El nivel de expectativas

Un segundo «proceso de pensamiento» que influye sobre nuestra reacción ante la crítica se rige por las expectativas, es decir, los estándares que tenemos, los objetivos que nos marcamos y que marcamos a quienes nos rodean, y las «apuestas» mentales que hacemos respecto al desenlace de los acontecimientos futuros. La mayoría de las personas creen que es importante tener expectativas elevadas, pero cuando los resultados deseables que preveíamos no se dan, puede ser mucho más difícil aceptar las críticas de los esfuerzos que hemos realizado para lograrlos.

Molly se graduó en una prestigiosa Facultad de derecho, entre los mejores de su clase. Le ofrecieron trabajo con una importante firma de abogados, y se apresuró a aceptar la oportunidad. Sabía que el reconocimiento y el merecido premio a su talento sólo era cuestión de tiempo, de modo que cuando uno de los socios principales le pidió que le preparase el borrador de un documento importante, Molly trabajó día y noche, e incluso los fines de semana, hasta estar segura de que el informe era impecable.

—Cuando él me llamó a su despacho para que le presentara el trabajo —contó Molly—, yo no esperaba más que elogios. Hasta me imaginaba un ascenso y un aumento de sueldo. En cambio, él me dijo que aunque era «un buen comienzo», quedaban muchas cosas por hacer. Me señaló varios puntos que había que aclarar y me indicó lo que había pasado por alto, hasta que me sentí otra vez como una estudiante de primer año.

»Cuando salí de su despacho me sentía deshecha… un completo fracaso. Cuando mis compañeros me preguntaron cómo me había ido, estaba demasiado avergonzada para contarles. Sentía que había hecho todo lo posible, y que había arruinado mi gran oportunidad.

Desde un punto de vista realista, no había razones para que Molly se sintiera humillada ni avergonzada. Había hecho, efectivamente, un buen trabajo con el primer encargo importante que le confiaban. Cualquier otro abogado o abogada joven podría haberse enorgullecido de que le dijeran que su trabajo era «un buen comienzo», e incluso se habría alegrado de contar con la orientación de un profesional veterano. Pero Molly se había fijado tal nivel de expectativas que hasta la más leve de las críticas le resultó devastador. Emocionalmente, se había comprometido hasta tal punto con su objetivo proyectado y las recompensas que éste le significaría que, cuando la realidad no llegó a estar a la altura de sus expectativas, la frustración fue tanto más grande.

La reacción de Molly fue típica: cuando nos ponemos expectativas elevadas, y éstas no se cumplen, cualquier crítica resulta evaluada casi siempre bajo una luz negativa. Contrariamente a toda lógica, interpretamos su mensaje en el sentido de que hemos fracasado. Como Molly esperaba tanto de sí misma, era en efecto a sí misma a quien criticaba. Pero la crítica también puede ser ineficaz o destructiva cuando tenemos expectativas fijas o poco realistas respecto del comportamiento de otros.

Paul y Leslie habían convivido durante casi dos años antes de casarse. Aunque durante ese tiempo los dos trabajaban, Leslie se había esforzado especialmente por mantener atractivo y en orden el pequeño apartamento de dos cuartos. Poco después de la boda se mudaron a una casa de seis habitaciones. Varias semanas más tarde, muchas cajas seguían aún sin abrir, las cortinas y los cuadros sin colgar, y los muebles no acababan de estar arreglados. Paul se sentía con legítimo derecho a quejarse.

—No entiendo por qué está todavía tan desordenado este lugar —declaró—. Los libros y los discos todavía están embalados, no puedo encontrar mis herramientas, y con la decoración todavía no has hecho nada.

—Escucha, la mitad de esas cajas están llenas de cosas tuyas, ¡y yo no sé dónde van! —replicó Leslie—. ¡Y los muebles tampoco puedo moverlos sola! Además, salgo a trabajar lo mismo que tú. ¿Por qué me echas a mi la culpa de todo?

En realidad, Paul no estaba echando a Leslie la culpa de nada. Se había limitado a mantener la expectativa de que ella se ocupara de todas las tareas de la casa, como lo había hecho en el pasado. Pero estaba pasando por alto el hecho de que la nueva casa era mucho más grande, de que a Leslie la habían ascendido a un cargo que le exigía mucho más, y de que él no estaba poniendo el hombro y asumiendo su parte de las responsabilidades conyugales (lo que quizás era la expectativa de Leslie). Como resultado, la crítica que Paul dirigió a Leslie resultó ineficaz y dañosa, porque —basada como estaba en expectativas faltas de realismo— no tenía validez. En lo que a Leslie se refería, la crítica era totalmente injustificada.

La expectativa de que alguien siga actuando de una manera que antes hemos considerado objetable tiende a hacer que expresemos nuestra crítica con más severidad y más frecuencia. Incluso puede llevarnos a formular críticas anticipatorias, es decir, observaciones negativas expresadas antes de que la otra persona haya hecho ni dicho nada.

Este principio se aplica tanto a uno mismo como a los demás. Supongamos que alguien demasiado grueso haya fracasado varias veces en el intento de seguir una dieta. Mientras se prepara para iniciar una nueva, teme dejarse llevar una vez más por la tentación de comer cosas prohibidas. «Si lo hago —se dice—, me merezco estar gordo». Y cada vez que dirige una mirada nostálgica a una rosquilla, se echa en cara su «debilidad». Cuando finalmente, después de tres semanas de escrupulosa dieta, nuestro hombre se concede un postre con algunas calorías de más, se reprocha el haber «fracasado» de nuevo, y pasa completamente por alto el hecho de que ha seguido su dieta más escrupulosamente de lo que cualquiera —salvo él mismo— podría haber esperado. En este caso, decimos que es demasiado duro consigo mismo. Es más, la actitud crítica ante su propio comportamiento es tan exagerada que resulta posible un abandono completo de la dieta y que nunca más intente volver a perder peso.

También la expectativa de que alguien haga algo que no nos gusta (o de que no haga algo que aprobamos) tiende a incrementar la intensidad y la frecuencia de las críticas.

—¿Cuántas veces te he dicho que hicieras la cama y limpiaras tu habitación? —preguntó coléricamente la madre de Johnny, un sábado por la mañana.

—Lo haré tan pronto como termine de desayunar —protestó el muchacho.

—Bueno —respondió sarcásticamente su madre—, cuando lo vea lo creeré. ¡Para empezar, no entiendo cómo puedes llegar a tener semejante desorden en tu cuarto!

—Uf —se quejó Johnny—, nunca me das una oportunidad. Empiezas a gritarme por no hacer algo aunque yo esté pensando en hacerlo.

Veamos un ejemplo más del efecto que causan las expectativas negativas sobre la crítica.

Jane y David viajaban mucho, y cada vez que no era factible llevar con ellos a su hija Debbie, de siete años, la madre de Jane se quedaba de buena gana con la niña, ya que adoraba a su nieta. Pero, por más que David agradeciera la ayuda de su suegra, le irritaba su costumbre de malcriar a la niña.

—Cada vez que volvemos de un viaje, Debbie tiene una docena de juguetes nuevos, ha engordado a causa de todos los dulces que le da la abuela, y por la noche no podemos conseguir que se acueste, porque ella le permite quedarse levantada hasta tarde. Es como volver y encontramos con una niña diferente.

David había pedido repetidas veces a su suegra que no hiciera esas cosas.

—Pero mis críticas no surten efecto. La abuela siempre dice que no malcriará más a la niña, pero cada vez sucede lo mismo —comentaba—. El mes pasado, cuando vino a quedarse con Debbie durante el fin de semana, lo primero que sacó la abuela de su maleta fue un juguete nuevo. Inmediatamente le dije que si iba a seguir malcriando a Debbie, contrataríamos a una chica como canguro. Calculé que era mejor dejar el asunto bien aclarado en ese momento que esperar a estar de vuelta del viaje, pero sirvió para empezar una discusión. La abuela me dijo que se había dado cuenta de que yo tenía razón y no había traído más que ese único juguete, de modo que no era justo que yo la criticara por algo que no iba a hacer.

El hecho de criticar prematuramente a otros, sobre la base del comportamiento que esperamos de ellos, tiene por efecto «congelar» los sucesos y acciones previas, fijando el pasado como una pauta o modelo inevitable para el futuro, sin dejar margen para la posibilidad de cambio. Y lo que es peor, la crítica basada sobre tales expectativas puede muy bien convertirse en una profecía que se autorrealiza. Cualquiera que sepa que lo han de criticar por adelantado en función de algo que se espera que haga (o que no haga), puede terminar decidiendo que no vale la pena el intento de cambiar de comportamiento.

Nadie es perfecto
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