96

El fin de semana vuelvo a quedar con Felipe el brasileño, dos veces. El sábado lo llevo a la tienda para que conozca a Wayan y las niñas. Tutti se pone a dibujarle casas y Wayan guiña provocativamente los ojos a sus espaldas, susurrando: «¿Novio nuevo?» mientras yo sacudo la cabeza como diciendo: «No, no, no». (Aunque tengo que reconocer que ya no me acuerdo de ese tío galés tan guapo). También llevo a Felipe a conocer a Ketut, mi amigo el curandero, que le lee la mano y declara unas siete veces seguidas (mientras me mira fijamente con sus ojos penetrantes) que es «un hombre bueno, un hombre muy, muy bueno. No un hombre malo, Liss. Un hombre bueno».

El domingo Felipe me pregunta si me apetece pasar el día en la playa. Entonces caigo en la cuenta de que llevo dos meses en Bali sin haber visto la playa, cosa que me parece una idiotez absoluta, así que le digo que sí. Me pasa a buscar en su jeep y tardamos una hora en llegar a la playa de Pedangbai, que está en una pequeña cala escondida donde casi no van turistas. El sitio donde me lleva es lo más parecido al paraíso que he visto en mi vida, con agua azul y arena blanca y palmeras verdes que dan una sombra estupenda. Nos pasamos todo el día hablando, interrumpiendo nuestra charla sólo para bañarnos, echarnos la siesta o leer, a veces leyéndonos en voz alta uno al otro. En la playa hay un chiringuito donde unas mujeres balinesas nos preparan un pescado fresco a la plancha, que tomamos con cerveza fría y fruta helada. De pie entre las olas nos contamos los detalles de nuestra vida que se nos han escapado en estas últimas semanas, que hemos pasado en los restaurantes más tranquilos de Ubud, charlando mientras nos bebíamos una botella de vino tras otra.

A Felipe le gusta mi cuerpo, según me dice después de verlo en la playa por primera vez. Me cuenta que los brasileños tienen un término exacto para el tipo de cuerpo que tengo yo (ay, estos brasileños), que es magrafalsa, es decir, «falsa delgada». Lo usan para referirse a una mujer que parece flaca de lejos, pero de cerca resulta que es redondeada y carnosa, que en Brasil se considera bueno. Benditos sean los brasileños. Mientras hablamos tumbados en las toallas, Felipe a veces alarga el brazo y me quita unas motas de arena de la nariz o me aparta un mechón rebelde de la cara. Pasamos diez horas seguidas hablando sin parar. Cuando se hace de noche, recogemos nuestras cosas y nos vamos a dar un paseo por la oscura calle principal de aquel pueblecito pesquero balinés, caminando bajo las estrellas cogidos del brazo. Es entonces cuando Felipe el brasileño me pregunta con la mayor naturalidad del mundo (casi como si me preguntara si quiero comer algo):

—¿Quieres tener algo conmigo, Liz? ¿Te apetece?

Me gusta mucho cómo sucede esta parte de la historia. No empieza con un acto —el típico amago de beso o una valentonada—, sino con una pregunta. Y, además, es la pregunta correcta. Recuerdo lo que me dijo mi terapeuta hace más de un año, antes de empezar este viaje. Le había contado que quería permanecer célibe durante el año entero que durase mi periplo, pero le pregunté con cierta preocupación:

—¿Y si conozco a un hombre que me gusta de verdad? ¿Qué hago? ¿Tengo algo con él o no? ¿Mantengo mi independencia? ¿O me doy el capricho de tener una historia de amor?

Con una sonrisa indulgente, mi terapeuta me contesta:

—Mira, Liz. Todo esto deberías hablarlo en el momento oportuno con la persona implicada.

Pues aquí estoy, en el momento oportuno y con la persona implicada. Nos ponemos a hablar del tema, tranquilamente, mientras paseamos tranquilamente junto a la orilla del mar, cogidos del brazo como dos amigos.

—En circunstancias normales te diría que sí, Felipe —le explico—. Aunque tampoco sé muy bien cuáles serían esas circunstancias normales

Los dos soltamos una carcajada. Pero después le explico los motivos por los que me cuesta decidirme. Pese a lo mucho que pueda disfrutar de entregarme en cuerpo y alma a un experto amante brasileño, una parte de mí me pide que me dedique totalmente a mí misma durante el año que va a durar mi viaje. En mi vida se está produciendo una transformación fundamental que precisa un espacio y un tiempo para llevarse a cabo como es debido. Soy como una tarta recién sacada del horno, que tiene que enfriarse antes de poder ponerle la última capa de azúcar. No quiero quedarme sin disfrutar de este periodo tan importante. No quiero volver a perder el control de mi vida.

Por supuesto, Felipe me dice que lo entiende, que haga lo que crea más conveniente y que espera que le perdone por haber sacado el tema. («Tarde o temprano tenía que preguntártelo, cielito mío»). Me asegura que, decida lo que decida, seguiremos siendo amigos, ya que a los dos parece habernos sentado muy bien el tiempo que hemos pasado juntos.

—Pero tienes que dejarme que te cuente mi punto de vista —me dice.

—Estás en tu derecho —le contesto.

—Para empezar, si te he entendido bien, estás dedicando este año a buscar el equilibrio entre la devoción y el placer. Te he visto muy entregada a los ejercicios espirituales, pero creo que el placer lo tienes bastante abandonado.

—En Italia comí mucha pasta, Felipe.

—¿Pasta, Liz? ¿Pasta?

—Vale. Tienes razón.

—Además, creo que sé lo que te preocupa de verdad. Temes que llegue otro hombre a tu vida y te lo quite todo. Pero yo no te voy a hacer eso, cariño. También llevo mucho tiempo solo y también he perdido mucho con el amor, como tú. No quiero que nos quitemos nada el uno al otro. Lo que me pasa es que nunca he estado tan a gusto con nadie como contigo, y me gustaría estar a tu lado. Tranquila, que no te voy a seguir a Nueva York cuando te vayas en septiembre. Y en cuanto a los motivos que me diste hace unas semanas para no querer tener un amante…, pues te digo lo siguiente. Me da igual que no te afeites las piernas todos los días, adoro tu cuerpo; ya me has contado la historia de tu vida y no tienes que preocuparte por lo de quedarte embarazada, porque me he hecho la vasectomía.

—Felipe —le digo—, es la mejor propuesta que me ha hecho un hombre jamás.

Y lo era. Pero le dije que no.

Me llevó a casa. Al llegar a casa, en el coche nos dimos unos besos dulces, salados y arenosos, besos de haber pasado todo el día juntos en la playa. Fue maravilloso. Claro que sí. Pero volví a decirle que no.

Se marchó y yo me metí en la cama sola.

Durante toda mi vida las decisiones relativas a los hombres las he tomado muy deprisa. Siempre me he enamorado a toda velocidad sin tener en cuenta los posibles riesgos. Tiendo a ver sólo las cosas buenas de la gente, pero doy por hecho que todos estamos capacitados para llegar a la cima de nuestra capacidad sentimental. Me he enamorado incontables veces de la mejor versión de un hombre, no del hombre real, y después me dedico a esperar durante muchísimo tiempo (a veces una barbaridad) a que el hombre alcance su máximo potencial de grandeza. En el amor a menudo he sido una víctima de mi excesivo optimismo.

Me casé joven y apresuradamente, llena de amor y esperanza, pero sin haberme planteado en serio todo lo que implica un matrimonio. Nadie me aconsejó sobre el tema. Mis padres me enseñaron a ser independiente, autosuficiente y segura de mí misma. A los 24 años se esperaba de mí que tomara mis decisiones de manera autónoma. Como todos sabemos, las cosas no siempre fueron así. De haber nacido en cualquier otro siglo del patriarcado occidental, yo habría tenido que obedecer a mi padre hasta que me entregase a mi marido, pasando a ser de su propiedad. Huelga decir que no habría tomado ninguna de las grandes decisiones de mi vida. Antaño mi padre le habría hecho a mi pretendiente una larga lista de preguntas para decidir si era el hombre adecuado o no. Habría querido saber lo siguiente: «¿Vas a poder mantener a mi hija? ¿Estás bien considerado en tu comunidad? ¿Tienes buena salud? ¿Dónde vais a establecer vuestro hogar? ¿Qué deudas y bienes tienes? ¿Cuáles son tus mejores virtudes?». A mi padre no le habría bastado el hecho de que yo me hubiera enamorado de un hombre. Pero en estos tiempos que corren, cuando yo decidí casarme, el moderno de mi padre no intervino en absoluto. Su intervención habría sido tan rara como si de repente le diera por opinar sobre mi peinado.

Os aseguro que el patriarcado no me produce ninguna nostalgia. Pero me he dado cuenta de que al desmontarlo —legítimamente— como sistema social, no se sustituyó por ninguna otra forma de protección. Vamos, que a mí no se me había pasado por la cabeza hacer a mis pretendientes las preguntas que habría hecho mi padre en otros tiempos. Han sido muchas las veces que me he entregado totalmente a un hombre sólo por amor. Y, en algunos casos, he perdido hasta la camisa. Si quiero ser una mujer autónoma de verdad, tengo que saber protegerme. La célebre feminista Gloria Steinem aconsejó a las mujeres que procurasen ser iguales a los hombres con quienes quisieran casarse. Me acabo de dar cuenta de que no sólo tengo que convertirme en mi propio marido, sino también en mi padre. Por eso me he mandado irme a la cama sola esta noche. Porque me parece pronto para empezar a recibir pretendientes.

Dicho todo esto, me despierto a las dos de la mañana y suspiro profundamente al darme cuenta de que tengo un hambre física que no sé cómo satisfacer. Como el gato lunático que vive en mi casa estaba aullando tristemente por algún motivo, le dije: «Estoy exactamente igual que tú». Pero tenía que quitarme la ansiedad como fuese, así que me levanté, fui a la cocina en camisón, pelé medio kilo de patatas, las herví, las freí en mantequilla, les eché una generosa ración de sal y me las comí todas, una detrás de otra, intentando convencer a mi cuerpo de que se conformase con medio kilo de patatas fritas, en vez de la satisfacción de hacer el amor.

Después de comerse hasta el último bocado del festín, mi cuerpo contestó: «No cuela, nena».

Así que me metí en la cama, suspiré aburrida y me puse a…

A ver. Voy a decir unas palabritas sobre la masturbación con permiso del respetable. A veces es un arma (con perdón) útil, pero otras veces puede ser tan insatisfactoria que te deja peor de lo que estabas. Después de un año y medio de celibato, de un año y medio de amarme a mí misma en mi cama de soltera, me aburre un poco el tema. Pero, esta noche, con lo inquieta que estoy, ¿qué remedio me queda? Lo de las patatas no ha funcionado. Así que me busco la vida yo sola una vez más. Como siempre, mi mente repasa su archivo de imágenes eróticas, buscando la fantasía o recuerdo que solucione la papeleta cuanto antes. Pero nada me funciona, ni los bomberos, ni los piratas, ni el numerito voyeur de Bill Clinton que siempre me saca del apuro. Y tampoco lo de los caballeros victorianos rodeándome en su salón con su cohorte de doncellas núbiles. Al final lo único que me satisface es cuando admito a regañadientes la idea de mi buen amigo el brasileño metiéndose en esta cama conmigo…, poniéndose encima de mí…

Y, al fin, me duermo. Me despierto bajo un tranquilo cielo azul en un dormitorio aún más tranquilo. Todavía intranquila y poco equilibrada, dedico un largo tramo de la mañana a cantar los 182 versos sánscritos del Gurugita, el gran himno purificador que había aprendido en el ashram indio. Entonces medité durante una hora de estremecedora paz, hasta experimentar esa sensación nítida, constante, luminosa, independiente, inmutable, anónima e impasible que es mi propia felicidad. Una felicidad mejor, sinceramente, que nada de lo que he experimentado en mi vida, incluidos los besos salados y deliciosos y las patatas aún más saladas y deliciosas.

Me alegro de haber tomado la decisión de quedarme sola.

Come, reza, ama
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
Section0000.xhtml
Section0001.xhtml
Section1000.xhtml
Section1001.xhtml
Section1002.xhtml
Section1003.xhtml
Section1004.xhtml
Section1005.xhtml
Section1006.xhtml
Section1007.xhtml
Section1008.xhtml
Section1009.xhtml
Section1010.xhtml
Section1011.xhtml
Section1012.xhtml
Section1013.xhtml
Section1014.xhtml
Section1015.xhtml
Section1016.xhtml
Section1017.xhtml
Section1018.xhtml
Section1019.xhtml
Section1020.xhtml
Section1021.xhtml
Section1022.xhtml
Section1023.xhtml
Section1024.xhtml
Section1025.xhtml
Section1026.xhtml
Section1027.xhtml
Section1028.xhtml
Section1029.xhtml
Section1030.xhtml
Section1031.xhtml
Section1032.xhtml
Section1033.xhtml
Section1034.xhtml
Section1035.xhtml
Section1036.xhtml
Section2000.xhtml
Section2037.xhtml
Section2038.xhtml
Section2039.xhtml
Section2040.xhtml
Section2041.xhtml
Section2042.xhtml
Section2043.xhtml
Section2044.xhtml
Section2045.xhtml
Section2046.xhtml
Section2047.xhtml
Section2048.xhtml
Section2049.xhtml
Section2050.xhtml
Section2051.xhtml
Section2052.xhtml
Section2053.xhtml
Section2054.xhtml
Section2055.xhtml
Section2056.xhtml
Section2057.xhtml
Section2058.xhtml
Section2059.xhtml
Section2060.xhtml
Section2061.xhtml
Section2062.xhtml
Section2063.xhtml
Section2064.xhtml
Section2065.xhtml
Section2066.xhtml
Section2067.xhtml
Section2068.xhtml
Section2069.xhtml
Section2070.xhtml
Section2071.xhtml
Section2072.xhtml
Section3000.xhtml
Section3073.xhtml
Section3074.xhtml
Section3075.xhtml
Section3076.xhtml
Section3077.xhtml
Section3078.xhtml
Section3079.xhtml
Section3080.xhtml
Section3081.xhtml
Section3082.xhtml
Section3083.xhtml
Section3084.xhtml
Section3085.xhtml
Section3086.xhtml
Section3087.xhtml
Section3088.xhtml
Section3089.xhtml
Section3090.xhtml
Section3091.xhtml
Section3092.xhtml
Section3093.xhtml
Section3094.xhtml
Section3095.xhtml
Section3096.xhtml
Section3097.xhtml
Section3098.xhtml
Section3099.xhtml
Section3100.xhtml
Section3101.xhtml
Section3102.xhtml
Section3103.xhtml
Section3104.xhtml
Section3105.xhtml
Section3106.xhtml
Section3107.xhtml
Section3108.xhtml
Section4000.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml