntáramos por qué estamos diciendo esas cosas, tendríamos que responder, con sinceridad: para desahogar mi propio enojo o mi frustración.

Y ¿qué sucede si alguien no quiere cambiar el comportamiento criticado?

—Una vez —comenta un hombre— compartí el despacho en una editorial con un colega que siempre tenía el escritorio hecho un desorden. Yo no podía entender cómo se podía trabajar en semejantes condiciones, y solía insistirle para que lo arreglara. Pero él me contestaba que le gustaba así, que él trabajaba mejor en el desorden. «Ya puedes ahorrarte la molestia», me decía.

Las críticas superfluas no tardan en ser escuchadas como sermoneos.

Nadie es perfecto
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