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Eso sí, antes tengo que organizarme la vida académica. Hoy voy a mi primera clase en la Academia de Idiomas Leonardo da Vinci, donde estudiaré italiano cinco días a la semana, cuatro horas al día. Lo de estudiar me hace mucha ilusión. Tengo alma de estudiante. Anoche dejé la ropa preparada, como hacía la noche antes en mi primer curso en el cole, cuando iba con zapatos de ante y me llevaba la comida de casa. Espero caer bien al profe.
En la Academia Leonardo da Vinci siempre hacen un examen el primer día para colocarnos en el nivel correspondiente a nuestros conocimientos de italiano. Cuando les oigo decirlo, lo primero que pienso es que ojalá no me pongan en el Nivel Uno, porque sería humillante teniendo en cuenta que he dado un semestre entero de italiano en la Escuela Nocturna para Señoras Divorciadas de Nueva York, y que me he pasado el verano memorizando tarjetas con palabras, y que llevo una semana en Roma, y que he estado practicando el idioma, y que hasta he hablado de divorcio con una abuela italiana. El caso es que no sé cuántos niveles hay en la academia, pero, en cuanto oigo la palabra «nivel», decido que tengo que estar en el Nivel Dos, como poco.
Hoy está lloviendo a cántaros, pero llego puntual a la academia (igual que de pequeña, como una empollona cualquiera) y hago el examen. ¡Resulta que es dificilísimo! ¡No consigo hacer ni una décima parte! Sé mucho italiano, sé docenas de palabras en italiano, pero no me preguntan nada de eso. Y luego hay un examen oral, que es aún peor. Una profesora delgaducha me entrevista en un italiano que a mí me parece totalmente acelerado y debería estarlo haciendo mucho mejor, pero estoy nerviosa y me equivoco en cosas que sé perfectamente (por ejemplo, ¿por qué dije Vado a scuola, en vez de Sono andata a scuola? ¡Si lo sé de sobra!).
Al final, por lo que parece, la cosa no ha ido tan mal. La profesora delgaducha echa un vistazo a mi examen y decide el nivel que me toca.
¡Nivel dos!
Me ha tocado el horario de tarde. Así que me marcho a comer (endivias al horno) y al volver a la academia paso con aire de superioridad por delante de los alumnos del Nivel Uno (que deben de ser molto stupidi, la verdad) y entro en mi primera clase. Con gente que está a mi altura. Lo malo es que enseguida resulta obvio que la que no está a su altura soy yo y que no pinto nada ahí, porque el Nivel Dos es increíblemente difícil, la verdad. Me da la sensación de estar nadando, pero a punto de ahogarme. Como si tragara agua en cada brazada. El profesor, un tío delgaducho (¿por qué serán tan escuálidos todos los profesores de este sitio?, no me fío de los italianos escuálidos), va a toda pastilla, saltándose capítulos enteros del libro y diciendo: «Esto ya os lo sabéis, esto también os lo sabéis…» y hablando a la velocidad del rayo con mis compañeros de clase, que parecen dominar el idioma a la perfección. Tengo el estómago encogido del horror y respiro entrecortadamente mientras rezo para que no me haga hablar a mí. En cuanto llega la pausa entre una clase y otra, salgo del aula con un tembleque en las piernas y corro hacia la oficina de administración donde, al borde de las lágrimas, les ruego en un inglés muy claro que me pongan en una clase de Nivel Uno. Y me hacen caso. Y aquí estoy.
Esta profesora es rechoncha y habla despacio. Mucho mejor.