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Ayer por la tarde fui a ver un partido de fútbol con Luca Spaghetti y sus amigos. Fuimos a ver jugar al Lazio. En Roma hay dos equipos de fútbol: el Lazio y el Roma. La rivalidad entre los equipos y sus hinchas es tan tremenda que puede enemistar a una familia feliz y convertir un barrio pacífico en una especie de guerra civil. Es importante elegir cuanto antes en la vida si eres del Lazio o del Roma, porque de ello dependerá, en gran medida, con quién vas a pasar la tarde del domingo durante el resto de tu vida.

Luca tiene un grupo de unos diez buenos amigos que se quieren unos a otros como hermanos. Lo único malo es que la mitad son del Lazio y la otra mitad, del Roma. No pueden evitarlo; han nacido en una familia cuya preferencia ya estaba establecida. El abuelo de Luca (al que me encantaría que llamaran el Nonno Spaghetti, que es como el Abu Espagueti en italiano) le regaló su primer jersey del Lazio —color azul celeste— cuando casi no sabía andar. Luca, como él, será hincha del Lazio hasta el día de su muerte.

—Podemos cambiar de mujer —me dice—. Podemos cambiar de trabajo, de nacionalidad o hasta de religión, pero jamás en la vida cambiaremos de equipo de fútbol.

Por cierto, en italiano «hincha» se dice tifoso, que viene de la palabra «tifus». Es decir, un tío que está enfebrecido.

El primer partido de fútbol que vi con Luca Spaghetti y sus amigos fue, para mí, un banquete delicioso de palabras en italiano. En ese estadio aprendí muchísimas cosas nuevas e interesantes, de las que no te enseñan en el colegio. Detrás de mí había un anciano que hilaba hermosas cadenetas de tacos que gritaba a los jugadores del campo. Yo no sé mucho de fútbol, pero no perdí nada de tiempo preguntando a Luca simplezas sobre el partido. Lo único que le decía sin parar era:

—Luca, ¿qué ha dicho el tío de atrás? ¿Qué quiere decir cafone?

Y Luca, sin apartar los ojos del campo, me contestaba:

—Gilipollas. Quiere decir «gilipollas».

Yo lo escribía y después cerraba los ojos para escuchar la perorata del hombre, que era más o menos así:

Dai, dai, dai, Albertini, dai… va bene, ragazzo mio, perfetto, bravo, bravo… Dai! Dai! Via! Via! Nella porta! Eccola, eccola, eccola, mio bravo ragazzo, caro mióo, eccola, eccola, ecco… AAAAAAAAAAAAH!!! VAFFANCULO!!! FIGLIO DI MIGNOTTA!! STRONZO! CAFONE! TRADITORE! Madonna… Ah, Dio mio, perché, perché, perché, questo è stupido, è una vergogna, la vergogna… Che casino, che bordello… NON HAI UN CUORE, ALBERTINI! FAIFINTA! Guarda, non è suceso niente… Dai, dai, ah… Molto migliore, Albertini, molto migliore, sì, sì, sì, eccola, bello, bravo, anima mia, ah, ottimo, eccola adesso… nella porta, nella porta, nell… VAFFANCULO!

Cuya traducción aproximada sería:

Venga, venga, venga, Albertini, venga… Eso es, eso es, muchacho, perfecto, muy bien, muy bien. ¡Venga! ¡Venga! ¡Corre! ¡Corre! ¡A puerta! Ya está, ya está, ya está, tío valiente, ya está, ya está, ya… ¡¡¡AAAAAAAAAAAAH!!! ¡QUE TE DEN POR CULO! ¡QUÉ HIJO DE PUT! ¡MIERDERO! ¡GILIPOLLAS! ¡TRAIDOR! La madre del… Ay, Dios mío, por qué, por qué, por qué, menuda tontería, esto es vergonzoso, qué vergüenza… Qué asco[3]. ¡ERES UN DESALMADO, ALBERTINI! ¡ERES UN FANTASMA! Mira, si no ha pasado nada… Venga, venga, eso, sí… Mucho mejor, Albertini, mucho mejor, sí, sí, sí, ahí lo tienes, muy bonito, muy bien, muchacho, ah, perfecto, ahí lo tienes, ahora… a puerta, a puerta, a… ¡QUE TE DEN POR CULOOO!

Ay, qué momento tan exquisito de mi vida, qué suerte estar sentada justo delante de ese hombre. Me encantaban todas y cada una de las palabras que salían de su boca. Hubiera querido apoyar la cabeza en su vetusto regazo para que me regara los tímpanos eternamente con sus elocuentes groserías. ¡Y encima no era el único! Todo el estadio retumbaba con soliloquios como el suyo. ¡Eso sí que era fervor! Cada vez que en el campo se producía alguna injusticia grave el estadio entero se ponía en pie y todos agitaban los brazos indignados, como si los 20 000 acabaran de meterse en un grave altercado de tráfico. Y los jugadores del Lazio, igual de dramáticos que sus hinchas, se tiraban al suelo retorcidos de dolor, como si estuvieran representando las escenas del asesinato de Julio César, actuando para el público del gallinero hasta que de repente, en cuestión de segundos, se levantaban de un salto para abalanzarse hacia la portería del contrario.

A pesar de todo, el Lazio perdió.

Para animarse después del partido, Luca Spaghetti preguntó a sus amigos:

—¿Salimos por ahí?

Yo pensé que estaba diciendo «¿Vamos a un bar?», que es lo que hacen los hinchas estadounidenses cuando pierde su equipo. Van a un bar y se emborrachan hasta las trancas. Y no son los únicos; lo mismo hacen los ingleses, los australianos, los alemanes… Bueno, todos, ¿no? Pero Luca y sus amigos no fueron a un bar a levantarse el ánimo. Fueron a una panadería. A una panadería pequeña e inocua escondida en un semisótano de un anodino barrio de Roma. Esa noche de domingo la tienda estaba abarrotada. Pero siempre se llena después de un partido. Los hinchas del Lazio se pasan por ahí al salir del estadio y se quedan horas de pie en la calle, apoyados en la moto, hablando del partido, haciéndose los machos y comiendo hojaldres de crema.

Me encanta Italia.

Come, reza, ama
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