La evaluación de la fuente
Para evaluar la fuente de una crítica, hemos de preguntamos si el crítico está calificado, en razón de su formación o de sus habilidades, para juzgar nuestra actitud o comportamiento. Además, ¿nos conoce lo bastante bien, o durante el tiempo suficiente, como para que su opinión se base en la experiencia acumulada, y no en un mero incidente aislado?
Con frecuencia reaccionamos mal ante la crítica porque la sentimos injusta. Es natural que uno se irrite cuando cree que la persona que lo critica no sabe de qué está hablando. Como ejemplo serviría el de una persona recientemente conocida que, al borde de la piscina, manifiesta que no hacemos correctamente la brazada de crawl, cuando hemos visto que apenas él se mantiene a flote en estilo perro. O el caso de un cuñado que continuamente pierde dinero en la bolsa, pero nos dice que no sabemos invertir bien nuestros ahorros. En casos tales, de nada sirve molestarse ni ponerse a la defensiva; basta con ignorar la crítica, puesto que la fuente de donde proviene no es válida. Y, si es necesario responder, basta con preguntar tranquilamente, sin asomo de enojo ni de sarcasmo:
—¿Cómo crees tú que debería hacerlo? —o—: Y tú, ¿qué me sugieres?
Cierto que nuestro conocido de la piscina puede resultar un excampeón de natación, pero asignar un valor a las fuentes de la crítica no es, en la mayoría de los casos, tan fácil. Veamos lo que sucedió con Diana, una prometedora diseñadora de modas, casada con Roger, fotógrafo comercial que continuamente criticaba el trabajo de su mujer. He aquí lo que cuenta Diana:
A Roger jamás le gustaba nada de lo que yo hacía. Solía decirme que no tenía la imaginación ni la creatividad necesarias para ser diseñadora, y sus críticas me hacían polvo. ¡Era horrible que la persona más importante de mi vida me repitiera, incesantemente, que no servía para nada en mi trabajo! Yo me negaba a creerlo, pero, por otra parte, me decía que Roger también era un artista creativo, a su manera, y que eso le daba autoridad para hablar.
De hecho, llegué al punto de decir a mi jefe que estaba pensando en dejar el diseño, porque no creía que pudiera llegar a nada en ese campo. Mi jefe se quedó atónito.
—¿De dónde has sacado semejante idea? —me preguntó, y cuando le hablé de las críticas de Roger, contestó—: Tu marido puede ser un gran tipo, pero de diseño de modas no sabe un rábano. Tu trabajo está a la altura de los mejores.
Durante un tiempo no supe a quién creer, si a él o a Roger, pero poco a poco fui dándome cuenta de que mi amor y mi respeto por Roger me habían llevado a someterme a sus críticas. Ahí se produjo un viraje. A partir de ese momento, jamás me dejé influir por los comentarios de Roger sobre mi trabajo, porque sabía que él no tenía autoridad para hacerlos. Una vez, cuando me criticó un dibujo que yo estaba haciendo, le pregunté cómo lo haría él. Intentó algunos bocetos, pero evidentemente no daba en la tecla. Después de eso, parece que aprecia más mi trabajo, o, en todo caso, ya no me lo critica.
Diana había cometido el error de permitir que la ligazón emocional con su marido diera a las críticas de éste un falso aspecto de credibilidad.
En otro caso, un escritor pidió a un editor amigo que leyera un capítulo de la novela en que estaba trabajando.
—Mi amigo la criticó despiadadamente —relató el escritor—. Me explicó que, por mi propio bien, me hablaba con «una franqueza brutal». Normalmente, yo me habría tomado su comentario al pie de la letra, pero sabía que mi amigo había fracasado en su único intento de escribir una novela, y pensé que gran parte de su crítica era una cuestión de celos.
Para evaluar eficazmente la fuente de una crítica, debemos hacer una estimación de las posibles motivaciones del crítico (o crítica). ¿No querrá impresionarnos (o impresionar a quien pueda estar escuchando) con la superioridad de su conocimiento? ¿No querrá sentirse superior? ¿Lo moverá el afán de mando? ¿Querrá intimidarnos o fastidiarnos?
Cuando uno no está seguro de los motivos de una crítica, la validación consensual resulta una técnica útil para dilucidar la legitimidad que pueda tener ésta. Por ejemplo, si el jefe acusa a un empleado de que casi siempre llega tarde al trabajo, el criticado puede sentirlo como una trivialidad o una exageración. Pero si no puede desentenderse totalmente de la acusación, porque sabe que siempre se ve apurado para llegar a tiempo al despacho, lo mejor será que pregunte a sus compañeros si tienen la impresión de que habitualmente llega tarde; además, que pregunte a sus amigos si es frecuente que se demore cuando se cita con ellos. Si la respuesta de ambos grupos coincide en que la puntualidad no es su fuerte, nuestro hombre puede suponer que lo más probable es que la crítica de su jefe sea válida, y que el problema resida en su tendencia habitual a retrasarse, y no en la percepción que el jefe tiene de la situación.