El gasto de «energía de cambio»
Es necesario evaluar cuánta «energía de cambio» hemos de gastar para corregir el comportamiento que nos critican. Pocas cosas son más difíciles de cambiar que nuestra forma habitual de pensar, sentir o actuar. Hay personas que no están dispuestas a hacer el esfuerzo; algunas son demasiado egoístas para adaptarse a las necesidades o deseos de otros, y otras temen las consecuencias psicológicas —la sensación de perder el control, o de verse obligadas a admitir errores pasados— del cambio. Las cosas pueden mejorar si cambio, piensan, pero también pueden empeorar. ¿Por qué arriesgarse a sacudir el bote?
En todo caso, se requiere energía emocional para hacer los cambios que, en ocasiones, exige la crítica. Y a uno puede parecerle que va a gastar más energía de lo que merece el cambio. Por consiguiente, en la evaluación de una crítica concreta es necesario estimar, con toda la precisión posible, la cantidad de energía que se requerirá para corregir la actitud o el comportamiento en cuestión.
Téngase presente que, cuando hablamos de «energía de cambio», nos referimos a muchas variedades de esfuerzo físico o emocional. Por ejemplo, si un vecino critica el aspecto de nuestro césped e insiste en que deberíamos hacer algo para mejorarlo, podemos sentir que la buena relación no se merece el tiempo ni el trabajo necesarios para conseguir que el césped esté a la altura de las normas del vecino. Si un cónyuge critica al otro porque prefiere quedarse en casa mirando la televisión en vez de salir con los amigos, la persona criticada tendrá que decidir si el esfuerzo social que implica el cambio de comportamiento requerido vale la pena. Si a uno le critican (o se critica) las actitudes y acciones que le impiden alcanzar sus objetivos en la vida, tendrá que decidir si está dispuesto a invertir el tiempo y la energía psíquica que se necesitan para someterse a una psicoterapia.
Tanto quien hace la crítica como quien la recibe suelen dar por sentado, erróneamente, que casi todos los comportamientos se pueden cambiar, siempre que se haga el esfuerzo necesario. Pero no hay esfuerzo en el mundo capaz de ayudar a una persona para que afronte constructivamente una crítica, si el problema sólo se puede resolver contando con atributos o habilidades que esa persona no tiene. Un estudiante a quien critican por no ser capaz de captar las complejidades del cálculo infinitesimal, probablemente jamás sea capaz de lograrlo, por más que estudie, si no tiene una mente adecuada a las abstracciones de la matemática superior. Tampoco hay lecciones ni prácticas capaces de mejorar el juego de un golfista de fin de semana, si no posee la capacidad para dar mejores golpes. Por consiguiente, se puede estar seguro de que, estando dispuesto a hacer el esfuerzo de cambiar, hay una razonable probabilidad de éxito. Pero cuando el continuo esfuerzo no conduce más que a un fracaso continuo, la propia imagen se resiente doblemente. Si uno cree sinceramente que el cambio no se merece la cantidad de energía que ha de exigirle, tiene derecho a rechazar la crítica.