18

Mejor dicho, aquí estoy. Estoy en Roma y metida en un buen lío. Las capullas de Depresión y Soledad han tomado mi vida al asalto y el último Zyntabac me lo tomé hace tres días. Tengo más pastillas en el último cajón de la cómoda, pero no las quiero. Lo que quiero es librarme de ellas para siempre. Pero tampoco quiero irme dando de bruces con Depresión o con Soledad, así que no sé qué hacer y me está entrando un ataque de pánico, como siempre me pasa cuando no sé qué hacer. Así que esta noche saco el cuaderno de notas más secreto de todos, que guardo junto a la cama para los casos de emergencia. Lo abro. Encuentro la primera página en blanco. Escribo:

«Necesito tu ayuda».

Entonces, me quedo esperando. Al cabo de un rato me llega la respuesta, escrita de mi propio puño y letra:

Aquí me tienes. ¿Qué puedo hacer por ti?

Y entonces empieza una conversación de lo más extraña y secreta. Aquí, en mi cuaderno más privado, es donde hablo conmigo misma. Hablo con esa voz que se me presentó aquella noche cuando, sentada en el suelo del cuarto de baño, recé a Dios por primera vez, rogándole llorosa que me ayudara y algo (o alguien) me dijo: «Vuélvete a la cama, Liz». En los años que han pasado desde entonces he vuelto a hallar esa voz siempre que he estado en una situación de código rojo y he descubierto que la mejor manera de comunicarme con ella es mediante una conversación escrita. Me ha sorprendido descubrir, además, que casi siempre tengo acceso a esa voz por muy tenebrosa que sea mi angustia. Incluso en mis momentos de máximo sufrimiento esa voz tranquila, compasiva, cariñosa e infinitamente sabia (que puede que sea yo o que no sea del todo yo) siempre está disponible para tener una conversación escrita, a cualquier hora del día o de la noche.

He decidido no comerme el tarro con eso de que hablar conmigo misma significa ser esquizofrénica. Puede que esa voz con la que hablo sea la de Dios, o la de mi gurú expresándose a través de mí, o puede que sea el ángel al que le ha tocado encargarse de mí, o mi Yo Supremo, o una construcción de mi subconsciente inventada para protegerme de mi tormento. Según Santa Teresa estas voces internas son divinas; ella las llamaba «locuciones», es decir, voces sobrenaturales que entran en la mente de manera espontánea, traducidas al idioma propio para ofrecernos su consuelo celestial. Lo que sí sé es lo que habría dicho Freud de estas consolaciones espirituales, claro está: que son irracionales y «poco convincentes. Sabemos, por experiencia, que el mundo no es un jardín de infancia». Estoy de acuerdo en que el mundo no es un jardín de infancia. Pero precisamente por lo complicada que es la vida a veces hay que saltarse las normas y pedir ayuda a los poderes supremos capacitados para aliviar nuestras penas.

Al inicio de mi experimento espiritual no confiaba del todo en esta sabia voz interna. Recuerdo una ocasión en que, dominada por la ira y la tristeza, saqué mi cuaderno secreto y garabateé un mensaje a mi voz interior —a mi divina fuente de consuelo— que ocupaba toda una página en letras mayúsculas:

«¡NO CREO EN TI, JODER!»

Al cabo de unos instantes, respirando entrecortadamente, noté que se me encendía una lucecita por dentro y me sorprendí al verme escribir esta respuesta serena, pero irónica:

¿Y con quién estás hablando, entonces?

Desde ese momento no he vuelto a poner en duda su existencia. Por eso esta noche acudo de nuevo a la voz. Es la primera vez que lo hago desde que llegué a Italia. Lo que escribo en mi cuaderno esta noche es que me siento débil y tengo mucho miedo. Cuento que han vuelto a aparecer Depresión y Soledad, y que me asusta que se queden para siempre. Digo que ya no quiero tomar más pastillas, pero me temo que tendré que hacerlo. Me aterra ser incapaz de controlar mi vida.

De lo más recóndito de mis entrañas surge esa presencia que ya conozco y me tranquiliza diciéndome lo que siempre he querido oír en los malos momentos. Esto es lo que escribo en la página de mi libreta:

Aquí estoy. Te quiero. Me da igual que te pases toda la noche llorando. Me quedaré contigo. Si tienes que volver a tomar pastillas, tómalas. Te seguiré queriendo aunque las tomes. Si no las necesitas, también te seguiré queriendo. Hagas lo que hagas, jamás perderás mi amor. Te protegeré hasta que te mueras y después de tu muerte te seguiré protegiendo. Soy más fuerte que Depresión y más valiente que Soledad y no hay nada que pueda acabar conmigo.

Esa noche, sorprendida ante la insólita ofrenda amistosa que me brota de dentro —es decir, que yo misma me echo una mano al ver que nadie más me ofrece consuelo—, me acuerdo de una cosa que me pasó en Nueva York. Una tarde en que iba con prisa entré en un edificio de oficinas y me metí en el ascensor a toda velocidad. Una vez dentro me llevé la sorpresa de ver mi propia imagen reflejada en un espejo de seguridad. En ese momento mi cerebro hizo algo extraño. Me envió este mensaje instantáneo: «¡Oye! ¡Si a ésa la conoces! ¡Es amiga tuya!». Y yo me acerqué sonriente a mi imagen reflejada, dispuesta a saludar a esa chica de cuyo nombre no me acordaba, pero cuya cara me sonaba muchísimo. Pero, claro, en cuestión de segundos me di cuenta de mi error y reí avergonzada de haber reaccionado casi como un perro al verme en un espejo. Curiosamente, esa noche de neura en Roma me acuerdo de aquello y acabo escribiendo esta reconfortante apostilla en la parte inferior de la página:

Nunca olvides que una vez, en el momento más inesperado, te viste a ti misma como una amiga.

Con el cuaderno abrazado al pecho me duermo, tranquila ante esa última ocurrencia. Al despertarme por la mañana, aún queda en el aire un leve atisbo del tabaco de Depresión, que ha desaparecido del mapa. En algún momento de la noche se ha levantado y se ha ido. Y su colega Soledad también se ha largado con viento fresco.

Come, reza, ama
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
Section0000.xhtml
Section0001.xhtml
Section1000.xhtml
Section1001.xhtml
Section1002.xhtml
Section1003.xhtml
Section1004.xhtml
Section1005.xhtml
Section1006.xhtml
Section1007.xhtml
Section1008.xhtml
Section1009.xhtml
Section1010.xhtml
Section1011.xhtml
Section1012.xhtml
Section1013.xhtml
Section1014.xhtml
Section1015.xhtml
Section1016.xhtml
Section1017.xhtml
Section1018.xhtml
Section1019.xhtml
Section1020.xhtml
Section1021.xhtml
Section1022.xhtml
Section1023.xhtml
Section1024.xhtml
Section1025.xhtml
Section1026.xhtml
Section1027.xhtml
Section1028.xhtml
Section1029.xhtml
Section1030.xhtml
Section1031.xhtml
Section1032.xhtml
Section1033.xhtml
Section1034.xhtml
Section1035.xhtml
Section1036.xhtml
Section2000.xhtml
Section2037.xhtml
Section2038.xhtml
Section2039.xhtml
Section2040.xhtml
Section2041.xhtml
Section2042.xhtml
Section2043.xhtml
Section2044.xhtml
Section2045.xhtml
Section2046.xhtml
Section2047.xhtml
Section2048.xhtml
Section2049.xhtml
Section2050.xhtml
Section2051.xhtml
Section2052.xhtml
Section2053.xhtml
Section2054.xhtml
Section2055.xhtml
Section2056.xhtml
Section2057.xhtml
Section2058.xhtml
Section2059.xhtml
Section2060.xhtml
Section2061.xhtml
Section2062.xhtml
Section2063.xhtml
Section2064.xhtml
Section2065.xhtml
Section2066.xhtml
Section2067.xhtml
Section2068.xhtml
Section2069.xhtml
Section2070.xhtml
Section2071.xhtml
Section2072.xhtml
Section3000.xhtml
Section3073.xhtml
Section3074.xhtml
Section3075.xhtml
Section3076.xhtml
Section3077.xhtml
Section3078.xhtml
Section3079.xhtml
Section3080.xhtml
Section3081.xhtml
Section3082.xhtml
Section3083.xhtml
Section3084.xhtml
Section3085.xhtml
Section3086.xhtml
Section3087.xhtml
Section3088.xhtml
Section3089.xhtml
Section3090.xhtml
Section3091.xhtml
Section3092.xhtml
Section3093.xhtml
Section3094.xhtml
Section3095.xhtml
Section3096.xhtml
Section3097.xhtml
Section3098.xhtml
Section3099.xhtml
Section3100.xhtml
Section3101.xhtml
Section3102.xhtml
Section3103.xhtml
Section3104.xhtml
Section3105.xhtml
Section3106.xhtml
Section3107.xhtml
Section3108.xhtml
Section4000.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml