C72

Garras y dientes por todas partes. Rasgando su piel, atrapándola, tirando de ella hacia el fondo.

El río estaba completamente oscuro y no había nadie, nadie en absoluto, que hubiera visto o que supiera.

Algo le quemó el brazo y ella gritó. El agua se le metió por la garganta.

Luego las garras se abrieron. Se aflojaron.

Bryce pateó, empujando a ciegas, hacia la superficie que estaría en alguna dirección, en cualquier dirección, dioses, iba a elegir la equivocada…

Algo la tomó del hombro y la jaló y ella hubiera gritado si le hubiera quedado algo de aire en los pulmones.

Sintió el aire en la cara, libre y fresco, y luego escuchó una voz masculina al oído que decía:

—Aquí estoy, aquí estoy.

Ella podría haber llorado si no estuviera escupiendo agua, si no estuviera teniendo un ataque de tos. Hunt le había dicho esas palabras y ahora Hunt ya no estaba y la voz en su oído era… Declan Emmet.

Ruhn gritó a unos metros de distancia.

—Ya está muerto.

Ella luchó pero Declan la sostuvo con firmeza y murmuró:

—Está bien.

No estaba bien, carajo. Hunt debería haber estado ahí. Él debería haber estado con ella, él debería haber sido liberado y ella debería haber hallado la manera de ayudarlo…

Declan tardó medio instante en sacarla del agua. Serio, Ruhn la cargó el resto del camino, maldiciendo como nunca mientras ella tiritaba en el muelle.

—¿Qué putos carajos? —jadeaba Tristan Flynn con el rifle apuntando al agua negra, listo para soltar una lluvia de balas ante el menor movimiento.

—¿Estás bien? —preguntó Declan. El agua le chorreaba por la cara y tenía el cabello rojo pegado a la cabeza.

Bryce regresó a su cuerpo lo suficiente para evaluar cómo estaba. Tenía una herida en el brazo, pero el kristallos se la había hecho con las garras, no con los dientes venenosos. Tenía otras heridas, pero…

Declan no esperó y se arrodilló frente a ella, con las manos envueltas en luz, y las sostuvo sobre la herida de su brazo. Era raro, el don hada de sanación. No era tan poderoso como el talento de una medibruja, pero era una fortaleza valiosa. Ella no sabía que Dec tuviera esa habilidad.

Ruhn preguntó:

—¿Por qué carajos estabas parada en el Muelle Negro después de la puesta de sol?

—Estaba hincada —murmuró ella.

—Es la misma puta pregunta.

Ella miró a su hermano mientras su herida sanaba.

—Necesitaba respirar.

Flynn murmuró algo.

—¿Qué? —dijo y entrecerró los ojos al verlo.

Flynn se cruzó de brazos.

—Dije que llevo una hora de saber que eres una princesa y ya eres un fastidio.

—No soy una princesa —dijo ella al mismo tiempo que Ruhn.

—No es una princesa.

Declan resopló.

—Como sea, pendejos —se apartó de Bryce que ya había sanado por completo—. Debimos habernos dado cuenta. Eres la única que se acerca siquiera un poco a molestar a Ruhn tanto como su padre.

Flynn intervino:

—¿De dónde vino esa cosa?

—Al parecer —dijo ella— la gente que usa grandes cantidades de sinte puede invocar un demonio kristallos sin querer. Tal vez fue un accidente.

—O un ataque directo —la contradijo Flynn.

—El caso ya terminó —dijo Bryce sin expresión—. Está cerrado.

En los ojos del lord hada curiosamente percibió enojo.

—Tal vez no.

Ruhn se limpió el agua de la cara.

—En caso de que Flynn tenga razón, te quedarás conmigo.

—Primero muerta que pasar un puto minuto contigo —dijo Bryce y se puso de pie. Escurría agua por todas partes—. Miren, gracias por rescatarme. Y gracias por echar todo a perder para mí y para Hunt. Pero, ¿sabes qué? —le enseñó los dientes y sacó su teléfono, le quitó algo de agua y rezó porque el hechizo protector que había pagado funcionara. Sí había funcionado. Buscó entre las pantallas hasta que llegó a la información de contacto de Ruhn. Se la mostró—. ¿Tú? —deslizó el dedo y se borró el contacto—. Estás muerto para mí.

Podría haber jurado que su hermano, su que-se-joda-el-mundo hermano se encogió un poco.

Miró a Dec y a Flynn.

—Gracias por salvarme.

No la siguieron. Bryce apenas podía controlar su temblor cuando condujo de regreso a casa, pero lo logró. Llegó a su departamento. Sacó a pasear a Syrinx.

El departamento estaba demasiado silencioso sin Hunt. Nadie había venido por sus cosas. Si lo hubieran hecho, habrían visto que no estaba la gorra de solbol. Estaba oculta en la caja junto con Jelly Jubilee.

Exhausta, Bryce se quitó la ropa y se vio en el espejo del baño. Levantó una palma a su pecho, donde el peso del amuleto archesiano llevaba tres años.

Unas líneas fuertes y rojas marcaban su piel donde el kristallos la había rasguñado, pero la magia de Declan seguía surtiendo efecto y desaparecerían a la mañana siguiente.

Se volteó, preparándose para ver el daño al tatuaje en su espalda. El último recuerdo de Danika. Si ese puto demonio lo había arruinado…

Casi lloró al ver que estaba intacto. Ver esas líneas escritas en el alfabeto antiguo e ilegible y saber que, aunque todo se había ido al Averno, aquello permanecía: las palabras que Danika había insistido que se tatuara y Bryce había estado demasiado borracha para objetar. Danika había elegido el alfabeto de un libro en el salón, aunque no se parecía a nada que Bryce conociera. Tal vez el artista lo había inventado, y les dijo que decía lo que Danika quería:

Con amor, todo es posible.

Las mismas palabras en la chamarra a sus pies. Las mismas palabras que habían sido una clave para su cuenta de Redner, para encontrar esa memoria.

Tonterías. Todo eran puras tonterías. El tatuaje, la chamarra, perder el amuleto, perder a Danika, perder a Connor y a la Jauría de Diablos, perder a Hunt…

Bryce intentó sin éxito apartarse de ese ciclo de pensamientos, la tormenta que los iba acercando, los arremolinó hasta que todos confluyeron.