El risarizoma que Ruhn y Flynn fumaron hacía diez minutos tal vez era más potente de lo que le había dicho su amigo.
Acostado en su cama, con audífonos de forma especial para las orejas arqueadas de las hadas, Ruhn cerró los ojos y dejó que el golpeteo del bajo y el crepitar creciente del sintetizador en la música que escuchaba lo pusiera a flotar.
La bota de su pie iba golpeando al ritmo constante y los dedos que tenía entrelazados sobre su estómago hacían eco de cada revuelo de notas muy, muy arriba. Cada respiración lo alejaba más de la conciencia, como si su misma mente hubiera sido arrancada a un par de metros del sitio donde solía ser el capitán de un barco.
La relajación densa lo derritió, el hueso y la sangre se fundieron para transformarse en oro líquido. Cada nota creaba ondas que lo atravesaban. Todo aquello que lo estresaba, todas las palabras fuertes y agresiones se fueron drenando, deslizándose fuera de su cama como serpientes.
Apagó esos sentimientos mientras se iban escurriendo. Estaba muy consciente de que había probado el risarizoma de Flynn gracias a las horas que había pasado rumiando sobre las órdenes de mierda de su padre.
Su padre se podía ir al Averno.
El risarizoma envolvió sus brazos suaves y dulces alrededor de su mente y lo arrastró a su piscina brillante.
Ruhn se permitió ahogarse en ella, demasiado tranquilo para hacer nada más que dejar que la música lo cubriera, su cuerpo hundiéndose en el colchón, hasta que iba cayendo entre las sombras y luzastral. Las cuerdas de la canción flotaban por arriba, como hilos dorados que centelleaban con sonido. ¿Seguía moviendo su cuerpo? Tenía los párpados demasiado pesados como para abrirlos y revisar.
Un olor como de lila y nuez moscada llenó la habitación. Mujer, hada…
Si una de las mujeres que estaba en la fiesta del piso de abajo se había metido a su recámara pensando que podría conseguir un paseo sudoroso con el príncipe de las hadas, estaría muy decepcionada. No estaba en condiciones para coger en ese momento. Al menos nada que valiera la pena.
Los párpados le pesaban tanto, debería abrirlos. ¿Dónde demonios estaban los controles de su cuerpo? Incluso sus sombras se habían alejado, demasiado distantes como para invocarlas.
El olor se hizo más fuerte. Conocía ese olor. Lo conocía tan bien como…
Ruhn se levantó de golpe y sus ojos se abrieron de par en par para encontrar a su hermana parada al pie de su cama.
Bryce estaba moviendo la boca, sus ojos color whiskey llenos de diversión irónica, pero no podía oír ni una palabra de lo que estaba diciendo, ni una palabra…
Ah. Cierto. Los audífonos. Con música a todo volumen.
Parpadeó con furia y apretó los dientes tratando de alejar la droga que intentaba jalarlo de vuelta hacia abajo, abajo, abajo. Ruhn se quitó los audífonos y pausó su teléfono.
—¿Qué?
Bryce se recargó contra el vestidor de madera maltratada. Al menos ahora estaba vestida con ropa normal, para variar. Aunque los jeans eran muy ajustados y el suéter color crema dejaba poco a la imaginación.
—Dije «Te vas a volar los tímpanos oyendo la música tan fuerte».
A Ruhn le daba vueltas la cabeza mientras trataba de enfocarla, parpadeando por el halo de luzastral que bailaba alrededor de la cabeza y los pies de su hermana. Volvió a parpadear, intentó hacer a un lado las auras que nublaban su vista y desapareció. Otro parpadeo y volvió a aparecer.
Bryce resopló.
—No estás alucinando. Estoy aquí.
Su boca estaba a miles de kilómetros pero logró decir:
—¿Quién te dejó entrar?
Declan y Flynn estaban abajo, junto con media docena de sus mejores guerreros hada. Algunos eran personas que no quería que se acercaran ni a una cuadra de su hermana.
Bryce no hizo caso a su pregunta y frunció el ceño hacia una esquina de su recámara. Hacia el montón de ropa sucia y la Espadastral que había lanzado encima de ella. La espada brillaba con luzastral también. Ruhn hubiera jurado que la maldita cosa estaba cantando. Sacudió la cabeza, como para despejar sus oídos, y escuchó a Bryce decir:
—Necesito hablar contigo.
La última vez que Bryce había estado en esta habitación tenía dieciséis años y él había pasado horas antes limpiando el lugar y toda la casa. Todas las pipas y botellas de licor, toda la ropa interior femenina que nunca había regresado a su dueña, todo rastro y olor de sexo y drogas y todas las estupideces que hacían en este lugar las había ocultado.
Y ella se había parado justo ahí, durante la última visita. Se paró ahí y se gritaron.
El pasado y el presente se confundieron, la figura de Bryce se encogía y expandía, su cara adulta se fusionaba con la suavidad de la adolescente, la luz de sus ojos color ámbar se hacía más cálida y más fría, su visión alrededor de toda la escena brillaba con luzastral, luzastral, luzastral.
—Carajo —dijo Bryce y se acercó a la puerta—. Eres patético.
Él alcanzó a decir:
—¿A dónde vas?
—A conseguirte agua —dijo y abrió la puerta de golpe—. No puedo hablar contigo así.
A él se le ocurrió entonces que esto debía ser importante si ella no sólo estaba ahí, sino que estaba ansiosa por hacer que él se concentrara. Y que cabía todavía la posibilidad de que estuviera alucinando, pero no iba a permitirle aventurarse a la madriguera del pecado sola.
Caminó detrás de ella sobre piernas que se sentían de diez kilómetros de largo, pies que pesaban mil kilos. La luz tenue del pasillo ocultaba la mayoría de las manchas en la pintura blanca, todas producto de las diversas fiestas que él y sus amigos habían organizado en los cincuenta años que tenían de compartir casa. Bueno, tenían veinte años con esta casa y nada más se habían mudado porque la primera tal cual se había empezado a caer en pedazos. Era posible que esta casa no durara dos años más, si era honesto.
Bryce estaba a la mitad de la gran escalera curva, las lucesprístinas del candelabro de cristal rebotaban en su cabello rojo en ese halo brillante. ¿Cómo no había notado que el candelabro estaba colgado chueco? Debía ser de aquella ocasión en que Declan saltó del barandal de la escalera hacia el candelabro para luego mecerse ahí y beber de su botella de whiskey. Se había caído un momento después, demasiado borracho para sostenerse.
Si el Rey del Otoño supiera de la mierda que hacían en esta casa, no había manera en que él ni ningún otro Líder de la Ciudad les permitiera dirigir la división de Aux de las hadas. No habría manera de que Micah lo considerara para ocupar el lugar de su padre en ese consejo.
Pero perderse en la droga era algo que nada más hacía en sus noches libres. Nunca cuando estaba trabajando o de guardia.
Bryce llegó al piso de roble desgastado en el primer nivel y caminó alrededor de la mesa de beer-pong que ocupaba casi todo el vestíbulo. La superficie de la mesa tenía unos cuantos vasos sobre el triplay manchado, pintado por Flynn con lo que todos habían considerado arte sublime: una enorme cara de un hombre hada devorando un ángel entero. Lo único que se distinguía entre los dientes cerrados era el borde de unas alas maltratadas. Parecía moverse cuando Ruhn llegó al final de las escaleras. Podría haber jurado que la pintura le guiñó el ojo.
Sí, agua. Necesitaba agua.
Bryce cruzó la sala, donde la música sonaba tan fuerte que Ruhn sintió cómo le vibraban los dientes en el cráneo.
Entró a tiempo para ver a Bryce pasar junto a la mesa de billar en la parte trasera del espacio largo y cavernoso. Algunos guerreros del Aux estaban alrededor de la mesa, con algunas mujeres, concentrados en su juego.
Tristan Flynn, hijo de Lord Hawthorne, presidía la mesa desde una silla cercana. Tenía una dríada en el regazo. La luz vidriosa en sus ojos color marrón reflejaba la de los propios ojos de Ruhn. Flynn esbozó una sonrisa torcida a Bryce al ver que se acercaba. Lo único que necesitaba Tristan Flynn era mirar a una mujer para que se le subieran al regazo como ninfas de árboles o, si la mirada indicaba molestia, todos los enemigos salían corriendo.
Endemoniadamente encantador y letal como un carajo. Ese debió ser el lema de la familia Flynn.
Bryce no se detuvo al pasar a su lado, indiferente a su belleza clásica de hada y sus marcados músculos. Sin embargo, le dijo por encima del hombro:
—¿Qué carajos le diste?
Flynn se inclinó al frente y liberó su cabello castaño corto de los dedos largos de la dríada.
—¿Cómo sabes que fui yo?
Bryce caminó hacia la cocina al fondo de la habitación a través de un arco.
—Porque tú también te ves bastante pasado.
Declan llamó desde el sillón al otro lado de la sala. Tenía una laptop sobre la rodilla y un draki muy interesado medio acostado sobre él, pasándole los dedos con garras por el cabello color rojo oscuro.
—Oye, Bryce. ¿A qué debemos este placer?
Bryce hizo un gesto con el pulgar hacia Ruhn.
—Estoy viendo cómo está el Elegido. ¿Cómo va tu porquería de tecnología sofisticada, Dec?
Por lo general, Declan Emmet no disfrutaba que nadie criticara la carrera lucrativa que había hecho a partir de hackear los sitios web de la República para luego cobrarles cantidades obscenas de dinero y así no revelar sus debilidades críticas, pero sonrió.
—Sigo acumulando marcos.
—Muy bien —dijo Bryce y desapareció dentro de la cocina.
Algunos de los guerreros del Aux estaban viendo en dirección a la cocina con interés descarado en la mirada. Flynn gruñó suavemente:
—Ella está prohibida, pendejos.
Eso fue todo lo que hizo falta. Ni siquiera una enredadera de la magia de tierra de Flynn, algo raro entre las hadas de Valbara con tendencia al fuego. Los otros devolvieron su atención de inmediato al juego de billar. Ruhn miró a su amigo con gratitud y siguió a Bryce…
Pero ella ya estaba de nuevo en la puerta con una botella de agua en la mano.
—Tu refrigerador está peor que el mío —le dijo mientras le daba la botella de agua y regresaba a la sala. Ruhn dio un trago y el sistema de sonido al fondo empezó a tocar las notas iniciales de una canción con aullidos de guitarra y ella ladeó la cabeza, escuchando, sopesando.
Impulso de hada, sentir atracción a la música y amarla. Tal vez el único aspecto de su linaje que no le molestaba. Él recordaba cuando le había mostrado sus rutinas de baile cuando era adolescente. Siempre se veía tan contenta. Nunca había tenido oportunidad de preguntarle por qué lo había dejado.
Ruhn suspiró, obligándose a concentrarse y le dijo a Bryce:
—¿Por qué estás aquí?
Ella se paró junto al sillón.
—Te dije: necesito hablar contigo.
Ruhn permaneció impávido. No podía recordar la última vez que ella se había molestado en buscarlo.
—¿Por qué necesitaría tu prima una excusa para platicar con nosotros? —preguntó Flynn, susurró algo en la delicada oreja de la dríada que hizo que volviera al grupo de sus tres amigas alrededor de la mesa de billar. Caminó ondeando la angosta cadera para recordarle de lo que se perdería si esperaba demasiado. Flynn dijo despacio:
—Ella sabe que somos los hombres más encantadores de la ciudad.
Ninguno de sus amigos sabía la verdad o siquiera expresado alguna sospecha. Bryce se echó el cabello por encima del hombro y Flynn se levantó de la silla.
—Tengo mejores cosas que hacer…
—Que juntarte con hadas perdedores. —Flynn terminó la oración por ella y se dirigió al bar ubicado en la pared del extremo contrario.
—Sí, sí. Nos lo has dicho cientos de veces ya. Pero mira nada más: aquí estás, juntándote con nosotros en nuestra humilde casa.
A pesar de su personalidad desenfadada, Flynn algún día heredaría el título de su padre: Lord Hawthorne. Lo cual significaba que durante las últimas décadas, Flynn había hecho todo lo posible por olvidar ese pequeño dato… y los siglos de responsabilidades que implicaría. Se sirvió una bebida, luego otra que le dio a Bryce.
—Bebe, muñequita.
Ruhn puso los ojos en blanco. Pero, ya casi era medianoche y ella estaba en su casa, en una de las calles más peligrosas de la Vieja Plaza, con un asesino suelto. Ruhn dijo con tono enfadado:
—Te dieron la orden de que fueras cuidadosa…
Ella ondeó la mano sin tocar el whiskey que tenía en la otra.
—Mi escolta imperial está afuera. Asustando a todos, no te preocupes.
Los dos amigos de Ruhn se quedaron inmóviles. El draki tomó esa información como una invitación a alejarse y se dirigió al juego de billar detrás de ellos mientras Declan volteaba a verla. Ruhn dijo:
—Quién.
Una sonrisita. Bryce movió el whiskey en el vaso y preguntó:
—¿Esta casa en realidad es digna de El Elegido?
La boca de Flynn se movió un poco. Ruhn le lanzó una mirada de advertencia, desafiándolo a que se atreviera a sacar la mierda del Astrogénito en este momento. Afuera de la villa y la corte de su padre, lo único que Ruhn había conseguido era una vida bromas por parte de sus amigos.
Ruhn dijo al fin:
—A ver, ya dilo, Bryce.
Tal vez había venido a hacerlo enojar.
Pero ella no respondió de inmediato. No, Bryce trazó un círculo en un cojín, por completo desinteresada en los tres guerreros hada que observaban cada una de sus respiraciones. Tristan y Declan habían sido los mejores amigos de Ruhn desde que él tenía memoria, siempre lo apoyaban sin hacer preguntas. Que fueran guerreros muy bien entrenados y eficientes era algo aparte, aunque se habían salvado las vidas más veces de las que Ruhn podía contar. Pasaron juntos por sus Pruebas y eso había servido para afianzar más ese lazo.
La Prueba en sí variaba dependiendo de la persona: para algunos era tan sencillo como salir de una enfermedad o de algún problema personal. Para otros, podría ser matar un wyrm o un demonio. Mientras más grande el hada, más grande la Prueba.
Acompañado de sus dos amigos, Ruhn había aprendido a usar sus sombras gracias a sus odiosos primos en Avallen cuando todos pasaron por su Prueba y casi murieron en el proceso. El desenlace había sido Ruhn entrando a la Cueva de Príncipes entre niebla y después saliendo con la Espadastral. Había salvado a todos.
Y cuando unas semanas después hizo el Descenso, fue Flynn recién salido su propio Descenso, quien lo Ancló.
Declan preguntó con una voz profunda que retumbaba por encima de la música y la conversación.
—¿Qué está pasando?
Por un segundo, la seguridad de Bryce titubeó. Los miró: su ropa informal, los sitios donde sabía tenían escondidas sus pistolas incluso en su propia casa, sus botas negras y los cuchillos metidos en ellas. Bryce miró a Ruhn a los ojos.
—Sé lo que significa esa mirada —gimió Flynn—. Significa que no quieres que oigamos.
Bryce no apartó la vista de los ojos de Ruhn y respondió:
—Sip.
Declan cerró su laptop de golpe.
—¿De verdad te vas a poner toda misteriosa y así?
Ella miró a Declan y a Flynn, que habían sido inseparables desde el nacimiento.
—Ustedes dos pendejos tienen las bocotas más grandes de la ciudad.
Flynn guiñó.
—Pensé que te gustaba mi boca.
—Sigue soñando, lordecito —sonrió Bryce con ironía.
Declan rio un poco y se ganó un buen codazo de parte de Flynn. Bryce le dio su vaso de whiskey.
Ruhn dio un trago de su agua e intentó que su mente se aclarara más.
—Ya fue suficiente de esto —dijo molesto. Todo ese risarizoma amenazaba con volver al ataque, así que tomó a Bryce de la mano y la llevó de regreso a su recámara.
Cuando llegaron, se paró junto a la cama.
—¿Y bien?
Bryce se recargó en la puerta de madera llena de agujeros por todos los cuchillos que su hermano le había lanzado practicando su puntería.
—Necesito que me digas si has escuchado algo sobre lo que está haciendo la Reina Víbora.
Esto no podía ser bueno.
—¿Por qué?
—Porque tengo que hablar con ella.
—¿Estás pinche loca?
De nuevo, esa sonrisita fastidiosa.
—Maximus Tertian murió en su territorio. ¿El Aux supo algo sobre sus movimientos esa noche?
—¿Tu jefa te puso a investigar esto?
Era algo que apestaba a Roga.
—Tal vez. ¿Sabes algo?
Bryce ladeó la cabeza otra vez y la cortina sedosa de su cabello, igual al de su padre, onduló con el movimiento.
—Sí. El asesinato de Tertian fue… igual al de Danika y de la jauría.
Todo rastro de sonrisa se evaporó de la cara de Bryce.
—Philip Briggs no lo hizo. Quiero saber qué estaba haciendo la Reina Víbora esa noche. Si el Aux tiene conocimiento de sus movimientos.
Ruhn negó con la cabeza.
—¿Por qué estás involucrada en esto?
—Porque me pidieron que investigara.
—No te metas en este caso. Dile a tu jefa que no siga. Esto es un asunto para el gobernador.
—Y el gobernador me obligó a buscar al asesino. Piensa que yo soy el vínculo entre todos los asesinatos.
Genial. Absolutamente fantástico. Isaiah Tiberian no le había mencionado este pequeño dato.
—Hablaste con el gobernador.
—Responde a mi pregunta. ¿El Aux sabe algo sobre dónde estaba la Reina Víbora en la noche que murió Tertian?
Ruhn exhaló.
—No. He escuchado que ella sacó a su gente de la calle. Algo la asustó. Pero eso es todo lo que sé. E incluso si conociera las coartadas de la Reina Víbora, no te las diría. No te metas en esto. Llamaré al gobernador para decirle que ya no vas a ser su investigadora personal.
Una mirada helada, la mirada de su padre, pasó por el rostro de Bryce. El tipo de mirada que le comunicaba a él sobre una tormenta salvaje y feroz cerniéndose debajo de ese exterior frío. Y el poder y la emoción para ambos, padre e hija, no estaba en la fuerza pura, sino en el control sobre sí mismos, sobre esos impulsos.
El mundo exterior veía a su hermana como imprudente, sin control, pero él sabía que ella había sido la maestra de su destino desde antes de que él la conociera. Bryce era de esas personas que, cuando se propone algo, no permite que nada se interponga en su camino. Si quería acostarse con mucha gente, lo hacía. Si quería salir de fiesta durante tres días seguidos, lo hacía. Si quería atrapar al asesino de Danika…
—Voy a encontrar al responsable —dijo ella con furia silenciosa—. Si intentas interferir, convertiré tu vida en un Averno.
—El demonio que usó ese asesino es letal.
Había visto las fotografías de las escenas del crimen. Pensar que Bryce se había salvado por unos minutos, por su propia estupidez borracha, era algo que todavía lo retorcía por dentro. Ruhn continuó hablando antes de que ella pudiera decir algo.
—El Rey del Otoño te dijo que mantuvieras un bajo perfil hasta la Cumbre, esto es lo puto opuesto, Bryce.
—Bueno, ahora es parte de mi trabajo. Jesiba lo autorizó. No puedo negarme, ¿o sí?
No. Nadie podía decirle que no a esa hechicera.
Él se metió las manos en los bolsillos traseros de sus jeans.
—¿Alguna vez te dijo algo del Cuerno de Luna?
Bryce arqueó las cejas ante el cambio de tema, pero considerando el ámbito de trabajo de Jesiba Roga, ella era a quien le debería preguntar.
—Me hizo buscarlo hace dos años —dijo Bryce con cautela—. Pero sólo llegué a un callejón sin salida. ¿Por qué?
—No importa.
Ruhn se fijó en el pequeño amuleto dorado alrededor del cuello de su hermana. Al menos Jesiba le daba esa protección. Era costosa, además, y poderosa. Los amuletos arquesianos no eran baratos porque quedaban pocos en el mundo. Asintió hacia el collar.
—No te lo quites.
Bryce no disimuló su fastidio.
—¿Todo el mundo en esta ciudad cree que soy tonta?
—Lo digo en serio. Además de lo que haces para tu trabajo, si estás buscando a alguien con la fuerza para invocar a un demonio así, no te quites ese collar.
Al menos podía recordarle que fuera inteligente.
Ella abrió la puerta.
—Si sabes algo de la Reina Víbora, llámame.
Ruhn se quedó tensó y su corazón latía con fuerza.
—No la provoques.
—Adiós, Ruhn.
Estaba tan desesperado que dijo:
—Iré contigo a…
—Adiós.
Luego ella ya estaba bajando las escaleras, despidiéndose de Declan y Flynn de esa puta manera tan molesta antes de salir caminando orgullosa por la puerta principal.
Sus amigos lanzaron miradas inquisitivas hacia el sitio donde Ruhn estaba parado en el descanso del segundo piso. El whiskey de Declan seguía pegado a sus labios.
Ruhn contó hasta diez, al menos para evitar romper el objeto más cercano por la mitad, luego saltó por el barandal y aterrizó con tal fuerza que los tablones rayados de roble temblaron.
Sintió, no tanto vio, a sus amigos acomodarse detrás de él, con las manos cerca de sus armas ocultas, bebidas olvidadas, cuando leyeron la furia de su rostro. Ruhn salió corriendo por la puerta al aire fresco de la noche.
Justo a tiempo para ver a Bryce cruzando la calle. Hacia el hijo de puta de Hunt Athalar.
—Qué demonios —exhaló Declan cuando llegó a pararse junto a Ruhn en el porche.
El Umbra Mortis se veía enojado, con los brazos cruzados y las alas un poco abiertas, pero Bryce pasó a su lado sin siquiera verlo. Eso hizo que Athalar volteara despacio, con los brazos colgando a sus lados, como si algo así nunca le hubiera sucedido en su larga y miserable vida.
Y eso era suficiente para poner a Ruhn de un humor de muerte.
Ruhn salió del porche y del jardín delantero y avanzó hacia la calle. Extendió la mano hacia un automóvil que frenó con un rechinido. Alcanzó a golpear el cofre con los dedos doblados. El metal se dobló por el golpe.
El conductor, sabiamente, no gritó.
Ruhn caminó entre dos sedanes estacionados, con Declan y Flynn siguiéndolo de cerca, justo cuando Hunt volteó para ver qué había provocado todo ese escándalo.
Con un destello, Hunt entendió y su sorpresa fue reemplazada por una sonrisa.
—Príncipe.
—¿Qué carajos estás haciendo aquí?
Hunt movió la barbilla hacia Bryce, que ya estaba desapareciendo por la calle.
—Protección.
—No me digas que tú la vas a vigilar.
Isaiah Tiberian tampoco le había dicho esto.
El ángel se encogió de hombros.
—No es mi decisión.
El halo que le atravesaba la frente pareció hacerse más oscuro mientras evaluaba a Declan y Flynn. La boca de Athalar se movió hacia arriba y sus ojos de ónix brillaron con desafío tácito.
El poder de Flynn que se iba acumulando ya estaba haciendo que la tierra debajo del pavimento retumbara. La sonrisa burlona de Hunt se hizo más grande.
Ruhn dijo:
—Dile al gobernador que ponga a otra persona en el caso.
La sonrisa se afiló.
—No es una opción. No cuando tiene que ver con mi área de especialidad.
Ruhn se molestó por la arrogancia. Claro, Athalar era uno de los mejores cazadores de demonios existentes, pero carajo, incluso preferiría a Tiberian en este caso que al Umbra Mortis.
Hacía un año, el Comandante de la 33ª no había sido tan tonto como para intervenir cuando Ruhn se lanzó contra Athalar porque ya estaba harto de sus comentarios burlones en la elegante fiesta del Equinoccio de Primavera que Micah organizaba cada marzo. Le había roto algunas costillas a Athalar, pero el pendejo había logrado darle un puñetazo que le dejó a Ruhn la nariz hecha pedazos y chorreando sangre por todo el piso de mármol del salón de fiestas del penthouse del Comitium. Ninguno de ellos había estado tan enojado como para liberar su poder en medio del salón lleno de gente, pero se las habían arreglado con los puños.
Ruhn calculó en cuántos problemas se metería si volvía a golpear al asesino personal del gobernador. Tal vez sería suficiente para que Hypaxia Enador se negara a considerar casarse con él.
Ruhn exigió saber:
—¿Averiguaron qué tipo de demonio lo hizo?
—Algo que come principitos de desayuno —canturreó Hunt.
Ruhn le enseñó los dientes.
—Jódete, Athalar.
Los relámpagos bailaron sobre los dedos del ángel.
—Debe ser fácil hablar cuando todo lo financia tu papá —Hunt señaló hacia la casa blanca—. ¿Esa casa también te la compró?
Las sombras de Ruhn se elevaron para enfrentarse a los relámpagos que ya envolvían los puños de Athalar y que hacían temblar a los automóviles estacionados detrás de él. Había aprendido de sus primos de Avallen a hacer que las sombras se solidificaran, cómo usarlas a manera de látigos, escudos y tormento puro. Físico y mental.
Pero mezclar magia y drogas nunca era buena idea. Tendrían que ser los puños, entonces. Y lo único que tendría que hacer sería dar el golpe, directo en la cara de Athalar…
Declan gruñó:
—Éste no es ni el momento ni el lugar.
No, no lo era. Incluso Athalar pareció recordar a la gente con la boca abierta, los teléfonos levantados grabando todo. Y la mujer de cabello rojo que ya estaba llegando al final de la cuadra. Hunt sonrió.
—Adiós, pendejos.
Siguió a Bryce y los relámpagos iban rebotando en el pavimento detrás de él.
Ruhn gruñó hacia la espalda del ángel.
—Con un carajo, no la dejes ir a buscar a la Reina Víbora.
Athalar miró por encima de su hombro con las alas guardadas. Su parpadeo le comunicó a Ruhn que no estaba enterado de las intenciones de Bryce. Un temblor de satisfacción recorrió a Ruhn. Pero Athalar continuó avanzando por la calle mientras la gente se hacía a un lado y se pegaba a los edificios para darle amplio espacio. El guerrero iba concentrado en el cuello expuesto de Bryce.
Flynn sacudió la cabeza como un perro mojado.
—Literalmente no sé si estoy alucinando ahorita.
—Yo desearía estar alucinando —dijo Ruhn entre dientes.
Necesitaría fumarse otra montaña de risarizoma para tranquilizarse de nuevo. Pero si Hunt Athalar vigilaba a Bryce… Había escuchado suficientes rumores para saber lo que Hunt podía hacerle a un enemigo. Que, además de ser un patán de primera, era implacable, decidido y absolutamente brutal cuando se trataba de eliminar amenazas.
Hunt tenía que obedecer la orden de protegerla. Sin importar nada más.
Ruhn los miró con atención mientras se alejaban. Bryce aceleraba, Hunt le igualaba el paso. Ella frenaba un poco, él hacía lo mismo. Ella lo iba orillando hacia la derecha, derecha, derecha, hasta que lo forzaba a bajarse de la acera y a caminar frente al tráfico. Apenas logró evadir un coche que estaba dando la vuelta y volvió a subirse a la acera.
Ruhn se sintió tentado a seguirlos, sólo para ser testigo de la batalla de voluntades.
—Necesito un trago —dijo Declan.
Flynn estuvo de acuerdo y ambos regresaron la casa y dejaron a Ruhn solo en la calle.
¿De verdad podría haber sido una coincidencia que los asesinatos estuvieran empezando de nueva cuenta al mismo tiempo que su padre había dado la orden de encontrar un objeto que se había perdido una semana antes de la muerte de Danika?
Se sentía… raro. Como si Urd estuviera susurrando, dando empujoncitos a todos.
Ruhn planeaba averiguar por qué. Empezando con encontrar ese Cuerno.