48
La meditación de la mañana siguiente es un desastre. Desesperada, le suplico a mi mente que se quite de en medio y me deje encontrarme con Dios, pero me lanza una mirada implacable y me dice: «Jamás te voy a dejar que me pases por alto».
Me paso todo el día tan furiosa y llena de odio que temo por la vida de cualquiera que se me cruce en el camino. Le doy un bufido a una pobre mujer alemana que no habla bien inglés y no me entiende cuando le digo dónde hay una librería. Me avergüenzo tanto de mi ataque de furia que me escondo en un cuarto de baño (¡otro!) donde rompo a llorar, pero me indigno conmigo misma por llorar, porque la gurú me ha dicho que debo procurar no venirme abajo sin parar para no convertirlo en una mala costumbre… Pero ¿ella qué sabrá? Es una iluminada. No me puede ayudar. No me entiende.
No quiero que nadie me dirija la palabra. Ahora mismo no soporto ver la cara de nadie. Hasta logro dar esquinazo a Richard el Texano, pero a la hora de cenar me ve y se sienta —el muy valiente— en mitad de mi nube negra de autofobia.
—¿Por qué estás tan rarita? —me pregunta, hablando con un palillo en la boca, como siempre.
—Qué más te da —le digo antes de contarle todo el rollo entero, de principio a fin, acabando con—: Y lo peor de todo es que me he vuelto a obsesionar con David. Creía que se me había pasado, pero no hago más que acordarme.
—Date seis meses más —me aconseja—. Y ya verás cómo se te pasa.
—Ya me he dado doce meses, Richard.
—Pues date seis meses más. Échale meses, de seis en seis, hasta que se te pase. Estas cosas llevan tiempo.
Resoplo sonoramente por la nariz, como un toro.
—Zampa, escúchame —me dice Richard—. Un día de éstos vas a recordar esta época de tu vida como un dulce momento de tristeza. Entenderás que, estando de duelo y teniendo roto el corazón, estás en el mejor sitio posible para cambiar tu vida. En un hermoso lugar dedicado a la devoción y en un estado de gracia. Vive este momento minuto a minuto. Deja que las cosas se arreglen solas aquí, en India.
—Pero es que lo quería de verdad.
—Pues mira qué bien. Querías a no sé quién. ¿No sabes cómo funciona ese tema? El tío ese te ha tocado una parte del corazón que no sabías ni que tenías. Vamos, que te ha dejado tocada, nena. Pero ese amor que has sentido no es más que el comienzo. Casi ni lo has probado. Es sólo un amor mortal, cutre y chapucero. Ya verás como eres capaz de amar mucho más profundamente. Joder, Zampa, que un día llegarás a querer al mundo entero. Ése es tu destino. No te rías.
—No me estoy riendo —le dije, llorando—. Y, por favor, no te rías de mí, pero creo que no consigo olvidarme de este tío porque estaba convencida, en serio, de que David era mi alma gemela.
—Y probablemente lo fuera. Lo que te pasa es que no sabes lo que eso significa. La gente cree que un alma gemela es la persona con la que encajas perfectamente, que es lo que quiere todo el mundo. Pero un alma gemela auténtica es un espejo, es la persona que te saca todo lo que tienes reprimido, que te hace volver la mirada hacia dentro para que puedas cambiar tu vida. Una verdadera alma gemela es, seguramente, la persona más importante que vayas a conocer en tu vida, porque te tira abajo todos los muros y te despierta de un porrazo. Pero ¿vivir con un alma gemela para siempre? Ni hablar. Se pasa demasiado mal. Un alma gemela llega a tu vida para quitarte un velo de los ojos y se marcha. Gracias a Dios. Pero a ti no te da la gana de soltarlo. Esa historia se acabó, Zampa. La función de David era darte una sacudida, sacarte de ese matrimonio que no funcionaba, machacarte un poco el ego, hacerte ver tus obstáculos y adicciones, romperte el corazón para que te entrara la luz y desesperarte y hacerte descontrolar tanto que no te quedara más remedio que cambiar tu vida y luego presentarte a tu maestra espiritual y largarse con viento fresco. Ése era su cometido y lo ha hecho a la perfección, pero ya se acabó. Y a ti no te da la gana de archivarla como una relación corta y punto. Eres como un perro en un vertedero. Venga a chupar una lata a ver si le sacas algo de alimento. Como sigas así, se te va a quedar el hocico metido en la lata y las vas a pasar canutas. Así que olvídate del tema.
—Es que lo quiero.
—Pues quiérelo.
—Es que lo echo de menos.
—Pues échalo de menos. Mándale luz y amor cuando te acuerdes de él y olvídate del tema. Te da miedo deshacerte de los últimos trocitos de David, porque sabes que te vas a quedar muy sola y a Liz Gilbert le da pánico plantearse lo que le puede pasar si se queda sola. Pero tienes que entender una cosa, Zampa. Si liberas el hueco que tienes dedicado a obsesionarte con este tío, te va a quedar un vacío en la cabeza, un espacio abierto, una puerta. ¿Y a que no sabes lo que va a hacer el universo con esa puerta? Pues entrar por ella. Dios va a entrar en ti y te va a llenar de un amor que no has visto ni en tus mejores sueños. Deja de usar a David para bloquear esa puerta. Olvídate de ese tema.
—Pero me gustaría que David y yo…
—¿Lo ves? Eso es lo malo que tienes —me interrumpe—. Te gustan demasiadas cosas. Menos «gustar» y más «buscar», nena, que vas de culo y cuesta abajo.
Esa frase me hace soltar la primera carcajada del día.
—Pero ¿cuánto voy a tardar en dejar de sufrir? —pregunto a Richard.
—¿Quieres que te dé una fecha exacta?
—Sí.
—¿Qué quieres? ¿Marcarla con un círculo en el calendario?
—Sí.
—Te voy a decir una cosa, Zampa. Eres una manipuladora obsesiva.
La furia que me produce esa frase me consume como el fuego. ¿Manipuladora obsesiva? ¿Yo? No sé si dar a Richard una bofetada en respuesta por semejante insulto. Y entonces, de las profundidades de mi furia ofendida, brota la verdad. La verdad inmediata, evidente y cómica.
Tiene toda la razón.
La furia me abandona tan aprisa como había llegado.
—Tienes toda la razón —le digo.
—Sé muy bien que tengo toda la razón, nena. Mira, eres una mujer fuerte, que está acostumbrada a salirse con la suya y, como en tus últimas historias de amor no te has salido con la tuya, te has quedado atascada. Tu marido no hizo lo que tú esperabas de él y David, tampoco. Por una vez en la vida las cosas no salieron como tú querías. Y si hay algo que desquicia a una manipuladora es que las cosas no le salgan como ella quiere.
—No me llames manipuladora, por favor.
—Eres adicta al control, Zampa. Venga. ¿Nadie te lo ha dicho nunca, o qué?
(Pues… sí, la verdad. Pero, cuando te estás divorciando de un tío, al final dejas de hacer caso a todas las cabronadas que te dice).
Así que me callo y lo admito.
—Vale, puede que tengas razón. Es posible que sea adicta al control. Lo que me sorprende es que te hayas dado cuenta. Porque no creo que se me note tanto. Vamos, que la mayoría de la gente no se da cuenta nada más verme.
Richard el Texano suelta una carcajada tan grande que casi se le cae el palillo de la boca.
—¿Ah, no? Nena, ¡hasta Ray Charles se daría cuenta!
—Vale, pues ya no quiero hablar del tema, gracias.
—A ver si aprendes a dejar que las cosas pasen tranquilamente, Zampa. Como sigas así, te vas a poner enferma de verdad. No vas a volver a dormir bien en tu vida. Te vas a pasar las noches dando vueltas en la cama, recriminándote por ser un desastre. ¿Qué me pasa? ¿Cómo es posible que no me vaya bien con ningún tío? ¿Por qué me salen las cosas tan mal? Venga, confiésamelo. Seguro que anoche te pasaste las horas muertas pensando justo eso.
—Venga, Richard, ya vale —le pido—. A ver si dejas de darte paseos por mi cabeza.
—Pues cierra la puerta, entonces —dice mi gran yogui el Texano.