La apuesta amistosa
De acuerdo con el difunto Jean Piaget, una autoridad en lo que se refiere a la evolución infantil, la exigencia es un factor clave para promover el desarrollo emocional e intelectual. Sin cierto desequilibrio entre un niño o niña y su medio, decía Piaget, hay pocos motivos para mejorar o cambiar.
La técnica de la apuesta amistosa se vale de esta teoría, generando un desequilibrio leve: ¿Es capaz el niño de hacer algo que no ha venido haciendo? La «apuesta» es una forma entretenida de provocar el estrés del desequilibrio, con lo que se estimulan en el niño tanto el espíritu competitivo como la necesidad de dominar su medio.
Volvamos al ejemplo de la pequeña que dejaba sus juguetes desparramados. En vez de criticarla con preguntas «anzuelo» («¿Por qué no puedes guardar tus cosas?») o con amenazas («Si no guardas tus cosas, te…»), el padre le plantea una apuesta amistosa:
—Me gustaría ver cuánto tardas en guardar tus cosas. ¡Apuesto a que en cinco minutos eres capaz de hacerlo!
La mayoría de los niños responderán:
—¡Mira! —y se empeñarán en terminar antes del tiempo fijado. Pero, por más que el niño tarde, el padre debe seguir con el juego:
—Estuvo muy bien. Pero creo que si practicamos, los puedes guardar más rápido aún.
Esto genera un nuevo desequilibrio. Al decir «lo puedes hacer aún más rápido», el padre o madre da a entender que el niño terminará por tener éxito, lo que significa una motivación adicional. Finalmente, el hecho de usar el plural «practicamos» hará sentir al niño que no se encuentra solo, que el padre es un participante activo en el proceso de crítica.
Esta segunda versión de la apuesta amistosa tiene una ventaja adicional, porque se concentra sobre la competitividad consigo mismo; el niño no necesita tener miedo de que lo comparen desfavorablemente con otro chico, ni preguntarse si lo podrá hacer más rápido que algún otro, o si alguien será mejor que él.
Hay aún otra versión, que enfrenta al padre y al hijo:
—Te apuesto a que yo puedo guardar estos juguetes tan rápido como tú.
Generalmente, el niño responderá:
—No, ¡qué va! Te ganaré.
El padre puede moverse con un poco más de rapidez que la normal del niño, pero aun así, dejarlo «ganar». El pequeño, o la niña, se siente triunfante y competente, y al mismo tiempo ha respondido eficazmente a la crítica implícita.
Recuérdese que el modelo básico de crítica enfrenta a los padres con esta cuestión: ¿De qué manera puedo comunicar a mi hijo que debe aprender a guardar sus juguetes y a ser pulcro y organizado? Ayudar al niño a responder positivamente —«Veamos quién puede hacerlo más rápido»— compromete la conducta del padre en el proceso de crítica, lo cual es muy diferente del padre que dice: «A ver si puedes guardar correctamente tus juguetes». Esta expresión impone la ejecución de una tarea que ha de ser juzgada, en vez de plantear un desafío competitivo, y puede promover temores al fracaso: «¿Seré capaz de hacerlo? Y si no puedo, ¿papá me seguirá queriendo?».
1. La «apuesta» debe ser estimulante, pero no abrumadora. Asegúrese de que el niño tiene la edad adecuada para hacer lo que usted le propone que haga. Por otra parte, el desafío no debe ser demasiado fácil, porque no ofrecerá al niño motivación suficiente para aceptarlo.
2. Evite las exigencias que puedan generar ansiedad («¿Y si fracaso?»), ya que esto puede hacer que el niño tema hacer el intento.
3. Vigile el tono de voz en que sugiere la «apuesta». No dé la impresión de que el niño tiene que pasar por una «prueba».
4. Los maestros que usan la técnica de la «apuesta amistosa» han de tener en cuenta los antecedentes del niño. Algunos chicos no se desarrollan bien en un medio cultural que acentúe la competitividad.