C93

Esto, este lugar, era la cuna de toda la vida.

Había un piso físico a sus pies y tenía la sensación de tener todo un mundo encima, lleno de luces distantes y titilantes. Pero esto era el fondo del mar. La fosa oscura que cortaba la piel de la tierra.

No importaba. Nada importaba. No con Danika frente a ella. Abrazándola.

Bryce se apartó lo suficiente para ver su rostro hermoso y angular. El cabello del color del maíz. Era igual, incluyendo los mechones de color amatista, zafiro y rosado. Por alguna razón había olvidado las facciones exactas de la cara de Danika pero… ahí estaban.

Bryce dijo:

—Viniste.

La sonrisa de Danika era suave.

—Pediste ayuda.

—¿Estás… estás viva? Allá, quiero decir.

—No. —Danika movió la cabeza—. No, Bryce. Esto, lo que ves… —hizo un gesto hacia ella misma. Los jeans familiares, la camiseta de una banda—. Esto es sólo la chispa que queda. Lo que estaba descansando allá.

—Pero eres tú. Esto eres .

—Sí. —Danika se asomó a la oscuridad que se arremolinaba sobre ellas, el océano entero sobre sus cabezas—. Y no tienes mucho tiempo para hacer el Ascenso, Bryce.

Bryce resopló.

—No voy a hacer el Ascenso.

Danika parpadeó.

—¿Qué quieres decir?

Bryce dio un paso atrás.

—No lo voy a hacer.

Porque aquí era donde se quedaría su alma sin hogar, si fracasaba. Su cuerpo moriría en el mundo de arriba y su alma, que había intercambiado con el Rey del Inframundo, se quedaría en este lugar. Con Danika.

Danika se cruzó de brazos.

—¿Por qué?

Bryce parpadeó varias veces.

—Porque las cosas se pusieron demasiado difíciles. Sin ti. Es demasiado difícil sin ti.

—Es una pendejada —le gruñó Danika—. ¿Entonces renunciarás a todo? Bryce, estoy muerta. Ya no estoy. ¿Y tú cambiarías tu vida entera por este pequeño fragmento de mí que queda? —cerró los ojos de caramelo, decepcionada—. La amiga que conocía no hubiera hecho eso.

La voz de Bryce se quebró y dijo:

—Se suponía que haríamos esto juntas. Se suponía que pasaríamos nuestras vidas juntas.

La expresión de Danika se suavizó.

—Lo sé, B —la tomó de la mano—. Pero las cosas no sucedieron así.

Bryce agachó la cabeza y sintió que se iba a romper en dos.

—Te extraño. Todos los instantes de todos los días.

—Lo sé —repitió Danika y se puso una mano sobre el corazón—. Y lo he sentido. Lo he visto.

—¿Por qué mentiste… sobre el Cuerno?

—No mentí —dijo Danika—. Sólo no te dije.

—Mentiste sobre el tatuaje —la contradijo Bryce.

—Para mantenerte a salvo —dijo Danika—. Para mantener el Cuerno a salvo, sí, pero sobre todo para mantenerte a ti a salvo en caso de que lo peor me sucediera.

—Pues lo peor te sucedió —dijo Bryce y se arrepintió de inmediato al ver la reacción en la mirada de Danika.

Pero Danika dijo:

—Tú intercambiaste tu sitio en el Sector de los Huesos por mí.

Bryce empezó a llorar.

—Era lo menos que podía hacer.

Se formaron lágrimas en los ojos de Danika.

—¿Pensaste que no lo iba a lograr? —le sonrió con ironía y dolor—. Pendeja.

Pero Bryce se sacudía con la fuerza de su llanto.

—No podía… no podía correr ese riesgo.

Danika le acomodó un mechón de pelo a Bryce.

Bryce sorbió la nariz y dijo:

—Maté a Micah por lo que les hizo. A ti. A Lehabah —su corazón se estrujó—. ¿Ella… está en el Sector de los Huesos?

—No lo sé. Y sí, vi lo que sucedió en la galería. —Danika no explicó más—. Todos lo vimos.

La palabra se quedó atorada. Todos.

A Bryce le temblaron los labios.

—¿Connor está contigo?

—Sí. Y el resto de la jauría. Me consiguieron este tiempo con los segadores. Para llegar a la Puerta. Por el momento los están controlando, pero no podrán hacerlo por mucho tiempo, Bryce. No puedo quedarme contigo —movió la cabeza—. Connor hubiera querido hacer esto más que yo —acarició el dorso de la mano de Bryce con el pulgar—. Él no hubiera querido que dejaras de luchar.

Bryce se volvió a limpiar la cara.

—No lo hice. No hasta ahora. Pero ahora estoy… Todo está jodido. Y estoy tan cansada de sentirme así. Ya no puedo.

Danika preguntó con suavidad.

—¿Y qué hay del ángel?

Bryce levantó la cabeza rápido.

—¿Qué hay de él?

Danika le sonrió.

—Si quieres ignorar que tienes una familia que te ama incondicionalmente, bueno, pero de todas maneras te queda el ángel.

Bryce separó su mano de la de Danika.

—¿De verdad me estás tratando de convencer de hacer el Ascenso por un fulano?

—¿Hunt Athalar es sólo un fulano para ti? —la sonrisa de Danika se volvió amable—. ¿Y por qué sientes que menoscaba tu fortaleza admitir que hay alguien, que resulta ser hombre, por quien vale la pena regresar? Me consta que ese alguien te hizo sentir que las cosas estaban muy lejos de estar jodidas.

Bryce se cruzó de brazos.

—Y qué.

—Ya sanó, Bryce —dijo Danika—. Lo sanaste con tu luzprístina.

Bryce dejó escapar una exhalación temblorosa. Había hecho todo esto con esa esperanza.

Tragó saliva y vio el suelo que no era la tierra sino la base misma del Yo, del mundo. Murmuró:

—Tengo miedo.

Danika le volvió a tomar la mano.

—Ése es el punto, Bryce. De la vida. Vivir, amar, sabiendo que todo puede desaparecer mañana. Eso hace que todo sea mucho más valioso.

Tomó la cara de Bryce entre sus manos y apretó su frente a la de ella.

Bryce cerró los ojos e inhaló el olor de Danika, que de alguna manera seguía presente incluso en esta forma.

—No creo lograrlo. Volver a subir.

Danika se apartó y elevó la mirada, hacia la distancia imposible que había sobre ellas. Luego a la carretera que se extendía delante. La pista. Al final había una caída hacia la oscuridad eterna. Hacia la nada. Pero dijo:

—Sólo inténtalo, Bryce. Un intento. Estaré contigo a cada paso. Aunque no me veas. Siempre estaré contigo.

Bryce no quiso fijarse en la pista demasiado corta ni en el océano interminable sobre ellas que la separaba de la vida. Memorizó las líneas de la cara de Danika, como si no hubiera tenido oportunidad de hacerlo antes.

—Te amo, Danika —murmuró.

Danika tragó saliva. Ladeó la cabeza en un movimiento lupino. Como si estuviera escuchando algo.

—Bryce, tienes que apurarte —le tomó la mano y la apretó—. Tienes que decidir ahora.

El reloj de la vida de Bryce indicaba que le quedaban dos minutos.

Su cuerpo muerto estaba en tirado junto a la Puerta que emitía una luz tenue.

Declan se pasó la mano sobre el pecho. No se atrevió a contactar a Ruhn. Todavía no. No lo podía soportar.

—¿No hay manera de ayudarla? —susurró Hypaxia en la habitación silenciosa—. ¿Ninguna manera?

No. Declan había usado los últimos cuatro minutos para buscar en todas las bases de datos públicas y privadas de Midgard para ver si encontraba alguna manera de lograr el milagro. No había encontrado nada.

—Además de no tener Ancla —dijo el Rey del Otoño—, ella usó una fuente de poder artificial para llegar a ese nivel. Su cuerpo no está equipado biológicamente para hacer el Ascenso. Incluso con un Ancla no lograría reunir suficiente impulso para hacer ese primer salto hacia arriba.

Jesiba asintió con seriedad, pero no dijo nada.

Los recuerdos de Declan de su Descenso y su Ascenso eran difusos, lo asustaban. Había bajado más de lo que anticipaba, pero al menos se había quedado dentro de su propio rango. Incluso con Flynn como Ancla, se había sentido aterrado de no lograr regresar.

A pesar de que el sistema registraba una chispa de energía junto a Bryce, Danika Fendyr no era un lazo a la vida, no era un Ancla verdadera. No tenía vida propia. Danika era sólo lo que le había dado a Bryce el valor para intentar hacer el Descenso sola.

El Rey del Otoño continuó:

—Lo he investigado. He pasado siglos buscando. Miles de personas a lo largo de la historia han intentado sobrepasar sus niveles a través de métodos artificiales. Ninguno de ellos ha regresado a la vida.

Quedaba un minuto y los segundos volaban del cronómetro con la cuenta regresiva.

Bryce aún no empezaba el Ascenso. Seguía en la Búsqueda, enfrentando lo que había en su interior. El reloj se habría detenido si hubiera empezado su intento de Ascenso y marcaría su entrada al Interregno, el espacio liminal entre la vida y la muerte. Pero el reloj seguía avanzando. El tiempo se acababa.

Pero no importaba. Bryce moriría, aunque lo intentara.

Quedaban treinta segundos. Los dignatarios que quedaban en la habitación agacharon la cabeza.

Diez segundos. El Rey del Otoño se frotó la cara y luego vio la cuenta regresiva en el reloj. Lo que quedaba de la vida de Bryce.

Cinco. Cuatro. Tres. Dos.

Uno. Los milisegundos corrían hacia el cero. La verdadera muerte.

El reloj se detuvo en 0.003.

Una línea roja salió volando del fondo de la gráfica del sistema eleusiano a lo largo de la pista hacia el olvido.

Declan murmuró:

—Está corriendo.


—¡Más rápido, Bryce! —Danika corría tras ella.

Paso tras paso tras paso, Bryce corría por esa pista mental. Hacia el final que se aproximaba cada vez más.

¡Más rápido! —rugió Danika.

Una oportunidad. Tenía una oportunidad para lograrlo.

Bryce corrió. Corrió y corrió y corrió con los brazos en movimiento y los dientes apretados.

Las probabilidades eran imposibles, apenas una ligerísima posibilidad.

Pero lo intentó. Con Danika a su lado, esta última vez, lo podía intentar.

Había hecho el Descenso sola pero no estaba sola.

Nunca había estado sola. Nunca lo estaría.

No con Danika en su corazón y no con Hunt a su lado.

El final de la pista se acercaba. Tenía que elevarse. Tenía que empezar el Ascenso o caería hacia la nada. Para siempre.

¡No te detengas! —gritó Danika.

Así que Bryce no lo hizo.

Siguió corriendo. Hacia ese punto final y letal.

Usó cada metro de la pista, cada centímetro.

Y luego salió volando hacia arriba.


Declan no podía creer lo que estaba viendo cuando el Rey del Otoño cayó de rodillas. Bryce se elevaba con un impulso de poder.

Salió de los niveles más profundos.

—No es… —exhaló el Rey del Otoño—. No es posible. Está sola.

Las lágrimas corrían por la cara severa de Sabine y murmuró:

—No, no lo está.

La fuerza que era Danika Fendyr, la fuerza que le había dado a Bryce ese impulso hacia arriba, se desvaneció y desapareció.

Declan sabía que nunca regresaría, ni en este mundo ni en una isla velada por la niebla.

De todas formas, era posible que el cerebro de Bryce hubiera estado demasiado tiempo sin oxígeno, aunque pudiera regresar por completo a la vida. Pero su princesa luchó por cada centímetro que subía y su poder iba cambiando, rastros de todos los que le habían dado algo al entrar: mer, metamorfo, draki, humano, ángel, duendecillo, hada…

—¿Cómo? —preguntó el Rey del Otoño a nadie en particular—. ¿Cómo?

El Premier antiguo de los lobos contestó con la voz marchita que de todas maneras se escuchó sobre los sonidos de la gráfica.

—Con la fortaleza del poder más potente del mundo. La fuerza más poderosa en cualquier reino —señaló la pantalla—. Lo que otorga lealtad más allá de la muerte, lo que no se apaga con el paso de los años. Lo que permanece inmutable ante la desesperanza.

El Rey del Otoño volteó a ver al antiguo Premier y movió la cabeza. Seguía sin entender.

Bryce estaba en el nivel de las brujas ordinarias. Pero seguía muy lejos de la vida.

Un movimiento capturó la atención de Declan y volteó hacia la transmisión de la Vieja Plaza.

Envuelto en relámpagos, sano y entero, Hunt Athalar estaba arrodillado frente al cuerpo muerto de Bryce. Presionaba su torso con las manos, compresiones cardiacas.

Hunt le gritó a Bryce entre dientes y sobre él estalló un relámpago.

—Escuché lo que dijiste —sus fuertes brazos empujaron, empujaron, empujaron—. Lo que esperaste a admitir hasta que estaba casi muerto, pinche cobarde —sus relámpagos entraron en ella e hicieron que su cuerpo se arqueara del piso con el intento de reanimar su corazón. Le gruñó al oído—: Ahora ven a decírmelo a la cara.

Sabine susurró una frase en la habitación, al Rey del Otoño, y Declan se animó al escucharla.

Era la respuesta a las palabras del Premier. A la pregunta del Rey del Otoño sobre cómo, contra todas las estadísticas que aparecían en la computadora de Declan, estaban siendo testigos de Hunt Athalar que luchaba para mantener el corazón de Bryce Quinlan latiendo.

Con amor, todo es posible.