Las excusas
—Cuando mi hijo era pequeño —recuerda un hombre—, tenía una excusa para todo. Si su madre o yo le señalábamos que no había guardado sus juguetes o terminado el almuerzo o hecho los deberes, siempre decía, sin tomar aliento: «Sí, pero…» e inventaba una explicación. Llegó al punto de que durante años lo llamamos «Sipero».
Los niños son notorios «Siperos», pero algunos adultos también. Como a los niños, se les hace difícil admitir que no son perfectos, difícil aceptar la responsabilidad de sus acciones, difícil asumir la validez de la crítica. El «sí» reconoce parcialmente un fallo en el propio comportamiento; el «pero» es un presuroso esfuerzo por disculparlo o justificarlo y, consiguientemente, por aliviar el estrés causado por la resquebrajadura de la propia imagen.
«Sí, pero…» es una respuesta destructiva ante la crítica, porque es una barrera que se opone a un cambio constructivo. La paradoja del cambio es que uno no puede cambiar mientras no acepta quién es y qué es. Pero enfrentar la crítica con un «sí, pero…» impide que uno acepte quién es, y le impide, además, reconocer que hay aspectos que podría ser necesario o deseable cambiar. Si el «amurallamiento» es una defensa de las propias ideas, el «sí, pero…» es una defensa de la propia imagen.
Es destructivo, además, porque expresa un mensaje contradictorio. El uso del «pero» niega o por lo menos restringe la admisión que lo precedió. «Sí, me equivoqué, pero me dijeron que lo hiciera así» implica en realidad: «No, no me equivoqué porque me dijeron que lo hiciera así». O: «Sí, cometí un error, pero tenía la cabeza ocupada con demasiadas cosas» implica: «No, no me equivoqué porque tenía demasiadas cosas en la cabeza como para esperar que no fallara en ninguna». En el intento de «protegerse» contra la crítica, que interpreta como un ataque a su propia imagen, el «Sipero» ya está pensando en su defensa antes de que su crítico haya terminado de hablar.