El intercambio de represalias
SYLVIA: Ya hace dos días que te pedí que le enviaras esta carta a mi madre, y todavía sigue aquí, sobre la mesa del vestíbulo. ¿Nunca te acuerdas de nada? Todo se te va de la cabeza.
HERBERT: Buena eres tú para hablar. ¿Quién se olvidó de llevar mi traje bueno a la tintorería? Y, finalmente, tú siempre escribes a tu madre. ¿No podrías sacar un rato para enviar también alguna línea a mi familia, de vez en cuando? Ya sabes lo ocupado que estoy.
SYLVIA (sarcásticamente): Vaya si lo sé. Siempre estás ocupado, especialmente cuando yo quiero que hagas algo conmigo. En cambio tienes tiempo para jugar al golf con tus amigos.
HERBERT: Eso me relaja. Cuando estoy contigo, siempre encuentras algún motivo para sermonearme. Te has convertido en una machacona espantosa, Sylvia.
Y así se mantiene, interminablemente, la pauta de querer «ganar» al otro, en donde cada uno de los dos responde a la crítica recibida criticando, a su vez, a quien lo critica. Valerse de la crítica como represalia no hace más que perpetuar una interacción destructiva, desviando la atención de lo primero que se enunció. En realidad, ¿ese hombre se olvida habitualmente de hacer lo que su mujer le pide? Si es así, ¿hay alguna manera de que pueda corregirse? Esta pareja jamás lo descubrirá, porque el problema queda rápidamente sepultado bajo una sucesión de críticas sin relación entre sí. En vez de ver qué se hace con el comportamiento criticado, la pareja se entrega a una sesión de denigración recíproca.