89

No sé cuándo fue la última vez que me puse elegante, pero esta noche saco el único vestido elegante que tengo —uno de tirantes que se me ha quedado en el fondo de la mochila— y me lo pongo. Hasta me pinto los labios. No recuerdo cuándo me pinté los labios por última vez, pero sí sé que no estaba en India, eso seguro. De camino a la fiesta me paso por casa de Armenia, que me adorna con varias de sus joyas elegantes, me anima a ponerme su perfume elegante y me deja meter la bici en su jardín para poder llegar a la fiesta en su coche elegante, como una mujer adulta «normal».

Me divierto mucho en la cena de los expatriados, donde se me despiertan ciertos aspectos de la personalidad que tenía hibernados. Hasta me emborracho un poco, cosa memorable después de tantos meses de pureza mística en el ashram y tantas tardes bebiendo té en mi florido jardín balinés. ¡Si hasta me da por ligar! Llevo siglos sin coquetear con nadie, porque últimamente no he ido más que con monjes y curanderos. Pero esta noche, de repente, desempolvo la sexualidad de toda la vida. Eso sí, no tengo muy claro con quién estoy ligando, porque explayo mi encanto por doquier. ¿Me atraía el ingenioso experiodista australiano que tenía al lado? («Aquí todos le damos al frasco», me explica. «Nos recomendamos unos a otros nuevos lugares donde tomar algo»). ¿Y el discreto intelectual alemán del fondo de la mesa? (Me ha prometido que me va a prestar las novelas de su surtida biblioteca). ¿Y el atractivo brasileño de mediana edad que nos ha preparado este festín con sus propias manitas? (Me gustan sus ojos castaños y su acento. Y su arte culinario, por supuesto. Sin venir a cuento, le suelto una clara insinuación. Él se está riendo de sí mismo, diciendo: «Yo, como brasileño, soy una catástrofe. No sé bailar ni jugar al fútbol ni tocar ningún instrumento musical». Y voy yo y le contesto: «Pues a mí me da la sensación de que serías un casanova fantástico». El tiempo se detiene mientras nos miramos a los ojos como diciendo: La verdad es que esa idea da bastante que pensar. El atrevimiento de mi frase se queda en el aire, como un perfume. Él no lo niega. Yo soy la primera en apartar la mirada al notar que me estoy sonrojando).

En cuanto a su feijoada, está espectacular. Decadente, especiada y sabrosa, tiene todo lo que le falta a la comida balinesa. Después de repetir varias veces, decido que la noticia ya es oficial: Jamás seré vegetariana, al menos mientras siga habiendo comida como ésta en el mundo. Después nos vamos a bailar a la discoteca local, por llamarle algo. Es más bien un chiringuito elegantón, pero sin playa. Hay una banda de chicos balineses tocando buena música reggae y está lleno de juerguistas de todas las edades y nacionalidades, trotamundos, turistas, lugareños y chicas y chicos balineses guapísimos, todos bailando sin el menor sentido del ridículo. Armenia no ha venido, porque tiene que trabajar al día siguiente, según dice, pero el brasileño guapo me está tratando muy bien. Para empezar, no baila tan mal. Seguro que juega al fútbol también. Me gusta que me abra las puertas, me diga lindezas y me llame «cariño». Eso sí, me quedo un poco desconcertada al ver que se lo dice a todo el mundo, hasta al peludo camarero. En fin, que es un hombre cariñoso.

Hacía siglos que no salía por la noche. Ni siquiera en Italia había ido a muchos bares y en la época de David tampoco salía casi nunca. Si me ponía a pensar, la última vez que había bailado fue con mi marido. Cuando estaba felizmente casada, qué tiempos aquéllos. Madre mía, eso fue hacía siglos. En la pista de baile me encuentro con mi amiga Stefania, una chica italiana muy simpática a la que había conocido hacía poco en una clase de meditación. Nos ponemos a bailar juntas con el pelo desparramado por todas partes, rubia y morena, contoneándonos alegremente. En algún momento, después de la medianoche, la banda se retira y la gente se pone a hablar.

Es entonces cuando conozco a un tío que se llama Ian. Uf, cómo me gusta. Desde el primer momento, me encanta. Es muy atractivo, una cosa entre Sting y el hermano pequeño de Ralph Fiennes, no sé si me explico. Como es galés, tiene un acento maravilloso. Además, es hablador, listo, hace preguntas y habla con mi amiga Stefania en el mismo italiano roto que yo. Resulta que es el percusionista de la banda de reggae y que toca el bongó. Le digo, en broma, que es un «bongolero», como los «gondoleros» de Venecia, pero al revés. La tontería le hace gracia y se ríe y seguimos hablando.

En ese momento se acerca Felipe —que es como se llama el brasileño— y nos invita a ir al restaurante local de moda. Nos cuenta que los dueños son europeos y que es un sitio muy loco que no cierra nunca, donde hay cerveza y juerga asegurada a todas horas. Miro a Ian (¿le apetecerá ir?) y, cuando dice que sí, yo también digo que sí. Nos vamos todos al restaurante, me siento con Ian y nos pasamos toda la noche hablando y riéndonos. Uf, el tío me gusta de verdad. Hace mucho que no conozco a un tío que me guste en serio, como se suele decir. Ian es varios años mayor que yo, ha vivido una vida interesante y tiene muchos puntos a su favor (le gustan Los Simpson, ha viajado por todo el mundo, pasó una temporada en un ashram, sabe quién es Tolstoi, parece tener un trabajo, etcétera). Lo primero que hizo fue meterse en el Ejército británico y después de trabajar en Irlanda del Norte como técnico en desactivación de bombas acabó de experto internacional en detonación de minas. Había construido campos de refugiados en Bosnia y se estaba tomando un respiro en Bali para trabajar en la música… Bastante impresionante, la verdad.

Me parece increíble estar despierta a las tres y media de la madrugada. ¡Y no precisamente para meditar! Estoy de juerga, llevo un vestido y estoy hablando con un hombre atractivo. Qué noche tan radical. Al final de la noche Ian y yo nos decimos que nos ha gustado conocernos. Me pregunta si tengo teléfono y le digo que no, pero que tengo email y me contesta: «Ya, pero es que no es lo mismo». Así que nos despedimos dándonos un abrazo.

—Nos volveremos a ver cuando ellos —me dice, señalando al cielo— lo decidan.

Justo antes de que amanezca, Felipe el brasileño me dice que me lleva a casa si quiero. Mientras subimos lentamente por las curvas del monte, me dice:

—Cariño, llevas toda la noche hablando con el tío más cabrón de Ubud.

Me quedo hundida.

—¿De verdad que Ian es un cabrón? —le pregunto—. Dime la verdad y así me evito muchos problemas.

—¿Ian? —pregunta Felipe, soltando una carcajada—. ¡No, cariño! Ian es un tío serio. Es un buen hombre. Me refería a mí. El tío más cabrón de Ubud soy yo.

Nos quedamos los dos callados durante varios minutos.

—Y lo digo en broma, además —afirma y después de otro largo silencio me pregunta—: Te gusta Ian, ¿verdad?

—No lo sé —le contesto algo confusa por la cantidad de cócteles que había bebido—. Es atractivo, inteligente. Hace tiempo que no me planteo que me pueda gustar un tío.

—Vas a pasar unos meses maravillosos aquí, en Bali. Ya lo verás.

—Pues no sé si voy a poder ir a muchas más fiestas. Sólo tengo este vestido. La gente se dará cuenta de que siempre voy vestida igual.

—Eres joven y guapa, cariño. Con un vestido te basta.

Come, reza, ama
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
Section0000.xhtml
Section0001.xhtml
Section1000.xhtml
Section1001.xhtml
Section1002.xhtml
Section1003.xhtml
Section1004.xhtml
Section1005.xhtml
Section1006.xhtml
Section1007.xhtml
Section1008.xhtml
Section1009.xhtml
Section1010.xhtml
Section1011.xhtml
Section1012.xhtml
Section1013.xhtml
Section1014.xhtml
Section1015.xhtml
Section1016.xhtml
Section1017.xhtml
Section1018.xhtml
Section1019.xhtml
Section1020.xhtml
Section1021.xhtml
Section1022.xhtml
Section1023.xhtml
Section1024.xhtml
Section1025.xhtml
Section1026.xhtml
Section1027.xhtml
Section1028.xhtml
Section1029.xhtml
Section1030.xhtml
Section1031.xhtml
Section1032.xhtml
Section1033.xhtml
Section1034.xhtml
Section1035.xhtml
Section1036.xhtml
Section2000.xhtml
Section2037.xhtml
Section2038.xhtml
Section2039.xhtml
Section2040.xhtml
Section2041.xhtml
Section2042.xhtml
Section2043.xhtml
Section2044.xhtml
Section2045.xhtml
Section2046.xhtml
Section2047.xhtml
Section2048.xhtml
Section2049.xhtml
Section2050.xhtml
Section2051.xhtml
Section2052.xhtml
Section2053.xhtml
Section2054.xhtml
Section2055.xhtml
Section2056.xhtml
Section2057.xhtml
Section2058.xhtml
Section2059.xhtml
Section2060.xhtml
Section2061.xhtml
Section2062.xhtml
Section2063.xhtml
Section2064.xhtml
Section2065.xhtml
Section2066.xhtml
Section2067.xhtml
Section2068.xhtml
Section2069.xhtml
Section2070.xhtml
Section2071.xhtml
Section2072.xhtml
Section3000.xhtml
Section3073.xhtml
Section3074.xhtml
Section3075.xhtml
Section3076.xhtml
Section3077.xhtml
Section3078.xhtml
Section3079.xhtml
Section3080.xhtml
Section3081.xhtml
Section3082.xhtml
Section3083.xhtml
Section3084.xhtml
Section3085.xhtml
Section3086.xhtml
Section3087.xhtml
Section3088.xhtml
Section3089.xhtml
Section3090.xhtml
Section3091.xhtml
Section3092.xhtml
Section3093.xhtml
Section3094.xhtml
Section3095.xhtml
Section3096.xhtml
Section3097.xhtml
Section3098.xhtml
Section3099.xhtml
Section3100.xhtml
Section3101.xhtml
Section3102.xhtml
Section3103.xhtml
Section3104.xhtml
Section3105.xhtml
Section3106.xhtml
Section3107.xhtml
Section3108.xhtml
Section4000.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml