Hunt no podía apartar la vista de la transmisión de Bryce que iba abriéndose paso por la ciudad. El teléfono de Hypaxia sonó en algún sitio a su izquierda y la reina bruja contestó antes de que terminara el primer timbrazo. Escuchó.
—¿Cómo que las escobas están destruidas?
Declan transfirió la llamada a las bocinas para que todos pudieran escuchar la voz temblorosa de la bruja al otro lado de la línea.
—Todas están hechas astillas, Su Majestad. Las armerías del centro de conferencias también. Las pistolas, las espadas… los helicópteros también. Los automóviles. Todo está destrozado.
A Hunt se le hizo un nudo en el estómago y el Rey del Otoño murmuró:
—Micah.
El arcángel seguramente lo había hecho antes de irse, en silencio y sin que nadie lo viera. Anticipando que los tendría que mantener controlados mientras él experimentaba con el poder del Cuerno. Con Bryce.
—Yo tengo un helicóptero —dijo Fury—. Está fuera del centro de conferencias.
Ruhn se puso de pie.
—Entonces vayámonos ahora.
Tardarían todavía media hora en llegar.
—La ciudad es un matadero —estaba diciendo Sabine al teléfono—. Mantengan sus posiciones en Moonwood y CiRo.
Todas las jaurías del Aux estaban conectadas a la llamada, todas podían oírse unas a otras. Con unos cuantos golpes al teclado, Declan conectó el teléfono de Sabine al sistema de la sala para que el Aux los oyera a todos también. Pero algunas de las jaurías habían dejado de responder.
Hunt le gritó a Sabine:
—¡Que una jauría de lobos vaya a la Vieja Plaza ahora!
Incluso con el helicóptero de Fury, él llegaría demasiado tarde. Pero ayudaría si pudiera alcanzar a Bryce antes de que se metiera sola a ese osario en que estarían convertidos los Prados…
Sabine le gritó:
—¡No quedan lobos en la Vieja Plaza!
Pero el Premier de los lobos al fin había despertado y señaló con un dedo decrépito y deforme hacia la pantalla. A las transmisiones. Y dijo:
—Queda un lobo en la Vieja Plaza.
Todos voltearon a la vez. Al sitio donde apuntaba. Hacia quién había apuntado.
Bryce corría por el matadero, su espada brillaba con cada movimiento y evasión y corte.
Sabine se atragantó.
—Padre, es la espada de Danika lo que percibes…
Los ojos cansados del Premier parpadearon en dirección a la pantalla sin ver. Cerró la mano en el pecho.
—Un lobo.
Se dio unos golpes en el corazón. Bryce seguía peleando y abriéndose paso hacia los Prados, seguía interfiriendo para abrirle el paso a quienes corrían hacia los refugios y liberaba el camino para que pudieran resguardarse.
—Un verdadero lobo.
Hunt sintió que la garganta se le cerraba hasta dolerle. Extendió su mano hacia Isaiah.
—Dame tu teléfono.
Isaiah no lo cuestionó y no dijo una palabra al entregarle el aparato. Hunt marcó un número que había memorizado porque no se atrevía a tenerlo guardado en sus contactos. La llamada sonó y sonó antes de entrar.
—Supongo que esto es importante.
Hunt no se molestó en identificarse y susurró:
—Me debes un maldito favor.
La Reina Víbora dijo con un tono de voz divertido.
—¿Sí?
Dos minutos después, Hunt se levantó de su asiento, decidido a seguir a Ruhn al helicóptero de Fury cuando sonó el teléfono de Jesiba. La hechicera anunció con la voz tensa:
—Es Bryce.
Hunt volteó hacia la transmisión de las cámaras y, dicho y hecho, Bryce tenía el teléfono atorado en el tirante de su sostén sobre el hombro, seguro en altavoz. Se abría paso entre los automóviles abandonados y cruzó la frontera hacia los Prados de Asfódelo. Se empezó a poner el sol, como si el mismo Solas los estuviera abandonando.
—Ponlo en las bocinas y conecta la llamada con las líneas del Aux —le ordenó Jesiba a Declan y contestó la llamada—. ¿Bryce?
La respiración de Bryce era dificultosa. El rifle sonaba como un trueno.
—Díganle a quien esté en la Cumbre que necesito apoyo en los Prados… Voy al refugio que está cerca de la Puerta Mortal.
Ruhn bajó corriendo por las escaleras y corrió directo a la bocina al centro de la mesa. Le dijo:
—Bryce, es una masacre. Métete a un refugio antes de que todos cierren…
El rifle sonó y otro demonio cayó. Pero más entraban por las Puertas a la ciudad y manchaban las calles con sangre con la misma certeza que el sol manchaba el cielo.
Bryce se agachó detrás de un basurero para cubrirse y empezó a disparar otra vez. Volvió a cargar el rifle.
—No hay apoyo para Prados de Asfódelo —dijo Sabine—. Todas las jaurías están posicionadas…
—¡Hay niños aquí! —gritó Bryce—. ¡Hay bebés!
La habitación se quedó en silencio. Un horror más profundo invadió a Hunt como tinta en agua.
Y entonces una voz masculina jadeó en las bocinas.
—Voy en camino, Bryce.
La cara ensangrentada de Bryce se contrajo y dijo en voz baja:
—¿Ithan?
Sabine gritó:
—Holstrom, quédate en tu puta posición…
Pero Ithan volvió a decir, con más urgencia en esta ocasión:
—Bryce, voy en camino. Espera —una pausa. Luego agregó—: Vamos todos.
Hunt sintió que las rodillas se le vencían cuando Sabine le gritó a Ithan:
—¡Estás desobedeciendo una orden directa de tu…!
Ithan colgó. Y todos los lobos bajo su mando también.
Los lobos podían estar en los Prados en tres minutos.
Tres minutos a través del Averno, a través de la masacre y la muerte. Tres minutos corriendo a toda velocidad, una carrera para salvar a los más indefensos.
A los niños humanos.
Los chacales se les unieron. Los coyotes. Los perros salvajes y los perros comunes. Las hienas y los dingos. Los zorros. Era su naturaleza. Lo que siempre habían sido. Defensores de quienes no podían protegerse. Defensores de los pequeños, de los jóvenes.
Metamorfos o verdaderos animales, la verdad estaba grabada en el alma de cada can.
Ithan Holstrom corrió hacia los Prados de Asfódelo cargando el peso de esa historia a sus espaldas, ardiendo en su corazón. Rezó para que no llegaran demasiado tarde.