41

A todos nos asignan un trabajo aquí y resulta que a mí me toca fregar el suelo del templo. Así que ahí es donde me paso varias horas al día; arrodillada sobre el gélido mármol con un cepillo y un cubo, trabajando como la hermanastra de un cuento para niños. (Por cierto, la metáfora me parece obvia; fregar el templo que representa a mi corazón, limpiarme el alma, el monótono trabajo diario que debe incluirse en un ejercicio espiritual como rito de purificación, etcétera).

Mis compañeros fregones son un puñado de chicos indios. Este trabajo se lo suelen dar a los adolescentes porque requiere altos niveles de energía física, pero no cantidades industriales de responsabilidad; si se hace mal, el desastre no puede ser muy grande. Mis compañeros de trabajo me caen bien. Las chicas son unas mariposillas hacendosas que parecen mucho más jóvenes que las estadounidenses de 18 años y los chicos son unos pequeños autócratas, muy serios, que parecen mucho mayores que los estadounidenses de 18 años. En los templos está prohibido hablar, pero son adolescentes, así que no paran de hacerlo mientras trabajamos. Y no todo es cotilleo trivial. Uno de los chicos siempre se pone a fregar a mi lado y, muy convencido, me da una charla sobre cómo se trabaja aquí: «Tú tomas en serio. Haces todo puntual. Eres tranquila y amable. Tú recuerdas esto: haces todo para Dios. Y Dios hace todo para ti».

Es una labor física agotadora, pero mis horas de trabajo diario me resultan mucho más sencillas que mis horas de meditación diaria. Me parece que la meditación no se me da demasiado bien, la verdad. Sé que he perdido la costumbre, pero la verdad es que nunca se me ha dado bien. No consigo parar mi mente. Una vez se lo conté a un monje indio y me dijo: «Es una lástima, porque eres la única persona en toda la historia del mundo a la que le pasa eso». Y me citó el Bhagavad Gita, el texto sagrado del yoga: «Oh, Krisna, la mente es impaciente, bulliciosa, fuerte e inflexible. La considero tan difícil de someter como el viento».

La meditación es tanto el ancla como las alas del yoga. La meditación es el camino. Existe una diferencia entre la meditación y la oración pese a que ambas prácticas buscan la comunión con lo divino. He oído decir que la oración es el acto de hablar con Dios mientras que la meditación es el acto de escuchar. Creo que a mí se me ve a la legua cuál de los dos me resulta más fácil. Podría pasarme la vida largándole a Dios lo que siento y padezco, pero si se trata de estar callada escuchando…, eso ya es otra historia. Si le pido a mi mente que se quede quieta, es sorprendente lo poco que tardará en llegar al (1) aburrimiento, (2) indignación, (3) depresión, (4) ansiedad o (5) todos los anteriores juntos.

Como les sucede a la mayoría de los humanoides, sobrellevo lo que los budistas llaman la «mente del mono», es decir, esos pensamientos que saltan de rama en rama, parando sólo para rascarse, escupir y aullar. Desde el remoto pasado hasta el ignorado futuro mi mente se columpia frenéticamente por los confines del tiempo, abordando docenas de ideas por minuto sin control ni disciplina alguna. Esto en sí no supone necesariamente un problema; el problema es el estado de ánimo que acompaña al pensamiento. Las ideas alegres me ponen de buen humor, pero —¡plaf!— de golpe vuelvo a la preocupación obsesiva y estropeo el asunto; y entonces recuerdo un momento de indignación y me vuelvo a acalorar y cabrear; pero entonces mi mente decide que es un buen momento para compadecerse y entonces me siento sola otra vez. Al fin y al cabo somos lo que pensamos. Los sentimientos son esclavos de los pensamientos y uno es esclavo de sus sentimientos.

El otro inconveniente de columpiarte por las viñas del pensamiento es que nunca estás dónde estás. Siempre estás escarbando en el pasado o metiendo las narices en el futuro, pero sin detenerte en un momento concreto. Se parece un poco a esa costumbre que tiene mi querida amiga Susan que, cuando ve un sitio bonito, exclama medio aterrada: «¡Qué bonito es esto! ¡Quiero volver alguna vez!» y tengo que usar todo mi poder de persuasión para convencerla de que ya está ahí. Si buscas una unión con lo divino, lo de columpiarse de aquí para allá es un problema. Si a Dios lo llaman una presencia es por algo: Dios está aquí ahora mismo. El lugar donde hallarlo es el presente y el momento es ahora.

Pero para permanecer en el presente debemos emplear un enfoque unidireccional. Las distintas técnicas de meditación que existen no se basan en distintos enfoques unidireccionales; por ejemplo, posar los ojos en un solo punto de luz o centrarnos en nuestra aspiración y espiración. Mi gurú me enseña a meditar con un mantra, palabras o sílabas sagradas que se repiten con una concentración. El mantra tiene una función dual. Para empezar, le da a la mente una ocupación. Es como dar a un burro un montón donde hay mil botones y decirle: «Llévate estos botones, de uno en uno, para hacer un montón nuevo». Al burro esto le resulta mucho más fácil que si le pones en un rincón y le dices que no se mueva. El otro propósito del mantra es transportarnos a otro estado, como si fuésemos en un barco de remos a merced de las revoltosas olas de nuestra mente. Cuando tu atención se quede atrapada en la marea del pensamiento, lo único que tienes que hacer es volver al mantra, subirte otra vez al barco de remos y seguir adelante. Se dice que los grandes mantras sánscritos tienen poderes inimaginables, que pueden llevarte sobre las aguas —si eres capaz de quedarte con uno concreto— hasta las orillas de la divinidad.

Uno de los muchísimos escollos que me plantea la meditación es que el mantra que me han dado —Om Namah Sivaya— no me acaba de funcionar. Me gusta cómo suena y me gusta lo que significa, pero no me transporta suavemente hacia la meditación. En los dos años que llevo practicando este tipo de yoga jamás me ha funcionado bien. Cuando intento repetir el Om Namah Sivaya en mi cabeza, se me atasca en la garganta, oprimiéndome el pecho y poniéndome nerviosa. No consigo acoplar las sílabas al ritmo de mi respiración.

Una noche le hablo del asunto a Corella, mi compañera de habitación. Me da vergüenza contarle lo mucho que me cuesta concentrarme en la repetición del mantra, pero ella es profesora de meditación. Quizá pueda ayudarme. Me cuenta que a ella también se le distraía la mente durante la meditación, pero ahora que la domina es la gran felicidad de su vida, un proceso sencillo y transformativo.

—Lo único que hago es sentarme y cerrar los ojos —me dice—. Y en cuanto pienso en el mantra, me voy directa al paraíso.

Al escucharla, casi me entran náuseas de la envidia que me da. Aunque Corella lleva practicando yoga casi los mismos años que yo llevo viva. Le pido que me enseñe exactamente cómo usa el Om Namah Sivaya cuando medita. ¿Cada aspiración de aire le coincide con una sílaba? (Cuando yo lo hago, se me hace eterno y me pongo nerviosa). ¿O es una palabra por cada aspiración de aire? (¡Cada palabra tiene una longitud distinta! ¿Cómo se igualan?). ¿O se dice el mantra entero al inhalar y se repite al exhalar? (Porque, cuando hago eso, me acelero y acabo estresándome).

—Pues no lo sé —dice Corella—. Lo que hago es… decirlo.

—¿Pero lo cantas? —le insisto, medio desesperada—. ¿Le pones un ritmo?

—Lo digo por las buenas.

—¿Te importaría decirlo en voz alta como lo dices en tu cabeza cuando meditas?

Amablemente, mi compañera de cuarto cierra los ojos y empieza a decir el mantra tal como le aparece en su cabeza. Efectivamente, lo único que hace es… decirlo. Lo pronuncia con serenidad y normalidad, sonriendo levemente. Lo dice varias veces, de hecho, hasta que me entra la impaciencia y la interrumpo.

—Pero ¿no te aburres? —le pregunto.

—Ah —dice Corella, que abre los ojos, me sonríe y mira el reloj—. Han pasado diez segundos, Liz. Y ya nos hemos aburrido, ¿o qué?

Come, reza, ama
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
Section0000.xhtml
Section0001.xhtml
Section1000.xhtml
Section1001.xhtml
Section1002.xhtml
Section1003.xhtml
Section1004.xhtml
Section1005.xhtml
Section1006.xhtml
Section1007.xhtml
Section1008.xhtml
Section1009.xhtml
Section1010.xhtml
Section1011.xhtml
Section1012.xhtml
Section1013.xhtml
Section1014.xhtml
Section1015.xhtml
Section1016.xhtml
Section1017.xhtml
Section1018.xhtml
Section1019.xhtml
Section1020.xhtml
Section1021.xhtml
Section1022.xhtml
Section1023.xhtml
Section1024.xhtml
Section1025.xhtml
Section1026.xhtml
Section1027.xhtml
Section1028.xhtml
Section1029.xhtml
Section1030.xhtml
Section1031.xhtml
Section1032.xhtml
Section1033.xhtml
Section1034.xhtml
Section1035.xhtml
Section1036.xhtml
Section2000.xhtml
Section2037.xhtml
Section2038.xhtml
Section2039.xhtml
Section2040.xhtml
Section2041.xhtml
Section2042.xhtml
Section2043.xhtml
Section2044.xhtml
Section2045.xhtml
Section2046.xhtml
Section2047.xhtml
Section2048.xhtml
Section2049.xhtml
Section2050.xhtml
Section2051.xhtml
Section2052.xhtml
Section2053.xhtml
Section2054.xhtml
Section2055.xhtml
Section2056.xhtml
Section2057.xhtml
Section2058.xhtml
Section2059.xhtml
Section2060.xhtml
Section2061.xhtml
Section2062.xhtml
Section2063.xhtml
Section2064.xhtml
Section2065.xhtml
Section2066.xhtml
Section2067.xhtml
Section2068.xhtml
Section2069.xhtml
Section2070.xhtml
Section2071.xhtml
Section2072.xhtml
Section3000.xhtml
Section3073.xhtml
Section3074.xhtml
Section3075.xhtml
Section3076.xhtml
Section3077.xhtml
Section3078.xhtml
Section3079.xhtml
Section3080.xhtml
Section3081.xhtml
Section3082.xhtml
Section3083.xhtml
Section3084.xhtml
Section3085.xhtml
Section3086.xhtml
Section3087.xhtml
Section3088.xhtml
Section3089.xhtml
Section3090.xhtml
Section3091.xhtml
Section3092.xhtml
Section3093.xhtml
Section3094.xhtml
Section3095.xhtml
Section3096.xhtml
Section3097.xhtml
Section3098.xhtml
Section3099.xhtml
Section3100.xhtml
Section3101.xhtml
Section3102.xhtml
Section3103.xhtml
Section3104.xhtml
Section3105.xhtml
Section3106.xhtml
Section3107.xhtml
Section3108.xhtml
Section4000.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml