La insistencia en lo negativo
Tanto a Nancy como a Glen les gustaba la cocina china. Cuando Nancy supo que en el colegio de la localidad se iban a dar clases de cocina china, se apuntó inmediatamente. Glen estaba encantado con la expectativa de tener deliciosas comidas chinas en casa. Veamos lo que nos cuenta Nancy sobre lo sucedido.
Las clases duraron ocho semanas, y cuando terminaron, yo creía que había aprendido mucho. Para poner a prueba mis nuevas habilidades, preparé una estudiada cena de seis platos. Tal vez debería haber empezado con algo más simple, pero realmente quería que Glen viera todo lo que había aprendido. Hasta me compré un conjunto de chaqueta y pantalones chinos, para ponérmelos mientras servía la comida.
Pero, ¿creéis que Glen apreció mis esfuerzos? Para cada plato tuvo algún comentario desagradable. A la sopa picante le faltaba condimento. El pescado agridulce estaba demasiado ácido. Los rollitos de huevo no estaban bastante crujientes para su gusto. Las chuletas de cerdo estaban duras, y el plato de camarones —mi pièce de résistance— le pareció demasiado grasiento. Me imagino que tuve suerte de que no le encontrase ningún pero al té chino. El golpe final fue cuando me preguntó si no había pastas con predicciones. Yo sabía que lo decía de broma, pero a mí no me hizo gracia.
Glen sabía el esfuerzo que me había costado esa cena, sabía que era la primera vez que intentaba preparar sola todos esos platos, y sin embargo no fue capaz de decirme una sola palabra amable. Lo único que hizo fue decirme que todo estaba mal. Pues no pienso volver a intentarlo. La próxima vez que quiera tener comida china en casa, ¡ya puede ir a buscársela a un restaurante!
El relato de Nancy es el caso clásico de insistencia en los aspectos negativos. Glen no sólo la criticó por los malos resultados de su esfuerzo, sino que dejó bien en claro que ni siquiera el esfuerzo era apreciado. En casos así, la reacción habitual de la persona que recibe la crítica es suspender completamente la actividad criticada. ¿Y por qué no? Nancy no tenía motivación alguna para intentar mejorar su capacidad culinaria, ya que su primera prueba no fue reforzada en ningún sentido positivo. Sintió lo mismo que habríamos sentido la mayoría de nosotros: que no valía la pena preocuparse, si lo único que le iban a decir era que todo estaba horrible.