Los efectos a largo plazo
¿Cuáles son los efectos acumulativos y más comunes, a largo plazo, que un fuego cruzado de críticas destructivas puede tener sobre los niños?
Una tendencia a evitar o eludir a la persona que critica, como también el tipo de situación o de ambiente en el cual se produce la crítica. Un padre que ridiculice con frecuencia a su hijo por lo que a éste le cuesta aprender a nadar, puede muy bien provocar en el niño una aversión permanente a la natación, a las aguas profundas e incluso, por extensión, a las playas, ya sean de mar o de lagos. Un maestro que critica ásperamente el rendimiento de un niño en la clase de matemáticas puede ser causa de que el chiquillo o chiquilla termine odiando no solamente las matemáticas sino, también, por extensión, todo lo que sea trabajo escolar, y a todos los maestros.
Son pocos los niños que tienen la suficiente fuerza interior para defenderse, ni para protestar siquiera. Un niño, decía George Orwell, «no ha acumulado una experiencia que le dé confianza en sus propios juicios… Aceptará lo que le digan, y creerá de la manera más fantástica en los conocimientos y en el poder de los adultos que lo rodean».
El niño que recibe muchas críticas destructivas tiende a adquirir el hábito de criticar a los demás de manera destructiva. Una de las formas de aprendizaje más poderosas en la niñez es lo que los psicólogos llaman los «modelos». Si una persona importante o poderosa en la vida de un niño actúa o habla de determinada manera, es muy probable que el niño integre ese comportamiento en su propia personalidad, y aprenda a criticar a otros de la misma forma. En los seminarios sobre crítica, solemos preguntar a los adultos qué efecto creen que tuvo sobre ellos el hecho de haber sido criticados cuando eran niños. Una mujer respondió:
Estoy segura de que entonces no me daba cuenta de la relación, pero me sentía tan herida en mis sentimientos que siempre quería vengarme de mis padres. Me portaba mal deliberadamente o les decía cosas mezquinas. Y criticaba despiadadamente a mis hermanos y a sus amigos. Creo que no sólo aprendí a hacerlo, sino también que hacerlo estaba bien.
Lamentablemente, cuanto más «practica» un niño este comportamiento aprendido, y cuanto más lo usa en sus relaciones interpersonales, tanto más probable es que continúe practicándolo en la vida adulta.
—Cuando critico a mi hija —dijo tristemente un joven padre— me acuerdo de la forma en que mis padres estaban siempre condenándome por algo. Y aunque a mí me enfermaba, ahora estoy haciendo lo mismo con la niña. Si no tengo cuidado, terminará por seguir mi ejemplo cuando sea grande.
En ocasiones, las críticas destructivas pueden crear el hábito de una secuencia de reacciones emocionales negativas: lágrimas, enojo, angustia, resentimiento. Es posible que, muy justificablemente, los niños interpreten las críticas como otra simple forma de castigo. Tales sentimientos negativos bloquean los comportamientos productivos:
La primera vez que intenté enseñar a mi hijo de siete años a detener pelotas bajas, siempre retrocedía o se apartaba, por temor a que la pelota rebotara y le diese en la cara. Yo perdí los estribos y lo traté de mariquita. Entonces se echó a llorar y se fue, y después, durante semanas, no quiso ni siquiera jugar conmigo. Finalmente volvimos a intentarlo, y esa vez lo estimulé cada vez que jugaba bien, y me callé la boca cuando se apartaba. Una vez que se dio cuenta de que yo no iba a gritarle porque cometiera errores, aprendió rápidamente.
Hacer críticas destructivas a los niños crea, con demasiada frecuencia, perturbaciones emocionales en la familia como tal. Como la crítica casi siempre resulta ineficaz para cambiar las actitudes o el comportamiento del niño, los padres tienden finalmente a culparse el uno al otro por la falta de resultados. Esta actitud se convierte en preludio de tensiones que con frecuencia, se generalizan, hasta abarcar otros aspectos de la relación marido-mujer.
El niño también padece. A medida que la atmósfera del hogar se contamina de discordia, es frecuente que los padres, frustrados, empiecen a criticar más aún al niño por muchas otras infracciones, reales o imaginarias. Este efecto de «halo negativo» ensancha más aún la distancia emocional entre los padres y el hijo. El niño ya no puede sentirse seguro de la aceptación y el amor incondicionales a los cuales toda criatura tiene derecho, y el hijo, sea chico o chica, hará esfuerzos desesperados por ganarse la aprobación de sus padres. Es posible que el razonamiento inconsciente del niño sea: Para que me amen, debo atender a sus críticas. Pero como nada de lo que hago está bien, y me siguen criticando, es evidente que no soy capaz de hacerme amar.
Es menos probable que un niño intente formas de comportamiento nuevas cuando teme ser criticado por las personas que son importantes para él. Una niñita de seis años redondeó los ángulos del papel donde había hecho un dibujo a lápiz, porque pensó que así quedaba más bonito. Cuando la maestra del jardín de infancia lo vio, frunció el ceño y le dijo:
—Pero, ¡mira lo que has hecho! ¡Lo arruinaste!
Desde ese momento, la niña dio por sentado que no tenía el menor talento, y no se animó a intentar otro dibujo.
A la inversa, también el exceso de elogios puede tener el mismo resultado: a una niña le elogiaron tanto su dibujo de un caballo que jamás volvió a dibujar otra cosa: temía que la criticaran por no hacerlo tan bien.
Las críticas destructivas lesionan la autoestima, tanto del niño como de los padres. El padre —o la madre— que critica constantemente se considera, en el mejor de los casos, como un padre ineficaz, y en el peor, como un «mal padre». Esa penosa imagen puede mantenerse durante años.
—Mi hijo tiene veinticinco años —dice lentamente un hombre— y, sin embargo, todavía recuerdo vívidamente haberlo zurrado sin misericordia, cuando tenía seis, porque insistía en apoderarse de los juguetes de su hermanito menor. ¿Cómo pude haber sido un padre tan cruel?
Un niño a quien continuamente se critica de forma destructiva, crece con una sensación de azoramiento, de vaga tristeza, de estar viviendo su mundo como una serie de fracasos. El niño criticado, dice el famoso psicoterapeuta Harry Stack Sullivan, llega a tener una sensación generalizada de «yo-malo». El párvulo educado por padres que practican la crítica destructiva puede convertirse en lo que Sullivan llamaba el «niño malévolo», que tiende a proteger su propia imagen buscando —y encontrando— solamente los aspectos negativos de otras personas, aun cuando éstas sean bondadosas y serviciales.