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Varias semanas después ya vivo en Italia.
He dejado mi trabajo, pagado los gastos y costas de mi divorcio, cedido mi casa, cedido mi apartamento, guardado los pocos objetos que me quedaban en casa de mi hermana y me he venido con dos maletas. Mi año de viaje acaba de empezar. Y puedo permitirme hacerlo gracias a un milagro asombroso: mi editor ha comprado, por adelantado, el libro que voy a escribir sobre mis viajes. Es decir, que todo ha salido tal y como había predicho el curandero indonesio. Iba a perder todo mi dinero, pero lo iba a recuperar inmediatamente, o al menos lo suficiente para costearme un año de vida.
Así que ahora vivo en Roma. El apartamento que he encontrado es un estudio tranquilo en un edificio histórico, situado a escasas manzanas de la Piazza di Spagna, velado entre las sombras de los jardines Borghese, en la calle que da a la Piazza del Popolo, donde los romanos hacían sus carreras de cuadrigas. Huelga decir que este barrio no tiene la grandiosa elegancia del barrio donde vivía en Nueva York, a la entrada del túnel de Lincoln, pero…
Me vale.