«Yo te dije»

En términos estrictos, el estilo de crítica que insiste en el «Yo te dije» no es tanto una manera de intentar lograr un cambio en las ideas o el comportamiento de otra persona como una forma de establecer que somos nosotros quienes estamos en lo cierto. Una terapeuta de parejas habla del joven matrimonio que planeaba su primera cena para invitados importantes. Sandra quería que todo fuera perfecto, no tanto para impresionar a sus huéspedes como para que su marido se enorgulleciera de ella. Se había asegurado de que la casa estuviera impecable, la plata brillante, la porcelana y el cristal resplandecientes. Como no era una experta en alta cocina, Sandra había planeado una comida sencilla, pero había decidido rematarla con su especialidad, un pastel de crema de chocolate que le salía estupendo.

Cuando comentó con Howard lo que iba a servir para postre, él procuró disuadirla:

—Es algo que lleva demasiado tiempo, y tendrás bastante prisa. Si algo te sale mal, simplemente no tendremos postre.

Cuando Sandra insistió, él se limitó a encogerse de hombros:

—Sigo pensando que es un error. Simplifica las cosas y compra un pastel.

La preparación de la cena le llevó más tiempo de lo que Sandra había calculado. Cuando sacó el pastel del horno casi no tenía tiempo para dejarlo enfriar. Esperó todo lo posible, pero aun así, al quitarle el molde, las capas se le desmigajaron sobre la mesa de la cocina. Sandra lanzó un gemido.

En ese momento, Howard podría haberle ofrecido algún consuelo. Por ejemplo, solidarizarse con ella:

—Qué lástima, después de haber trabajado tanto.

Podría haber hecho alguna sugerencia útil:

—Mira, cortaremos parejos los trozos que quedan enteros e iré a comprar un poco de helado para acompañarlos.

O, también, haberse limitado a mantener abrazada a Sandra hasta que se tranquilizara.

Pero Howard no hizo nada de eso. Al contrario: se aprovechó del desastre para criticarla, demostrándole que había sido él quien tenía razón.

—¿No te dije que era una tontería tratar de hacer ese pastel? —le preguntó—. ¿Ahora qué vas a servir de postre?

Sandra ya sabía que se había equivocado, y lo que menos necesitaba en ese momento era que él le pasara por las narices su error de cálculo.

Nadie es perfecto
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