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El delicado arte de la crítica sexual

—Nuestra vida sexual ya no es lo que solía ser. Sigo amando a mi marido, pero su manera de hacer el amor es tan previsible que resulta aburrida. Ahora bien, ¿cómo puedo decirle semejante cosa?

—Trato de hacer lo que a ella le agrada, pero me doy cuenta de que no lo consigo. ¡Si por lo menos me dijera lo que quiere!

—Desde que me dijo que todos sus orgasmos habían sido fingidos y que en realidad jamás había llegado a tener uno, no he podido volver a tocarla. Me siento como si me hubieran castrado.

Entre todas las formas de crítica, la crítica sexual es sin duda la más difícil de formular y la más devastadora de oír. Nada puede ser motivo de más tensión e incomodidad que tener que señalar a nuestra pareja sus fallos sexuales. Y nada puede disminuir nuestra autoestima tan brutalmente como el que nos digan que, como amantes, somos inadecuados o insatisfactorios. Tampoco nada puede lesionar tan profunda y dolorosamente una relación como los comentarios despectivos sobre las habilidades sexuales de uno de los miembros de la pareja, formulados por el otro, e incluso como las sugerencias bien intencionadas, pero formuladas, sin contemplación, como críticas.

No es de asombrarse que los terapeutas digan que, en la mitad de los matrimonios, las tensiones y los conflictos se agravan por obra de las palabras destructivas con que se alude a la habilidad sexual en el seno de la pareja. Pero, ¿significa esto que las críticas referentes al comportamiento sexual deben ser evitadas o reprimidas? No, si tenemos presente el concepto de que la crítica es un instrumento que puede estar al servicio del desarrollo.

El hecho es que la mayoría de los hombres —y de las mujeres— jamás han aprendido a hablar de cómo conseguir mejorar el contacto sexual, a no ser quejándose de cómo es. Y sin embargo, la habilidad de hacer el amor no es instintiva; es un arte que debe ser aprendido, y las críticas positivas no sólo pueden ser una ayuda útil para la enseñanza, sino una manera de que cada cual demuestre que aprecia los esfuerzos de su pareja por convertirse en un mejor compañero o compañera sexual.

De hecho, es virtualmente imposible mejorar una relación sexual si las dos personas que en ella participan no son capaces de compartir e intercambiar información potencialmente útil o, dicho de otra manera, de actuar como críticos constructivos. «Por lo común —observó el sociólogo John Gagnon—, antes de poder cambiarlo, es necesario enfrentarse directamente con el comportamiento sexual». Pero, si un enfrentamiento tal puede contribuir a una vida sexual más gratificante para ambos miembros de la pareja, ¿por qué a la mayor parte de nosotros se nos hace tan incómodo iniciarlo, y tan angustiante aceptarlo?

Hay varias razones. Para empezar, hablar con cualquier grado de franqueza de algo referente al sexo sigue siendo el motor de una situación esquizofrénica. Por una parte, damos por sentado el bombardeo casi continuo de incidentes, alusiones y descripciones de índole sexual que aparecen rutinariamente en libros y películas, en la televisión y en los anuncios. Y sin embargo, al mismo tiempo, si se trata de expresar nuestros sentimientos sexuales personales, vacilamos. Desde la más temprana infancia, a la mayoría de la gente le han enseñado que está «mal» hablar abiertamente de eso. Como resultado, se encuentran bloqueados para hablar de necesidades, deseos y decepciones sexuales.

En segundo lugar, hemos aprendido a andar cuidadosamente por este campo minado de la crítica, para no lesionar el aspecto sexual de nuestro yo. Las críticas que dan a entender (e incluso las que se puede inferir que dan a entender) que uno no es buen amante, atacan el componente más frágil y sensible de la autoestima. Rara vez nos detenemos a pensar en lo extraño que es esto. Nadie, sea hombre o mujer, supone automáticamente que sin aprendizaje ni experiencia pueda ser un artista, artesano, hombre de ciencia o cocinero competente. Tampoco nace nadie con talento especial para hacer el amor, y desde los días de las cortesanas profesionales, a nadie se le entrena para eso. Y sin embargo, a casi todo el mundo le gusta creer que él (o ella) es —o debería ser— un amante competente.

Puesto que sabemos cómo nos sentiríamos nosotros si alguien criticase nuestra técnica sexual, titubeamos en criticar a nuestra pareja por temor de infligirle una herida semejante.

—¿Cómo puedo decir a mi mujer que no me satisface en la cama? —pregunta un hombre—. Eso la destrozaría.

No se da cuenta de que, probablemente, ya le ha transmitido el mismo mensaje, sin palabras, en una docena de maneras diferentes. Pero, al no manifestar abiertamente la crítica, de forma que se pueda hacer algo para resolver el problema, está haciendo a su mujer depositaria de un persistente sentimiento de desconcierto, culpa o enfado, por más que ella no sepa exactamente qué es lo que puede andar mal.

A diferencia de algunas otras formas de crítica, la que se dirige al nivel sexual afecta inevitablemente tanto a quien la hace como a quien la recibe. Una mujer que se quejaba de la insensibilidad de su compañero ante sus necesidades se sintió, después, culpable por lo que había dicho:

—Al criticarlo, sólo estoy pensando en mí. ¿Es justo herir sus sentimientos con el solo fin de que yo pueda disfrutar más cuando hacemos el amor?

En otros casos, la crítica del comportamiento sexual puede quedar inhibida porque uno de los dos siente que el problema es culpa exclusiva de él o de ella, y no tiene nada que ver con la otra persona.

—¿De qué sirve quejarme de que no puedo alcanzar el orgasmo cuando la única culpable soy yo? —preguntó una mujer.

Otra barrera está constituida por el hecho de que carecemos de un lenguaje adecuado para expresar la crítica sexual. Tanto en un sentido literal como figurado, no podemos dar con las palabras adecuadas. Pese a la liberalización del lenguaje, la mayoría de las personas siguen sintiéndose incómodas con los términos sexuales burdos o vulgares; al mismo tiempo, la terminología científica que designa las actividades y órganos sexuales suena demasiado «clínica». Es decir, que hablar de las relaciones íntimas en términos de «coito» o «fellatio» puede resultar tan desconcertante e incómodo como hacerlo en términos más vulgares y populares. Tal vez sea ésta una de las razones por las que, como veremos, gran parte de las críticas del comportamiento sexual se transmiten, ya sea en forma consciente o inconsciente mediante el gesto, el tono de voz, la tensión muscular, los movimientos corporales y la cualidad del tacto.

Nadie es perfecto
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