6

Ah, pero no todo fue malo durante aquellos años…

Como Dios nunca te da un portazo en la cara sin regalarte una caja de galletas de consolación (según dice un viejo refrán), también me pasaron cosas maravillosas entre las sombras de tanta tristeza. Para empezar, por fin empecé a aprender italiano. Además, conocí a un gurú indio. Y por último un anciano curandero me invitó a pasar un tiempo en su casa de Indonesia.

Lo explicaré cronológicamente.

Para empezar, las cosas comenzaron a animarse bastante cuando me fui de casa de David a principios de 2002 y me fui a vivir sola a un piso por primera vez en mi vida. Casi no tenía dinero para el alquiler, porque seguía pagando las facturas de nuestra casona de las afueras —en la que ya no vivía nadie, pero que mi marido me prohibía vender— y procuraba tener al día todos los pagos de abogados y asesores… Pero para mi supervivencia era vital tener un apartamento de un dormitorio para mí sola. Lo consideraba casi un sanatorio, una clínica especializada en mi recuperación. Pinté las paredes de los colores más cálidos que encontré y me llevaba flores a mí misma todas las semanas, como si me fuera a visitar a un hospital. Mi hermana me regaló una bolsa de agua caliente cuando me mudé (para que no pasara frío al dormir sola) y dormía con ella abrazada al pecho todas las noches, como si me hubiera lesionado haciendo deporte.

David y yo nos habíamos separado del todo. O puede que no. Es difícil recordar la cantidad de veces que nos peleamos y reconciliamos durante aquellos meses. Pero acabamos desarrollando una pauta de conducta: me separaba de David, recuperaba el valor y la confianza en mí misma y entonces (atraído como siempre por mi valor y aplomo) se reavivaba la llama de su amor. Con el debido respeto, sensatez e inteligencia hablábamos de la posibilidad de «volver», siempre basándonos en algún plan razonable para minimizar nuestras aparentes incompatibilidades. Estábamos totalmente decididos a solucionar el tema. Porque ¿cómo era posible que dos personas tan enamoradas no vivieran felices por siempre jamás? Aquello tenía que salir bien, ¿no? Unidos de nuevo por esta esperanza, pasábamos juntos unos días delirantemente felices. O, a veces, incluso varias semanas. Pero David acababa distanciándose de mí y yo me aferraba a él (o yo me aferraba primero y él salía huyendo; nunca logramos saber cómo empezaba la cosa) y terminaba hecha polvo otra vez. Y, entonces, él se marchaba del todo.

Para mí, David era hierba gatera y criptonita.

Pero durante esos periodos que pasamos separados, por difícil que fuera, fui aprendiendo a vivir sola. Y esta experiencia me estaba haciendo cambiar por dentro. Había empezado a notar que —aunque mi vida aún parecía un accidente múltiple en la autovía de Nueva Jersey atascada— estaba dando los primeros pasos vacilantes como individua autónoma. En los momentos en que dejaba de querer suicidarme por lo del divorcio o por el drama de David la verdad es que estaba bastante contenta de ver que mis días tenían una serie de compartimentos temporales y espaciales durante los que me podía hacer una pregunta así de radical: «¿Qué quieres hacer , Liz?».

La mayor parte del tiempo (aún intranquila por haber abandonado el barco de mi matrimonio) ni siquiera me atrevía a contestar a mi propia pregunta, pero el simple hecho de hacérmela me emocionaba en privado. Y cuando al fin empecé a responder, lo hice con una enorme cautela. Sólo me permitía a mí misma expresar necesidades mínimas, casi infantiles. Como, por ejemplo:

Quiero meterme en una clase de yoga.

Quiero marcharme de esta fiesta pronto para poder irme a casa a leer una novela.

Quiero comprarme una caja de lápices.

Y luego estaba esa extraña respuesta, la misma todas las veces:

Quiero aprender a hablar italiano.

Llevaba años queriendo saber italiano —un idioma que me parece más hermoso que una rosa—, pero nunca había dado con una buena justificación para ponerme a estudiarlo. ¿No sería más lógico perfeccionar el francés o el ruso que había estudiado hacía años? ¿O aprender español para poder comunicarme mejor con varios millones de mis compatriotas estadounidenses? ¿De qué me iba a servir saber italiano? Si me fuera a vivir a Italia, todavía. Pero, no siendo así, era más práctico aprender a tocar el acordeón.

Pero ¿por qué tiene que ser todo tan práctico? Llevaba años siendo una diligente soldada dedicada a trabajar, a producir, respetando todas las fechas de entrega, cuidando de mis seres queridos, atenta a la salud de mis encías y mi cuenta bancaria, votando en las elecciones y demás. ¿Esta vida nuestra tiene que estar necesariamente volcada hacia el deber? En ese momento tan negro de mi vida ¿qué justificación me hacía falta para estudiar italiano, aparte de ser lo único que me podía hacer medianamente feliz? Además, tampoco era un objetivo tan heroico querer aprender un idioma. Otra cosa hubiera sido decir a mis 32 años: «Quiero ser la primera bailarina de la compañía de ballet de Nueva York». Estudiar un idioma es algo que se puede hacer de verdad. Así que me apunté en uno de esos sitios de educación continua (conocido como la Escuela Nocturna para Señoras Divorciadas). Al enterarse, mis amigos se tronchaban de la risa. Mi amigo Nick me preguntó: «¿Para qué estudias italiano? ¿Para que —si Italia vuelve a invadir Etiopía y esta vez le sale bien— puedas alardear de que sabes un idioma que se habla en dos países enteros?».

Pero yo estaba encantada. Cada palabra me parecía un gorrión cantarín, un truco de magia, una trufa toda para mí. Al salir de clase volvía a casa chapoteando bajo la lluvia, llenaba la bañera de agua caliente y me metía en un baño de espuma a leer el diccionario de italiano en voz alta, olvidándome de la tensión del divorcio y de todas mis penas. La musicalidad de las palabras me hacía reír entusiasmada. Cuando me hablaba de mi móvil decía il mio telefonino (que quiere decir «mi telefonito»). Me convertí en una de esas personas agotadoras que se pasan la vida diciendo Ciao! Pero lo mío era aún peor, porque siempre explicaba de dónde viene la palabra ciao. (Ante tanta insistencia diré que es una abreviatura un saludo coloquial que usaban los italianos en la Edad Media: Son il suo schiavo!, que quiere decir «¡Soy su esclavo!»). Me bastaba con pronunciar esas palabras para sentirme sexy y feliz. Mi abogada matrimonialista me dijo que no era tan raro. Otra de sus clientas (de origen coreano), después de pasar por un divorcio terrorífico, se cambió legalmente el nombre por uno italiano para volver a sentirse sexy y feliz.

No, si al final, hasta podía acabar yéndome a Italia y todo…

Come, reza, ama
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
Section0000.xhtml
Section0001.xhtml
Section1000.xhtml
Section1001.xhtml
Section1002.xhtml
Section1003.xhtml
Section1004.xhtml
Section1005.xhtml
Section1006.xhtml
Section1007.xhtml
Section1008.xhtml
Section1009.xhtml
Section1010.xhtml
Section1011.xhtml
Section1012.xhtml
Section1013.xhtml
Section1014.xhtml
Section1015.xhtml
Section1016.xhtml
Section1017.xhtml
Section1018.xhtml
Section1019.xhtml
Section1020.xhtml
Section1021.xhtml
Section1022.xhtml
Section1023.xhtml
Section1024.xhtml
Section1025.xhtml
Section1026.xhtml
Section1027.xhtml
Section1028.xhtml
Section1029.xhtml
Section1030.xhtml
Section1031.xhtml
Section1032.xhtml
Section1033.xhtml
Section1034.xhtml
Section1035.xhtml
Section1036.xhtml
Section2000.xhtml
Section2037.xhtml
Section2038.xhtml
Section2039.xhtml
Section2040.xhtml
Section2041.xhtml
Section2042.xhtml
Section2043.xhtml
Section2044.xhtml
Section2045.xhtml
Section2046.xhtml
Section2047.xhtml
Section2048.xhtml
Section2049.xhtml
Section2050.xhtml
Section2051.xhtml
Section2052.xhtml
Section2053.xhtml
Section2054.xhtml
Section2055.xhtml
Section2056.xhtml
Section2057.xhtml
Section2058.xhtml
Section2059.xhtml
Section2060.xhtml
Section2061.xhtml
Section2062.xhtml
Section2063.xhtml
Section2064.xhtml
Section2065.xhtml
Section2066.xhtml
Section2067.xhtml
Section2068.xhtml
Section2069.xhtml
Section2070.xhtml
Section2071.xhtml
Section2072.xhtml
Section3000.xhtml
Section3073.xhtml
Section3074.xhtml
Section3075.xhtml
Section3076.xhtml
Section3077.xhtml
Section3078.xhtml
Section3079.xhtml
Section3080.xhtml
Section3081.xhtml
Section3082.xhtml
Section3083.xhtml
Section3084.xhtml
Section3085.xhtml
Section3086.xhtml
Section3087.xhtml
Section3088.xhtml
Section3089.xhtml
Section3090.xhtml
Section3091.xhtml
Section3092.xhtml
Section3093.xhtml
Section3094.xhtml
Section3095.xhtml
Section3096.xhtml
Section3097.xhtml
Section3098.xhtml
Section3099.xhtml
Section3100.xhtml
Section3101.xhtml
Section3102.xhtml
Section3103.xhtml
Section3104.xhtml
Section3105.xhtml
Section3106.xhtml
Section3107.xhtml
Section3108.xhtml
Section4000.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml