A la mañana siguiente, cuando se estaba preparando para ir al trabajo su mamá le envió un mensaje con la hora y dirección de la cita con la medibruja. Hoy a las once. Está a cinco cuadras de la galería. Por favor ve.
Bryce no le contestó. Para nada iría a esa cita.
No lo haría porque tenía otra programada en el Mercado de Carne.
Hunt quería esperar hasta la noche, pero Bryce sabía que los vendedores estarían mucho más dispuestos a platicar durante las horas tranquilas de la mañana, cuando no estuvieran trabajando atrayendo a sus clientes normales de la noche.
—Hoy estás callado otra vez —murmuró Bryce mientras se abrían paso por los caminos atiborrados de cosas de la bodega. Era la tercera vez que visitaban este lugar; las otras dos habían demostrado ser un absoluto fracaso.
No, los vendedores no sabían nada sobre drogas. No, ése era un estereotipo del Mercado de Carne que no les gustaba. No, no sabían quién podría ayudarlos. No, no les interesaba recibir marcos a cambio de información porque no sabían nada útil.
Hunt se quedó a unos puestos de distancia en todas las conversaciones porque nadie hablaría con un legionario y esclavo Caído.
Hunt mantuvo sus alas pegadas al cuerpo.
—No creas que se me olvida que a esta hora deberías estar en la cita con la medibruja.
Ella no debió haberlo mencionado.
—No recuerdo haberte dado permiso de meter tu narizota en mis asuntos.
—¿Ya estamos con eso otra vez? —él resopló riendo—. Creo que acurrucarse frente a la televisión me autoriza por lo menos a expresar mis opiniones sin que me ataques.
Ella hizo una expresión de fastidio.
—No nos acurrucamos.
—¿Qué quieres, exactamente? —preguntó Hunt mientras estudiaba los cuchillos antiguos de un puesto—. ¿Un novio o pareja o esposo que se siente ahí, sin opiniones, y que esté de acuerdo con todo lo que digas y que nunca se atreva a pedirte nada?
—Por supuesto que no.
—Sólo porque soy hombre y tengo una opinión no soy un patán psicópata dominante.
Ella se metió las manos a los bolsillos de la chamarra de cuero de Danika.
—Mira, mi mamá pasó por muchas cosas gracias a los patanes psicópatas dominantes.
—Lo sé —dijo él y su mirada se suavizó—. Pero de todas maneras, fíjate en ella y tu papá. Él expresa sus opiniones. Y parece bastante psicópata cuando se trata de protegerlas a ambas.
—No tienes idea —gruñó Bryce—. Yo no salí en una sola cita hasta que llegué a UCM.
Hunt levantó las cejas.
—¿En serio? Hubiera creído… —negó con la cabeza.
—¿Pensado qué?
Él se encogió de hombros.
—Que los niños humanos estarían muriéndose por ti.
Le costó trabajo no mirarlo, con la manera en que había dicho niños humanos, como si fueran otra especie diferente a él, un hombre malakh maduro.
Ella supuso que lo eran, en sentido estricto, pero ese indicio de arrogancia masculina…
—Bueno, si querían, no se atrevieron a mostrarlo. Randall prácticamente era un dios para ellos, y aunque nunca dijo nada, todos tenían la idea de que yo no estaba disponible.
—Eso no hubiera sido suficiente motivo para alejarme.
Ella sintió que se le sonrojaban las mejillas al escuchar el tono más grave de su voz.
—Bueno, aparte de que idolatraban a Randall, yo también era diferente —hizo un ademán hacia sus orejas puntiagudas, su cuerpo alto—. Demasiado hada para los humanos. Pobre de mí, ¿verdad?
—Ayuda a fortalecer el carácter —dijo él.
Se puso a examinar un puesto lleno de ópalos de todos colores: blanco, negro, rojo, azul, verde. Todos estaban cubiertos de venas iridiscentes como arterias preservadas de la tierra misma.
—¿Para qué son éstas? —le preguntó a la mujer humanoide con plumas negras que atendía el puesto. Una urraca.
—Son amuletos de la buena suerte —dijo la urraca y señaló las bandejas con gemas con la mano emplumada—. El blanco es para la alegría; el verde para la riqueza; el rojo para el amor y la fertilidad; el azul para la sabiduría… Elige el que quieras.
Hunt preguntó:
—¿Para qué es el negro?
La urraca curvó su boca de color de ónix hacia arriba.
—Para lo opuesto de la suerte —le dio unos golpecitos a uno de los ópalos negros dentro de un domo de vidrio—. Ponle uno a tu enemigo debajo de la almohada y ve qué pasa.
Bryce se aclaró la garganta.
—A pesar de lo interesante que es esto…
Hunt le dio un marco de plata.
—Dame el blanco.
Bryce arqueó las cejas, pero la urraca tomó el marco y le dejó caer el ópalo blanco a Hunt en la palma de la mano. Se marcharon sin hacer caso a los agradecimientos de la urraca por haber comprado en su puesto.
—No me parecías supersticioso —dijo Bryce.
Pero Hunt se detuvo al final de la fila de puestos y le tomó la mano. Le puso el ópalo en la suya, la roca se sintió tibia por el contacto con su cuerpo. Era del tamaño de un huevo de cuervo y brillaba bajo las lucesprístinas en lo alto.
—Te vendría bien un poco de alegría —dijo Hunt en voz baja.
Algo luminoso resplandeció en su pecho.
—A ti también —dijo ella e intentó devolverle el ópalo.
Pero Hunt dio un paso atrás.
—Es un regalo.
Bryce volvió a sentir que se ruborizaba. Al sonreír, se esforzó por ver en cualquier dirección que no fuera él. Aunque podía sentir su mirada en su cara cuando guardó el ópalo en el bolsillo de su chamarra.
El ópalo había sido una estupidez. Impulsivo.
Seguro eran puras mentiras, pero Bryce al menos se lo había quedado. No había hecho ningún comentario sobre lo torpe de sus habilidades porque hacía doscientos años que no había pensado en comprarle nada a una mujer.
Shahar habría sonreído con el ópalo y lo habría olvidado poco después. Tenía cofres llenos de joyas en su palacio de alabastro: diamantes del tamaño de pelotas de solbol, bloques sólidos de esmeraldas apilados como ladrillos, bañeras literalmente llenas de rubíes. Un pequeño ópalo blanco, aunque fuera para la alegría, habría sido como un grano de arena en una playa de kilómetros de largo. Ella habría apreciado el regalo pero, al final, lo dejaría desaparecer en el fondo de un cajón en alguna parte. Y él, tan dedicado a su causa, quizá también lo habría olvidado.
Hunt apretó la mandíbula cuando Bryce se acercó a un puesto de pieles. La adolescente, una metamorfa felina por su olor, estaba en su forma larguirucha de humana y los vio acercarse desde un taburete donde estaba sentada. Su trenza castaña le colgaba por encima del hombro y casi rozaba el teléfono que tenía en las manos.
—Hola —dijo Bryce y señaló una pila de alfombras maltratadas—. ¿Cuánto cuesta una de ésas?
—Veinte de plata —dijo la metamorfa con voz tan aburrida como su aspecto.
Bryce sonrió y acarició la piel blanca con la mano. Hunt sintió que la piel se le restiraba sobre los huesos. Había sentido esa mano la otra noche, acariciándolo mientras se quedaba dormido. Y la podía sentir ahora que estaba acariciando la piel de oveja.
—¿Veinte de plata por una piel de oveja blanca? ¿No es un poco bajo?
—Mi mamá me obliga a trabajar los fines de semana. Le chocaría que la vendiera por menos de su valor.
—Muy leal de tu parte —dijo Bryce riendo. Se acercó a la chica y bajó la voz—. Esto te va a sonar muy raro pero tengo una pregunta.
Hunt se mantuvo lejos, observándola trabajar. La chica fiestera irreverente y natural que simplemente quería conseguir algunas nuevas drogas.
La metamorfa apenas levantó la vista.
—¿Sí?
Bryce dijo:
—¿Sabes dónde puedo conseguir algo… divertido por aquí?
La chica puso los ojos color castaño en blanco.
—Está bien. Ya dime.
—¿Ya dime qué? —preguntó Bryce con inocencia.
La metamorfa levantó su teléfono y sus dedos adornados con uñas de arcoíris empezaron a escribir.
—La actuación falsa que le estás haciendo a todos aquí y en las otras dos bodegas —levantó el teléfono—. Todos estamos en un chat grupal —hizo una señal a todos los que estaban en el mercado a su alrededor—. Tengo como diez advertencias de que vendrías preguntando alguna tontería sobre drogas o algo así.
Era, tal vez, la primera vez que Hunt veía que Bryce no sabía qué decir. Así que se acercó.
—Bien —le dijo a la adolescente—. ¿Pero sí sabes algo?
La chica lo miró de arriba a abajo.
—¿Crees que la Víbora permitiría una mierda como ese sinte aquí?
—Permite todas las demás depravaciones y delitos —dijo Hunt entre dientes.
—Sí, pero no es tonta —respondió la metamorfa y se echó la trenza por encima del hombro.
—Así que sí la has oído mencionar —dijo Bryce.
—La Víbora me dijo que les dijera que es muy peligrosa, que no la vende y nunca lo hará.
—Pero ¿alguien sí la vende? —preguntó Bryce.
Esto estaba mal. No terminaría bien para nada…
—La Víbora también me dijo que les dijera que deberían revisar el río —regresó a su teléfono, seguro para contarle a la Víbora que había transmitido el mensaje—. Es el lugar en donde encuentran ese tipo de mierda.
—¿A qué te refieres? —preguntó Bryce.
Ella se encogió de hombros.
—Pregúntale a los mer.
—Deberíamos hacer una lista de lo que sabemos —dijo Hunt cuando iban saliendo hacia los muelles del Mercado de Carne— antes de que nos encontremos a los mer y los acusemos de ser traficantes de drogas.
—Demasiado tarde —dijo Bryce.
Él no había podido evitar que ella enviara un mensaje vía nutria a Tharion hacía veinte minutos y sin duda no podría evitar que se dirigiera a la orilla del río a esperar.
Hunt la tomó del brazo, el muelle estaba a pasos de distancia.
—Bryce, a los mer no les gusta que los acusen falsamente…
—¿Quién dijo que es falso?
—Tharion no es traficante de drogas y no está vendiendo algo tan malo como parece ser este sinte.
—Él podría conocer a alguien que sí lo venda —se zafó de Hunt—. Hemos estado pendejeando suficiente tiempo. Quiero respuestas. Ahora —entrecerró los ojos—. ¿No quieres que esto se termine? ¿Para que te reduzcan la sentencia?
Sí quería, pero dijo:
—Es probable que el sinte no tenga nada que ver con esto. No deberíamos…
Pero ella ya había llegado a los tablones de madera del muelle y no se atrevió a ver el agua arremolinándose bajo sus pies. Los muelles del Mercado de Carne eran un sitio famoso por lo que se iba a tirar ahí. Y era también el abrevadero de los carroñeros acuáticos.
El agua salpicó y luego apareció un poderoso cuerpo masculino sentado en el borde del muelle.
—Esta parte del río es asquerosa —dijo Tharion a modo de saludo.
Bryce no sonrió. No dijo nada salvo:
—¿Quién está vendiendo sinte en el río?
A Tharion se le borró la sonrisa. Hunt empezó a objetar, pero el mer dijo:
—No en el río, Piernas —sacudió la cabeza—. Sobre el río.
—Así que es cierto, entonces. Es… ¿qué es? ¿Una droga para sanar que se filtró de los laboratorios? ¿Quién es responsable?
Hunt se acercó a su lado.
—Tharion…
—Danika Fendyr —dijo Tharion con una mirada suave. Como si supiera quién había sido Danika para ella—. La información llegó un día antes de su muerte. La vieron haciendo negocios en un barco cerca de aquí.