El hacha de la crítica

La crítica produce situaciones tan difíciles y reacciones tan dolorosas como las que se ven en los ejemplos anteriores, porque, automáticamente, se tiende a usarla o interpretarla de manera totalmente negativa, o bien a no utilizarla por razones también de tipo negativo. Si el lector decidiera elegir al azar cien personas para preguntarles qué entienden por la palabra «crítica», lo más probable es que una abrumadora mayoría la defina como una opinión u observación destructiva, hostil o humillante, cuyo propósito es censurar.

Este concepto popular se deriva de la autoridad de los expertos y cuenta con su apoyo. La mayor parte de los diccionarios definen criticar como «insistir en los defectos de; censurar, vituperar». De la crítica se dice que es «el acto de criticar, por lo común desfavorablemente». Los sinónimos que con más frecuencia se ofrecen para criticar incluyen culpar, censurar, condenar, denunciar, reprender. No hay que asombrarse de que la imagen tradicional evocada al hablar de crítica sea la de un ataque personal, ni es raro que la mayor parte de nosotros la consideremos como un comentario hiriente sobre un comportamiento vergonzoso.

Tenemos tan perverso apego a la idea de que la crítica no es crítica si no destruye algo, que apenas nos damos cuenta de la extensión que alcanza tan perjudicial concepto. «Buscar peros parece ser la reacción más dominante, tradicional y esperada» ante cualquier intento de cambio o de innovación, observa la socióloga Stephanie Hughes, experta en el estudio de cómo hace y recibe críticas la gente. De acuerdo con ella, la crítica negativa es la técnica estándar de que se valen la mayoría de los reseñadores y comentaristas de libros y películas, la que usan los organismos estatales para evaluar opciones diversas que exigen una decisión, y la que sirve en el comercio y en la industria para la evaluación de productos, procedimientos y personal.[1] En pocas palabras, que la mayor parte de quienes ven en la crítica un instrumento tienden a considerarla solamente como un hacha o un martillo. Así pues, no resulta tan sorprendente que en nuestra civilización actual se crea que la crítica no es sólo algo «por lo común» desfavorable, sino siempre desfavorable.

En la práctica, el uso inconsciente de críticas negativas en la vida diaria es mucho más común —y mucho más hiriente— que su empleo deliberado. Las personas a quienes amamos o con quienes vivimos, raras veces se dan cuenta del impacto negativo de las palabras con que expresan inconscientemente sus críticas. En inglés hay un proverbio según el cual con palos y piedras se pueden romper huesos, pero con palabras no hay riesgo de herir. Sin embargo, si alguna vez un proverbio erró el blanco, es el que acabamos de mencionar. Como lamentablemente sabe la mayoría de las personas, las palabras pueden causar heridas más duraderas que la mayor parte de los golpes físicos.

«Una sucesión constante de observaciones negativas —sarcasmos, dudas, rechazos, desprecios— deja cicatrices emocionales hasta en el yo más resistente», dice la doctora Honor Whitney, terapeuta dedicada al trabajo con grupos familiares, que se ha pasado muchos años estudiando los efectos de las observaciones destructivas sobre la personalidad. «En última instancia —agrega—, las manifestaciones negativas socavan gravemente la forma en que la gente se percibe, y debilitan la propia imagen, el sentido interior que uno tiene de su valor como individuo.»[2]

Por ejemplo, una mujer esbelta y atractiva, vestida con elegancia salvo por los zapatos sin tacón, contó que el recuerdo más nítido que tenía de su infancia era que su familia se burlaba de ella por su altura.

Mi padre siempre se refería a mí llamándome «Rascacielos». Solía decirme cosas de este tipo: «¿Cómo puedes ser tan alta si tu madre y yo somos bajos?». Siempre lo decía en tono de broma, pero el mensaje que yo captaba era que mi estatura era mi culpa, y que por eso me criticaban. Cuando cumplí quince años, estaba convencida de que era un bicho raro que jamás interesaría a ningún muchacho. Necesité años para llegar a tener un mínimo de confianza ante los hombres, y con la mayor parte de ellos todavía me siento incómoda.

En otra ocasión, un conocido abogado de Los Ángeles evocó cómo, cuando tenía catorce años, un primo lo había invitado a pasar parte de las vacaciones de verano en Nueva York, donde vivía.

Yo estaba fascinado, porque nunca había salido tan lejos de casa. Pero mi madre dijo que no podía ir solo, porque me equivocaría de avión, perdería el billete o me sentiría descompuesto. Recuerdo exactamente sus palabras: «Si no estoy yo para cuidarte, no eres más que un inútil». Yo sabía que no era así, pero me hizo sentir tan incompetente que me imaginé que tal vez tuviera razón. Y ¿sabe usted una cosa? Cada vez que salgo de viaje siento un vacío en el estómago. Todavía pienso que cometeré algún error o haré alguna estupidez.

¿Por qué la crítica, en el sentido en que tradicionalmente se entiende la palabra, tiene esos efectos destructivos?

Para empezar, la crítica da la impresión de que excluye la posibilidad de mejorar. Al concentrarse casi exclusivamente en la acción pasada —en lo que alguien hizo o dijo o no llegó a hacer o decir— la crítica convencional convierte una situación potencialmente abierta, que ofrece una esperanza de cambio en sentido positivo, en un acontecimiento negativo inmutable. Es raro que a uno le digan que está haciendo algo mal; más bien se tiende a decirle que hizo algo mal. El crítico no sólo «fija» el incidente en el pasado, sino que da a entender que el comportamiento será inalterable en el futuro. Así, Eileen se valió de un solo fallo de atención de Ken en la autopista para ponerle el rótulo permanente de conductor incompetente.

Segundo, la crítica convencional es casi exclusivamente un proceso unidireccional. Hombre o mujer, el que critica habla y, una vez termina, da por sentado que ya no es necesario decir ni hacer nada más. Cuando el jefe de Sally le devolvió secamente los bocetos, no le dio oportunidad de que se explicara ni de que defendiera su trabajo. Tampoco asumió el compromiso de participar en el proceso de crítica haciendo alguna sugerencia referente a lo que había que revisar en ellos.

Como la unidireccionalidad de la mayor parte de las críticas es tan negativa, la persona que las recibe tiende también a reaccionar en forma negativa. Primero está la suposición intelectual de culpa, fallo o error: Hice algo mal. A ello le sigue una oleada de cólera, resentimiento y necesidad de defenderse, y además, de autojustificarse. Finalmente, se da la expresión negativa —y ciertamente, improductiva— de estas emociones en el comportamiento: gritos y represalias verbales, llantos, o bien retraimiento en un hosco silencio.

La tercera razón por la cual la crítica resulta habitualmente destructiva es que tiende a ser injustamente selectiva. He aquí un ejemplo:

Para celebrar el cumpleaños de su marido, Joan planeó una cena sorpresa a la que invitó a los amigos más íntimos de él. Decoró el comedor, compró dos botellas de buen vino y preparó una primorosa comida, que incluía una receta nueva para el plato principal. Como postre, la tarta de queso casera que su marido prefería.

Cuando se retiró el último invitado, Joan preguntó a su marido si había disfrutado de la velada. Él pensó un momento antes de contestar y después dijo:

—¿Por qué siempre haces pruebas con la comida cuando invitamos a alguien? Creo que esa receta nueva no te salió nada bien.

Aunque no seleccionaba más que un elemento para ponerle peros, la crítica desvalorizaba implícitamente todo lo que había hecho Joan para que la velada fuese un éxito. No importaba que hubiera tratado de agradar a su marido; no importaba que hubiera dedicado tiempo, preocupación y esfuerzo a la fiesta; no importaba que hubiera invitado a sus amigos favoritos y preparado el postre que él prefería; no importaba que ella pudiera haber hecho una docena más de cosas a la perfección y sólo una en la que él pudiera encontrar un fallo. La crítica selectiva de su marido dejó a Joan con la sensación de que toda la velada había sido un fracaso.

Volvamos al concepto de «crítica». Originariamente, la palabra denotaba una apreciación neutral y objetiva de ideas y acciones. (La palabra griega kritikos significa «capaz de discernir o de juzgar»). Del que criticaba se esperaba que evaluase tanto los méritos como los deméritos de una situación o de un objeto, y que de acuerdo con ellos emitiera su juicio. Los objetivos de la crítica eran comunicar, influir, motivar.

Ese tipo de crítica desempeñaba un papel importante y positivo en el proceso de evaluación. Servía para que uno considerara con realismo sus objetivos y sus acciones; le señalaba el camino conducente a recursos y habilidades nuevas; incrementaba la tolerancia ante diversas opiniones. Pero, de alguna manera, este concepto de la crítica se fue desvirtuando hasta que, finalmente, no se conservaron nada más que las connotaciones negativas de la palabra.

Nos parece que es el momento de redefinir la crítica de manera tal que permita cambiar este marco de referencia y, por ende, mejorar tanto nuestra manera de criticar como la forma en que recibimos las críticas. Considérese esta nueva definición del «criticar»: comunicar información a otros de tal modo que les permita usarla para su propia ventaja y beneficio. Y de «crítica»: instrumento para estimular y favorecer el propio desarrollo y las relaciones personales.

Esta redefinición de términos significa algo más que un mero juego de palabras. Las definiciones revisadas pueden cambiar lo que los psicólogos llaman nuestra «orientación cognoscitiva», es decir, la forma en que, tanto quien hace la crítica como quien la recibe, están dispuestos a pensar de lo que dicen y oyen.

La nueva definición, por ejemplo, ya no identifica el comportamiento criticado como un acto irrevocable, sino como un comportamiento susceptible de cambio. La nueva definición pone en claro que la crítica es una interacción positiva entre crítico y receptor. Si las dos personas participan, es probable que el (o la) que critica esté más atento a lo que dice, a la forma en que lo dice y al efecto que pueden tener sus palabras.

Entonces, el mensaje que la crítica transmite es «te estoy diciendo esto porque creo que puede ayudarte y puede ayudar a nuestra relación». De la misma manera, es más probable que, en vez de sentirse herido o ponerse a la defensiva, quien recibe la crítica intente integrarla en sus acciones futuras. En vez de pensar: «Siempre me está poniendo peros», es posible que la persona criticada piense: «Está tratando de ayudarme». En pocas palabras, tanto el uno como el otro reconocen que están participando en un proceso de crecimiento.

El lector, ¿responde de esa manera?

Piense en la última vez que lo criticaron y en la forma en que reaccionó a lo que le decían.

• ¿Qué significaron para usted las palabras? ¿Las interpretó como un ataque? ¿Una humillación? ¿Un intento de ayudarle a ver lo que estaba haciendo mal?

• ¿Cómo se sintió cuando lo criticaron? ¿Enojado? ¿Herido? ¿Rechazado? ¿Avergonzado? ¿Le latió con más rapidez el corazón? ¿Se ruborizó? ¿Se le tensaron repentinamente los músculos?

• ¿Qué hizo? ¿Escuchó en silencio la crítica o intentó interrumpirla para defenderse? ¿Levantó la voz? ¿Se fue? ¿Dio un puñetazo sobre la mesa? ¿Lloró?

Recuerde ahora la última vez que criticó a alguien y hágase usted mismo idénticas preguntas: ¿Qué era lo que creía estar diciendo? ¿Cómo me sentí cuando lo decía? ¿Cómo me conduje mientras lo estaba diciendo y después de haberlo dicho?

Cada uno de esos tres factores tiene su medida de importancia individual, tanto cuando se hace una crítica como cuando se recibe. Y, lo que es más importante, cada uno de ellos interactúa con los otros dos y los refuerza. La forma en que interpretamos intelectualmente la crítica afecta a nuestra reacción emocional ante ella. La forma de nuestra reacción emocional determina, en gran medida, lo que hacemos al respecto. Y como tenemos tendencia a poner rótulos subjetivos a nuestros sentimientos y nuestras acciones, estas dos respuestas influyen a su vez —con frecuencia incorrectamente— sobre el significado que atribuimos a la crítica: «Si me siento avergonzado, debo haber hecho algo mal… Si discuto a gritos, debo estar enojado».

Antes de poder empezar a cultivar las habilidades necesarias para formular y recibir críticas de manera responsable y eficaz, debemos estudiar más atentamente la forma en que nuestros pensamientos, sentimientos y acciones afectan a la totalidad de nuestra reacción ante la crítica.

Nadie es perfecto
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